Hace unas semanas me llegó un correo en el que se me invitaba a asistir a un curso obligatorio de cultura japonesa. En la invitación se dejaba bien claro que la no asistencia sería castigada adecuadamente ya que se considera formación obligatoria para todos los que trabajamos en contacto con los amarillos. Ni me molesté en protestar porque al fin y al cabo, un curso de dos horas y media de cultura no puede ser muy malo y lo hacían en la mejor sala de reuniones que tiene nuestro complejo de edificios, con unas butacas de impresión en las que las siestas son de escándalo. Por los pasillos había mucho rumor y mucha queja pero yo feliz y contento. Como mi jefe siempre me ve como la oveja descarriada y el creador de tumultos me sondeó y se quedó alucinando cuando le confirmé que estaba muy excitado y con unas ganas enormes de ir al curso y aprender lo que los cabezones amarillos tienen que enseñarnos.
Llegó el día y fui pronto para coger un buen sitio lejos del orador y así poder despistarme. al lado mío se sentó un iraní y otro tipo con el que nunca he hablado pero del que siempre he pensado que forma parte de la tripulación del Enterprise porque lleva unas cosas rarísimas que le salen de las dos orejas. Según me han contado, es totalmente sordo y con esos cacharros puede oír. El aspecto que le dan es espeluznante y siempre habla a gritos.
Comenzó el curso y nuestro orador era uno de los japos que trabajan en las oficinas desde la toma de control amarilla. Yo creo que el tipo tiene algo de sangre coreana por el cabezón que se gasta, que todo el mundo sabe que los cabezudos más grandes del mundo salen de Corea, donde te dan un barreño en lugar de casco en el ejército. El que nos hablaba se va un día de verano a la playa y le jode la fiesta a doscientas mil personas con el eclipse solar que se monta inmediatamente. Además del exceso de testa, tiene un inglés pachanguero de esos que por más voluntad que le pones no llegas a entender. La presentación de cultura que había preparado era gigantesca. Primero nos mamamos la estructura completa de la empresa en Japón, con nombres, fotos y relatos de la vida de todos y cada uno de los jefillos. Yo juraría que era siempre la misma foto y lo que cambiaba eran las corbatas, ya que todos me parecen iguales. Después vino la presentación de todos los equipos deportivos patrocinados por la compañía en Japón. A esas alturas había gente dormitando pero lo mejor estaba por llegar.
A un compañero se le ocurrió pasar la bandeja de las galletas y la gente empezó a coger y comer. Cuando llegó al de Star Trek trincó un par de ellas y al masticar sus antenas comenzaron a dar pitidos y se acoplaron al micrófono del japonés que miraba extrañado sin saber que estaba sucediendo. Cada mordisco que daba se acoplaba al micrófono del otro sin que el sordo se diera cuenta mientras nosotros nos desbolichábamos y le pasábamos la bandeja de las galletas para que siguiera comiendo. Fue algo memorable. Llegó un momento en que el asiático optó por prescindir del micro y gritar y justo ahí llegó el turno a la comida japonesa. El hombre pretendía demostrar que toda la comida de ese país asiático ha sido copiada de la comida holandesa y se quedó tan ancho con su presentación. El sushi fue una copia del haring, los poffertjes, olliebolen, croquetas, stampot y demás delicias culinarias fueron incorporadas a la dieta japonesa que hasta ese momento era únicamente de arroz. Lo dijo y yo creo que hasta se lo creyó él mismo. Además nos confirmó que toda la información la había obtenido de Internet y era tan cierta como la vida misma. La mitad de la gente se quería marchar y dejar de perder el tiempo con aquella patochada pero los dos espías que nos habían colocado les frenaban.
Cuando llegó el turno de preguntas lo premiamos con un silencio sepulcral solo roto por la pregunta del sordo al japonés, que más que pregunta fue un ruego para que le pasara la bandeja de galletas que estaba a su lado porque las otras estaban vacías. El de los ojos rasgados no entendió nada y se quedó descolocado mirando y tratando de captar el concepto mientras nosotros corríamos hacia la salida y lo dejábamos allí tirado.