Una guitarra desgrana cálidos lamentos que acarician mis oídos. Unos punteos liberados aleatoriamente me erizan el vello y velan mis ojos. Una orquesta que se agarra a esos sones y los arropa creando una melodía que abre corazones y cierra heridas.
Mi espíritu se levanta y vuela sobre campos verdes con bordes pintados en agua, líquido cuasi helado que transita cansinamente por autopistas cuadriculadas que lo engañan y le impiden darse cuenta de que estamos bajo el nivel del mar y que es a ese líquido al que corresponden estas tierras.
Árboles solitarios muestran su desnudez y anhelan la primavera que los vestirá con hojas y los acompañará con vacas, patos y ovejas que buscarán su sombra. Pequeños pueblos repetidos una y mil veces sin que sus habitantes se den cuenta de ello.
Barcos que se adentran en Europa cargados de esperanzas y sueños depositados en ellos por ciudadanos de otros países que envían a esta tierra la producción de sus granjas con la esperanza de lograr un futuro mejor para los suyos.
Nubes presurosas que temen no alcanzar a tiempo el horizonte y corren por nuestros cielos grises en pos de paisajes lejanos sin siquiera prestarnos atención, acompañadas de un viento silencioso que las anima a continuar su eterna carrera contra el sol.
Bicicletas caídas a la entrada de una estación de tren, apiladas como si trataran de darse ánimos unas a otras, como si buscaran entre ellas la comprensión que sus descuidados dueños les niegan, temerosas de que llegue el día en que las dejen tiradas en cualquier lado.
Niños rubios que persiguen patos a los que previamente han dado de comer pan, tratando de alcanzarlos para abrazarlos entre sus pequeños brazos y acunarlos cantándoles alguna de esas canciones que escuchan por las noches antes de adentrarse en el reino de los sueños.
Campanas que tañen en la lejanía anunciando horas que han pasado y prometiéndonos horas que están por llegar y que quizás vengan acompañadas de tiempos mejores, aunque los pasados han cumplido sus ciclos gloriosamente.
Suspiros de amantes junto a un canal con sus frentes pegadas y vahos de vapor que los fusionan y los convierten en uno. Silencios cansinos que enloquecen sus encuentros y les hace temer ese momento en el que tendrán que separarse.
Una guitarra que dicta cátedra y despierta emociones allí por donde pasa sin siquiera darse cuenta de su maravilloso poder. Una canción para empujarnos hacia la melancolía y recordarnos que al final del día siempre vendrá la noche, hasta el final de los tiempos.