Os voy a contar un secretillo. Algo que muy pocos han sabido. Desde el domingo he estado en Gran Canaria de vacaciones. Ha sido una visita de incógnito. Para recuperar energía, tirarme al sol un montón de horas al día y por descontado, celebrar la noche de San Juan metiéndome en el océano Atlántico a medianoche. No he visto a casi nadie y el único que ha figurado en mi agenda todos los días ha sido el sol y la playa. Vuelvo a lucir un moreno playero, vuelvo a estar con las baterías cargadas y el domingo por la mañana regreso a Holanda para comenzar el verano nórdico.
Cuando acabe la participación holandesa en el mundial distorsiones se pondrá la ropa de verano y aclararemos la casa para que se sienta el fresco. Cruzaremos el verano entre historias cortas, sucedidos de una vida del revés y similares. Esta bitácora no cerrará por vacaciones y seguiremos con nuestro retorcido camino.
De los días que he pasado en Gran Canaria lo que más me choca es algo que ya me temía pero sobre lo que ahora estoy convencido: Yo ya no puedo volver a vivir a España. No soportaría la gente gritando en todos lados, ni los conductores que van de rally por las calles, ni la imposibilidad de ir en bicicleta, no podría ver la televisión española ni escuchar la radio. No me siento identificado con el rumbo que lleva el país y tampoco veo que ninguna de las alternativas valga mucho más que los que están en el poder. Escucho a la gente hablar y el mercado laboral solo se puede defender como una mierda y no tengo paciencia para comer el culo a jefillos incompetentes que abusan de la gente para satisfacer su impotencia. Yo tampoco viviría con los sueldos miserables que se pagan aquí y me niego a pagar una hipoteca que se come tu salario solo para poder comprar un cuchitril en una colmena con paredes de papel que terminarás de pagar el día que los tuyos lloran por ti en tu velatorio.
Seguiré en el norte y en lugar de prorrogar mi estancia allá arriba un año más, como solía hacer hasta ahora, creo que no me plantearé volver al menos hasta dentro de diez años. En seis días se cumplen seis años de mi marcha del país y ya va siendo hora de aprender el idioma del país que me ha adoptado. No necesito mucha más integración porque por suerte gran parte de mis amistades son holandesas. Observaré desde allá arriba lo que sucede en el sur de Europa y seguiré escuchando los lamentos y las quejas de los que quedaron atrás y pese a su insatisfacción no hacen nada por cambiar su país desde la base.
Mañana por la mañana vuelvo a casa.