Alucina, vecina. Mi amigo el chino se ha comprado casa esta semana, siguiendo mi exitosa estela. ¿Y dónde se la ha comprado? ¿en China? Poz No, ¿en Hilversum? Poz No, ¿en Utrecht? Po Zi y más concretamente en mi puta calle. Ya sé que parece increíble pero es real como la vida misma. Vamos a ser super-vecinos, casi puerta con puerta. Yo que pensaba que iba a dejar atrás toda mi vida y a mis conocidos y estos se aprestan a seguirme. Ya he pasado la noticia al turco a ver si se apunta, aunque este me ha dicho que esto huele a mariconeo del fino y que por ahora se queda en su apartamento junto al hotel Amstel, el mismo en el que se rodaron un montón de escenas de la peli esa en la que el Brad, el George y una banda de metrosexuales de mierda planeaban y ejecutaban un atraco en la capital neerlandesa.
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La vida fuera de la red
Esta semana está siendo fascinante. Por primera vez en un montón de tiempo vivo fuera de la red, aislado y sin conexiones con la misma. La culpa es de mi vecindario. Toda la chusma se ha ido de vacaciones y han decidido apagar sus flamantes routers wifi desprotegidos y llego yo y me encuentro que no hay de quien colgarse. Podría ir a la playa de las Canteras, pero ¿para qué ir a esa playa cuando a trescientos metros tengo una que le da una y mil vueltas?
Visto el panorama, me estoy centrando en la meditación, escuchar audiolibros y completar sudokus, que es algo como muy de moda y que hasta los descerebrados como yo podemos hacer. A la vuelta de las vacaciones me esperan tres meses de locura entre la casa y el trabajo. Estoy embarcado en más guerras de las que puedo abarcar en la empresa. Sobre mis espaldas ha recaído el sacar adelante el mayor proyecto en que nos hemos metido y por más que la gente trata de ser positiva y tal y tal y tal yo sigo viéndolo muy oscuro y a día de hoy sigo gritando que mejor tiramos del freno de emergencia y saltamos antes de que descarrile la cosa, pero no parece que me quieran hacer caso. Así que seguiré a cargo de la máquina hasta que nos estampemos, como buen kamikaze. Por si eso no fuera poco, el otro gran proyecto que debería estar funcionando a finales de año también pasa por mis manos. Ese pinta mejor, aunque después de que algo que se tenía que haber hecho en tres meses siga sin acabar de salir tras año y medio, a mí ya no me queda mucha fe.
Otro asunto que está rulando por aquí y del que no hablamos es la operación de cambio de seso de uno de mis compañeros de trabajo. Los que se subieron a Distorsiones antes del 2002 saben de qué se trata. Aún recordamos con estremecimientos de terror la carta que nos mandó a todos anunciando su cambio de sexo y que yo publiqué a través de la lista de distribución. Desde entonces es un tema de conversación recurrente con mis amigos. Todos quieren saber. El poder ver todo el proceso es un privilegio. Han sido cuatro años en el que uno de mis colegas de trabajo se ha ido retocando y modificando para convertirse en una colega. El pasado nueve de agosto se produjo el corte final, el tijeretazo que puso fin a la vida de su pene y el nacimiento de su chocho. Aprovecharon para ponerle más tetas. Ahora sólo nos queda esperar. A finales de septiembre volverá al trabajo, con un peso menos entre las piernas y dos tallas más de sostén. Aquellos que han sabido jugar sus cartas recibieron el soplo tan esperado y han podido ver su página en Internet, con esas fotos terroríficas, particularmente aquella en la que sale en bikini, con la polla entre las piernas, toda sudada y rozada por ir en tamaña posición. Aquellos otros que no me inspiran confianza podrán seguir pidiendo ver esas fotos, aunque desde ya os aviso que no cederé a vuestros chantajes.
Y en estos próximos meses que se avecinan revueltos, Distorsiones posiblemente sufrirá con tanto cambio. De entrada, desde el 8 de Octubre estaré aislado y mi única conexión con la red será en el trabajo. Aún no se sabe cuanto durará esa pausa, dependerá de la empresa que me tiene que conectar a la red en mi nueva casa, a menos que consiga alguna conexión desprotegida en aquel barrio. También crearé una nueva categoría en la que podréis ver el estado de la vivienda antes, durante y después de los cambios. Será como la casa del gran Gitano pero a lo payo. No habrá tropecientas mil cámaras pero sí fotos tomadas desde lugares estratégicos. Veréis la muerte de la vieja cocina, la preparación para su sucesora y el nacimiento de esta, veréis como el baño es aniquilado y uno nuevo toma su lugar, veréis los muebles que vaya comprando según lleguen a la casa y como mi economía pasa de los números negros a los rojos. Es muy probable que documente la mudanza y el abandono de mi viejo hogar, esa entrañable vivienda en Hilversum por la que habéis pasado muchos de vosotros y en donde conocisteis a los franceses primero y más tarde a la china y a la bestia de su hija.
Todo esto aderezado con cine, literatura, un nuevo diseño para celebrar el otoño y más historias del turco, del chino y de todo el que se cruce en mi camino. Seguiremos viendo la vida pasar y Dios mediante, estaremos todos aquí para celebrarlo.
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Mareas del Pino
En Gran Canaria a las mareas que se producen entre finales de Agosto y principios de Septiembre se les llama mareas del Pino, en honor de la virgen que es la patrona de la Isla. Si hay una razón para que se produzcan estas mareas la desconozco, sólo sé que desde siempre han estado ahí. Este año han llegado un poco antes de lo que suele ser habitual. Mi primera visita a la playa y me encuentro que todo el mundo se atrinchera en la parte más cercana a la avenida y la diversión principal es mirar a los retardados que llegan, ven el panorama y se van directos a la zona de la orilla y montan el chiringuito. Incluso el mar parece divertirse con ellos. Después es cuestión de esperar. Todo el mundo los mira, atentos a la jugada. Tras un rato, una ola mayor que las demás los cubrirá de agua, arruinando toallas y esparciendo todas sus cosas. Los afectados saldrán corriendo y tendrán que ponerse en la parte de atrás de la playa, mientras todos nos reímos de ellos y disfrutamos de su desgracia.
Las mareas del Pino limpian las playas después del trasiego del verano y sirven además para que dos bandas tradicionalmente enfrentadas combatan sobre sus olas. Se trata de los surferos y los bugueros. Los unos se ven elegantes y los otros osados. Ambos tratan de domar las salvajes olas que golpean incansablemente la costa. Se pasan horas en el agua, intentando una y otra vez la cabalgada perfecta, aquella en la que traspasan el límite y una dosis masiva de adrenalina les proporcionará un placer máximo.
Otra de las especies que destapan estas mareas es la de las abuelas. Tratan de impedir que sus nietos corran hacia esas aguas turbulentas. Las ves como tortugas enormes que persiguen esos pequeños renacuajos. Los chiquillos las esquivan y se lanzan hacia las olas y esas señoras ya mayores tratan de detenerlos, llenas de dolores y con movilidad reducida. Los chiquillos ignoran sus gritos, la única parte de sus cuerpos que tras estos años sigue funcionando al 120 por ciento. Los gritos de estas ancianas impiden la siesta de los mendas como yo. Es imposible concentrarse cuando una vieja se desgañita a gritar cerca de uno.
Finalmente estas mareas o quizás este verano ha traído una nueva vergüenza a nuestras playas, algo que jamás pensé ver. Se trata de las chichonas que ahora usan bragas bajo los bikinis. No se me ocurre algo más vulgar que llevar las bragas por fuera del bikini con gran insolencia. Hasta este verano ese dudoso mal gusto lo ostentaban los pollabobas con bañadores Sandex, (o como quiera que se escriba) que siempre llevan calzoncillos debajo, pero no cualquier tipo de gallumbos sino los que venden las gitanas por las calles con sus dibujitos de rombos y similares. Ahora que les ha salido competencia me pregunto como reaccionarán ellos y cual será la tendencia del año que viene.
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Veleros, recuerdos y una virgen aérea
Este último viaje a Gran Canaria ha sido algo atípico. En lugar del tradicional recorrido al aeropuerto, lo hice en dos etapas y primero estuve en Ámsterdam para ser testigo del Ámsterdam Sail 2005. Salí temprano de mi casa para poder verlo todo y cogí el tren para la estación de Ámsterdam Central. En los últimos días ha habido muchas dudas en el país sobre si iba a ser posible llegar en tren a dicha estación después del accidente del pasado lunes, cuando un tren de pasajeros descarriló y escoñó las líneas de tensión que alimentan a los trenes. Es el tercer accidente de este tipo que sucede en lo que va de año y comienza a levantar serias dudas sobre la profesionalidad de la compañía que se encarga del mantenimiento de las vías.
Una vez en la estación dejé mi equipaje en la consigna, lo cual no fue fácil ya que han puesto más controles de seguridad que los que se ven en el aeropuerto. Una vez pasas por este escrutinio has de encontrar la taquilla que vas a usar y meter los cachivaches dentro. A aquella hora ya no quedaban muchas libres, así que me imaginé que aquello más tarde sería el acabose.
En lugar de salir de la estación por la puerta principal, sales por la parte de atrás y ya estás en el Ámsterdam Sail 2005. Cada cinco años vienen veleros de todo el mundo y durante seis días Ámsterdam se convierte en la capital náutica del mundo. Ya estuve en el año 2000, recién llegado a Holanda y junto con la Floriade, que sucede cada diez años y el Keukenhof forma el trío de mis atracciones favoritas en este país. En esta ocasión se esperan unos dos millones de visitantes durante estos seis días.
Las siguientes tres horas fueron un paseo entre veleros y otros tipos de barcos, fotos que tendréis la ocasión de ver próximamente. La mayor parte de los veleros permiten la entrada y se forman grandes colas. Hace cinco años ya entré en bastantes de ellos y los restantes los he visitado en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria. Este paseo ha abierto el baúl de los recuerdos. En el año 1992, durante las celebraciones del quinto centenario del descubrimiento de América hubo una regata que salió de la península, pasó por Gran Canaria y siguió rumbo hacia el nuevo continente. En aquella ocasión también fueron cientos de veleros y muchos buques escuela. El puerto de Las Palmas fue una fiesta gigantesca y recuerdo que pasé unos días geniales deambulando por allí y entrando a ver estas maravillas flotantes. También recuerdo que pude ver esos barcos enfilar hacia América desde Juan Grande. En aquel verano yo trabajaba con mi amigo Sergio en la puesta en marcha del primer turbo gas en la central eléctrica de ese municipio. Estábamos allá abajo cuando vimos los barcos llegar desde el puerto de Las Palmas de Gran Canarias, soltar velas y adentrarse mar adentro empujados por la fuerza del viento. Fue algo mágico.
La sensación hoy era la misma. Hueles la sal del agua, ves los barcos balanceándose suavemente y las tripulaciones siempre trabajando, siempre pintando y limpiando y arreglando esas joyas acuáticas. En lugar de hacer cola durante media hora o más opté por pasear y hacer fotos como un loco. Entré únicamente en un pequeño velero perteneciente al sultanato de Omán y en un barco de la armada neerlandesa llamado el Rótterdam. El barco omaní no tenía mujeres, como supondréis y los hombres iban vestidos con un traje diferente al que usaban los ciudadanos de su país. El barquillo no es muy grande pero estaba muy bien cuidado. El Rótterdam es una mole enorme que lleva en su interior un montón de tropas y equipamiento para desembarcos. Cuando estás en cubierta, a unos quince metros de altura, se pueden ver unas vistas preciosas de todo el evento.
En todo el recorrido habían puestos de comida, bebida y souvenirs. Hace cinco años no estaba tan mercantilizado como ahora. Es curioso porque no se puede pagar con dinero. Hay que comprar unas monedas que son el único medio de pago aceptado en todos estos puestos. De vez en cuando hay unos pequeños bancos en los que se compran las susodichas. También se paga por los baños, lo cual despierta siempre la picaresca de la gente, que aprovecha cualquier rincón para aliviarse.
También recuerdo que hace cinco años el ayuntamiento recién comenzaba a rehabilitar esta zona, una parte del puerto que había caído en franca decadencia. En aquella época, sólo las pequeñas islas en las que vive un montón de gente estaban arregladas. El resto era un amasijo de ruinas y naves decrépitas y llenas de graffittis. Ahora tenemos la terminal de cruceros, el nuevo auditorio y un montón de edificios con espectaculares diseños. Hay también un nuevo puente para cruzar hacia esas islas y también han puesto líneas de tranvías. Me pregunto como estará dentro de cinco años cuando vuelva a celebrarse. Ya os lo contaré porque pienso volver.
En un par de momentos de este paseo hay que coger unos barcos de transporte que te llevan de una a otra isla y finalmente de vuelta a la estación central. Esos barcos, pagados con los impuestos de la ciudad operan todo el día con bastante frecuencia. Por culpa de este evento van como cualquier barcaza hindú, cargados hasta los mástiles. No lo he dicho, pero al mismo tiempo que la gente camina junto a los barcos, por el canal miles de pequeños veleros, motoras y cualquier cosa que se pueda mover en el agua se mueven en una cabalgata eterna mirando también esas naves majestuosas. Es como una gran avenida con un monstruoso atasco de tráfico, solo que la avenida es un canal. Los ferries han de cruzar cortando el tráfico y siempre se producen situaciones complicadas.
Al volver a la estación, con el tiempo más o menos justo para irme al aeropuerto, fui a recoger mi equipaje. De nuevo tuve que pasar por los controles de seguridad y cuando entré en la consigna estaban todas las taquillas ocupadas. Me dirigí a la mía y cuando la abrí para sacar mi equipaje llegaron tres negras corriendo. Saqué mis cosas y una de ellas lanzó su mochila dentro del casillero. La otra empezó a gritarle que ella estaba primero y acabaron a hostias, tirándose de los pelos y diciéndose unas lindezas que no veas. Yo me quedé a un lado viendo el espectáculo, mientras los de seguridad corrían a separar aquellas dos tipas que eran capaces de matarse entre ellas sólo por conseguir una taquilla en la que poner sus cosas. Cuando el espectáculo hubo acabado cogí el tren y me marché a Schiphol. Al contrario que en las ocasiones anteriores que he ido a Gran Canaria en el año en curso, en esta ocasión voy desde Ámsterdam. También vuelvo a volar con Martinair, posiblemente mi compañía aérea favorita. Vuelan directos a Gran Canaria, siguen dando comida y bebida en los aviones y las azafatas son unos soles.
Del vuelo poco que contar. Un MD-11 configurado con clase turista únicamente y 393 almas dentro. Son los modernos transportes de ganado. A mi lado se sentó una pareja en la que el tío debía rondar los cuarenta y la unidad femenina era de esas barely legal, si llegaba a los diecisiete era un milagro. Además de la diferencia de edad era la primera vez para la pipiola. Jamás antes había puesto su culo en el asiento de un avión. Estaba más tensa que los sostenes de Pamela Anderson. Lo miraba todo y el hombre la iluminaba con su docta sabiduría adquirida en vuelos anteriores. Cuando el trasto se empezó a mover, ese pajarraco enorme, la tía poco menos que gime del gusto y al entrar en pista y empezar a correr para levantar el vuelo, entre ella y una chiquilla gritaban como locas. Una lástima que ya no se permite fumar en los aviones porque esa una vez despegamos lo que necesitaba era un pitillo para sentirse realizada.
El resto del viaje pasó sin pena ni gloria, entre comida, película, aperitivos y tienda libre de impuestos con precios abusivos, o sea, lo habitual en estos casos.