El otro día estuve ayudando al chino a montar su nuevo dormitorio de Ikea. Cuando me dijo que lo había comprado casi me desmayo de la impresión. Es la primera vez en la historia que el chino compra muebles nuevos. Se ha comprado la cama, el aparador y un armario monstruosamente grande. El chino casi no tiene ropa pero debe tener planes para comprar millones de cosas porque el armario es de 243 centímetros de alto, un metro veinte de ancho y sesenta centímetros de fondo. El techo de su casa tiene 244 centímetros así que queda escasamente un centímetro libre. Para ensamblar semejante mamotreto nos la vimos bien jodida. Yo soy uno de los cinco campeones de montaje de los muebles de esa empresa sueca, pero si mi compañero de curro jamás ha estado expuesto a dichos muebles es casi una misión imposible. El chino agitaba el cabezón y trataba de descubrir el lado oculto del dibujo que tiene un cacho de madera y tres tornillos y hay que ponerlos juntos. No hay más ciencia, hasta mis amigas canarias podrían hacerlo, pese a sus graves carencias intelectuales de todos bien sabidas. Sin embargo el asiático estudia el dibujo durante diez minutos para al final decir: Eso es lo que yo quería decir. Algo que podríamos haber hecho en un par de horas nos tomó siete. Con la cama fue la pesadilla máxima, yo frito por acabar y mi amigo dale que te pego a mirar y remirar el puto dibujo. Terminé por pasar de él y montarla yo solo. Para cuando acabó con las instrucciones yo ya la tenía hecha y sólo por ver su cara mereció la pena. Le pregunto por el colchón y me dice que no lo ha comprado porque piensa reutilizar el colchón que recibió en 1998 de otro chino y que ha usado desde esa época, aunque por no tener cama siempre lo tuvo en el suelo. El colchón tiene unos lamparones marrones de cuidado, pero yo todo sonrisas, que ya me conozco a la parroquia y si le digo algo terminamos en una de esas discusiones surrealistas.
El colchón encima no terminaba de encajar con la cama, pero nada que no se pueda arreglar con un poco de presión aquí y allí. El chino es también agradecido y me invitó a cenar en un restaurante chino que tenemos en nuestro barrio. Según entramos nos dio mal rollo, porque nosotros para esto de la comida del Imperio Asiático somos muy exigentes. La camarera era china pero no entendía a mi amigo, lo que atribuimos a que era de la rama pobre de la raza y hablaba chino cantonés, en lugar del elitista y privilegiado chino mandarín. La tía parecía más tonta que una modelo. Le explicamos que no queríamos cubiertos, sino palillos y se le cruzó la compresa del susto. Se marchó, conferenció con los otros, volvió, se fue nuevamente y después de arduas gestiones consiguieron unos palillos para nosotros. Le explicamos que cuando se come con palillos no se usa plato sino un cuenco pero el concepto no terminó de cuajar y nos tuvimos que joder. Por esto perdieron veinte puntos. Cuando pedimos el menú en chino y nos dijeron que solo tenían menú en holandés perdieron cincuenta puntos más.
La observación meticulosa del menú nos terminó de acojonar. Estaba pensado para incultos e insensibles rubios cabeza de queso sin conocimiento de una cultura milenaria. Optamos por una aproximación conservadora y pedimos un par de platos que conocemos. Para las bebidas nos fuimos al té chino, como hacemos siempre y la tía no tenía ni puta idea. Otro disgusto y diez puntos menos. Ya por ahí sabíamos que no iba a haber propina. La comida llegó pronto y he de decir y jurar y perjurar que no era muy buena. De mediocre tirando a mala, como la que se puede comer en cualquier chino de Gran Canaria, con esos platos atiborrados de salsa para tapar la carne de gato y de rata que usan. Por la comida les quitamos quince puntos más, así que concluimos que de cien posibles puntos consiguieron cinco. Jamás volveremos a pisar dicho local.
Volvimos a casa de mi colega para continuar montando los muebles porque esto sucedió entre medias. Al día siguiente me dijo que durmió fatal porque la cama es muy alta ya que está acostumbrado a dormir a nivel del suelo y porque el somier le está matando. Me lo encontré en el tren ya que yo voy en bicicleta hasta la estación y el va en guagua, al menos hasta que se compre una bicicleta que pueda dejar en la estación (o sea, una nueva bicicleta de dudosa procedencia) o una que pueda doblar y llevar con él en el tren (como La Macarena de un servidor).