No voy a entrar en profundidad en la materia porque esto no forma parte del circo, pero vamos, que algo caerá. En mi primer día en Benalmádena, ese en el que me había levantado a las dos y veinte, por la tarde, pero no muy tarde, nos fuimos a la cafetería de un hospital en Marbella, que es como lo que hace todo el mundo en su primera visita a la ciudad, que yo aún no he visto sus playas, sus avenidas, sus casoplones de moros, sus chonis naranjas de tomar el sol con máquinas de rayos ultrapúrpuras, pero oye, sí que puedo decir que estuve en la cafetería del hospital de la ciudad y cuando salimos de allí, regresando a Benalmádena, fuimos haciendo paradas. En la primera, en un sitio en Fuengirola al que he ido a comer varias veces y es fabuloso, tapeamos un poco, pero una cosa rápida. Después nos fuimos a un bar de copas, pero no eran ni las ocho de la noche y estábamos nosotros solos. Tras este, decidimos parar en el truscoñero, ya en Benalmádena, uno que está en una loma, con varias terrazas, que por si alguno duda de mí, que sucede por aquí con frecuencia, en la página güé del negocio definen como múltiples espacios aterrazados. Bueno, todos esos múltiples espacios aterrazados estaban completamente cerrados y en TODOS, TODOS, T-O-D-O-S, se podía fumar, al parecer las leyes no son para cumplimiento de todos. Estando allí, que estuvimos muchíiiiiiiiiiiiiiiiiisimo tiempo, yo ya noté que en las otras mesas de fumadores, había PUTAS, que el sabio libro de la RAE, define como PROSTITUTAS, que a su vez define como persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero. En particular, había un pavo con dos putas y como que estaba aún sin decidirse, hasta que eligió a una, la avejentada pero menos orca, que la otra te la cruzas en un callejón mal iluminado y huyes aterrizado y entonces, la susodicha orca, se dedicó a menearse junto al macho de la mesa de al lado con el objetivo de robárselo a su hembra. A todas estas, tanto las dos putas como los tíos, todos fumaban, al igual que las otras putas que había en las otras mesas. Había una especie de Diyei, esos que ponen música, que era malísimo tirando a peor, pero es que en algunos momentos, se le juntaba uno que no se muy bien si tocaba una corneta o un saxofón y entonces comenzaba un número dantesco con la misma melodía durante veinte minutos y hasta más, mientras las putas o prostitutas o rameras, cortesanas, meretrices, busconas, fulanas o furcias, empezaban a agitar la caja de la mierda en movimientos supuestamente eróticos que ponían a prueba las costuras de los pantalones de plástico de bolsa de basura simulando cuero. Ellas como que centrifugaban la mierda, con sus zapatones de tacón, con sus cigarros en las manos, mirando a los hombres de los que esperaban obtener un estipendio, en un lugar cerrado en el que la gente fuma y en el que las leyes parecen estar suspendidas. Yo veía pasar las horas, allí todo el mundo seguía bebiendo y bebiendo y para cuando salimos, habían pasado veintitrés horas desde que me había levantado el día anterior, mi cerebro ya hacía horas que se había desconectado o cortocircuitado con la aberrante mezcla musical del Diyei y el cornetista y el espectáculo visual de las zurriagas.
Cuando salimos de allí, por fin fuimos a la casa y yo conseguí dormir de un tirón casi tres horas, que a base de tomar cervezas sin alcohol y refrescos, estaba totalmente saturado de líquidos y me desperté porque iba literalmente a explotar y mearme de arriba a abajo, que casi me quedé dormido en el baño porque aquello era una película que ya se hizo y que se titulaba la historia interminable.
Y hasta aquí voy a contar.