Todos la hemos visto en alguna ocasión y a más de uno lo ha sacado de un apuro. Hay quien se empeña en negar su existencia y quien lo camufla de múltiples maneras por vergüenza. Me refiero a la fea del bar esa que siempre completa cualquier grupo de chicas y de la que los machos siempre nos reímos.
Quien no ha estado con los colegas tomando unas cervezas y partiéndose la polla de risa con ese grupo de chicas entre las que destaca una que asusta hasta al hombre del saco. La seguridad que nos da la manada nos permite reírnos de ella, exaltar sus puntos negativos y obviar la belleza interior, ese mito creado por una mujer para vender a su familia el viejo de ochenta años con el que se casó por ir en un coche deportivo. Lo he dicho, lo repito y lo volveré a decir las veces que haga falta, la belleza interior no existe, lo que ves es lo que hay. Afróntalo, estás con él por su vehículo, por su dinero, por su trabajo, por su apartamento de diseño o por su rabo del tamaño de un bate de béisbol. No estás con él por su belleza interior. Lo mismo se puede aplicar a ellos. Estás con ella por una sola y sencilla razón, por aquello que ocupa el cien por cien de tus pensamientos en estado de reposo. Estás con ella porque folla y te da igual que tenga los dientes torcidos, que las tetas vayan a diferentes alturas y que sus bragas sean del tamaño de velas de buque escuela. Por eso tendemos a elegir a la fea del bar frente a las otras opciones. Porque esa queridos amigos, esa fornica, copula, coge o como queráis llamarlo. Las otras quizás lo hagan o quizás no, pero cuando uno es un ser simple y altamente especializado en una sola función, cuando lo único que queremos es vomitar nuestra carga y empezar a recargar inmediatamente, entonces no podemos perder el tiempo flirteando y aguantando las polladas de una que se lo tiene muy creído y que piensa que el universo gira a su alrededor, no queremos pasar por toda una batería de estadios para poder estrujar la flor de su secreto y en nuestra búsqueda simplificamos criterios, reducimos los niveles de exigencia y echamos mano de lo más asequible, que no es otra que la fea del bar.
Por supuesto lo primero que hacemos es ocultar que ella existe. Nos separamos de la manada, cambiamos de antros e incluso de ciudad si es posible. Quedaremos con ella en algún lugar con garantías de anonimato y desplegaremos todo nuestro encanto con el único objetivo de mojar el churro. Tarde o temprano toda esta estrategia fallará, alguien nos verá en el momento menos oportuno en el sitio equivocado y las líneas telefónicas echarán humo. Sonarán los tambores de rumores y la noticia correrá como la pólvora en nuestro círculo social: Está con la fea del bar, el tío es que tiene un estómago que no veas. Lo primero es negar, una, dos, tres o mil veces si hace falta. Hombre por Dios como voy a estar con ese callo malayo, no me insultes, antes vomito y frases similares. A veces con esto es suficiente y logramos acallar los rumores. Si la evidencia es irrefutable se juega la carta de la borrachera, la de las lagunas mentales, la del sucedió pero no me acuerdo y similares. Casi siempre el rumor se propaga porque ella se vanagloria de su caza con sus amigas. Les manda un mensaje claro y contundente: seré fea, torcida y cojitranca, pero yo follo con el yogurín y vosotras seguís a base de pepinos, berenjenas y bananas. Llegados a este punto no hay forma de ocultarlo. Es el acabose social, el armagedón, el fin de nuestros días. Un enorme cartel luminoso brillará sobre nosotros día y noche señalándonos y marcándonos para siempre. El mensaje es rotundo: el folla con la fea del bar.
Durante unos días, semanas quizás, caeremos en una espiral de destrucción. Borracheras, desesperación y al final del día, sexo con la fea del bar. Después de un tiempo uno se acostumbra y ya como que no le importa. En ese momento la agarras del brazo y vuelves a los lugares en los que se encuentran tus amigos y la defenderás a capa y espada por su belleza interior, porque tú ves aquello que nadie parece ser capaz de ver, porque tú eres el que empuja por detrás mientras le tiras del pelo y la cabalgas como una yegua salvaje procurando no verle la jeta. Esta es la fase más satisfactoria y al mismo tiempo más dura. Tendrás que acomodarla socialmente y convencer a la pandilla para que no salgan corriendo al baño a vomitar siempre que llegas con ella del brazo. En esta fase pueden suceder dos cosas. O sigues con ella pa’ los restos o las guapas del grupo, esas que teóricamente no follan porque están por encima del bien y del mal comenzarán una cruzada para rescatarte y devolverte a la luz, para enderezar el timón y que tu barco vuelva a navegar hacia el norte. Si eres tan afortunado como para llegar a esa situación, tendrás sexo con las de la belleza exterior, esos cuerpos anoréxicos y esos pechos turgentes que sirven de envoltorio a una esponja de baño porque ahí dentro no hay cerebro. Cabalgarás nuevamente, pero en esta ocasión de frente, por delante, mirando a la cara sin tener que cerrar los ojos y concentrarte en las fotos de las viciosillas que anuncian el champú por la tele. Habrás logrado llegar al Valhala, al paraíso terrenal. Es más que probable que después de un tiempo dejes a la guapa hastiado de tanta belleza exterior, de tantas horas de espera para que se termine de maquillar porque quiere estar perfecta, de tener que sonreír mientras ella saluda a otras sujetándote del brazo para demostrar quien ha sido la salvadora del macho caído en desgracia. Volverás a mirar a tu alrededor y a buscar a una que tenga carne donde agarrarse, que quizás no sea jódidamente fea pero que al menos de el pego como chica del montón, que aúne las virtudes de ambos mundos y esa será la elegida, the chosen one y con esa te dejarás crecer barriga, te pegarás lo grandes eructos y la reventarás a peos (pedos) mientras ella sonríe encantada de la vida porque ella fue la que al final se llevó el premio.
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