A partir de hoy me quedan siete días para saber si continúo trabajando en la empresa en la que he estado los últimos cuatro años y medio o me ponen en la puta calle. La semana que viene, el martes como muy tarde se supone que nos anunciarán uno a uno el resultado de la votación del público. Ya han salido las nominaciones y parece ser que ando nominado. Como miembro del reverso zarrapastroso he trabajado activamente para llegar a este momento en la mejor de las condiciones. Las razón para mi nominación es el ser uno de los últimos en haber llegado a la empresa, porque lo creáis o no en los últimos cuatro años han estado más ocupados echando gente que contratando. Existen decenas de rumores y especulaciones sobre los criterios en los que se basarán para echar en esta ocasión. Si miramos la eficiencia y la capacidad de trabajo soy uno de los ganadores y me salvo. Si sólo miramos el tiempo que llevo en la empresa entonces soy un perdedor. El sistema holandés de poner en la puta calle utilizando la expresión favorita de la mala bestia que fue mi jefe en la última empresa española en la que trabajé es bastante exótico. Según el protocolo, se divide a los empleados en grupos de edad y después se reparte el total de gente a echar entre esos grupos procurando que el número de gente botada entre los más jóvenes y más mayores sea menor. Estos días circula por el trabajo una lista con todos los empleados y las fechas de nacimiento y tenemos varios empleados que se ocupan activamente de mantener esa información al día. Esos mismos pertenecen al grupo de los que no dan un palo al agua.
Hasta ayer me preocupaba un poco el que me echen. Siempre he sido yo el que ha elegido el momento de marchar y continuar el camino y en cierta forma me hacía sentir incómodo el considerar que podían largarme. Ayer por la noche fui al cine, vi una película y ahora pienso que soy bastante afortunado por haber llegado hasta aquí y no creo que deba preocuparme. A lo largo de los años he tomado decenas de decisiones polémicas y siempre las cosas han salido bien. Llamadlo potra o azar pero lo cierto es que estoy en donde quiero estar. En realidad soy muy afortunado. Dejé atrás mi país, mis amigos, mi familia y todo ha salido bien. No he perdido nada y he ganado un montón de experiencias, momentos, nuevas amistades, satisfacciones y vivencias que jamás habría podido disfrutar de no haber tomado las decisiones que tomé.
Dentro de siete días quizás sea la hora de volver a moverse y buscar nuevos retos o quizás sobreviva a las nominaciones. Permaneceré en Holanda porque esta es mi casa, este es mi mundo y aquí quiero seguir. Aquí están mis amigos, los mismos que me arropan estos días llamándome, quedando para salir y quitándome el tiempo que suelo emplear en escribir. Hace casi seis años, el día que di el salto no pensé que encontraría una familia en este lado y así ha sido. También encontré la bruma que me hace creer que vuelo sobre las nubes cuando corro en las frías mañanas de invierno con la bicicleta o los tulipanes que me arrancan lágrimas todos los años cuando visito el Keukenhof y veo toda esa belleza o los paseos en barca por los canales y las noches en bares pequeños y repletos de gente hablando y tomando cerveza con los amigos mientras desgranamos los misterios de la vida. Es aquí donde camino en otoño por los bosques fotografiando setas y donde me baño en lagos de aguas turbias las escasas tardes de verano en las que el calor aprieta tanto que no nos importa el color de ese agua empozada o esos paseos por museos abiertos una sola noche cada año para que almas oscuras como la mía puedan visitarlos sin necesitar gafas de sol. En este lugar ilumino las infinitas noches de invierno con velas y al calor de un tazón de sopa de tomate veo la lluvia caer y aquí nos abrazamos al despedirnos en estaciones de tren sabiendo que habrán otros encuentros. En estas tierras tomamos cervezas en terrazas rodeados de turistas que corretean por Amsterdam buscando algo que no parecen encontrar y cenamos mientras el fuego de una chimenea crepita a nuestro lado y las sonrisas se llenan de sombras que bailan por nuestras caras.
Creía que quizás tendría un problema pero no va a ser así. Sin buscar ya me han ofrecido trabajo. Sin estar en paro ya hay gente que cuenta conmigo para otros proyectos. Sin que se sepa si formaré parte del nuevo proyecto ya hay gente en la empresa dando la cara por mí y actuando de embajadores que pregonan mis virtudes y perdonan mis defectos.
Dentro de siete días podré ver más allá del horizonte y sabré hacia donde me lleva el futuro inmediato…