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  • El Roque Nublo con el Teide al fondo

    22 de junio de 2005


    Roque Nublo con el Teide al fondo, originally uploaded by sulaco_rm.

    Otra vista del Roque Nublo, en esta ocasión con el pico Teide al fondo. La foto fue tomada desde los Pechos, el punto más alto de la isla de Gran Canaria, por encima de los mil novecientos metros. Creo que el Roque que se ve en la parte inferior derecha es el Bentaiga, pero no estoy muy seguro. Estuve tentado de aplicarle algún filtro y hacer el cielo de un azul más fuerte, pero al final decidí dejarlo como salió. La Rana parece mirar al Nublo desde donde se encuentra.

    Personalmente me parece una imagen magnífica, con los símbolos de Gran Canaria y Tenerife juntos. Me hubiera gustado tener un mar de nubes entre ellos, pero supongo que no se puede conseguir todo.

  • El tórrido regreso a casa

    21 de junio de 2005

    Llego a Rótterdam y hay veintiocho grados de temperatura. Suena muy bien, pero el problema es que los veintiocho grados holandeses no tienen nada que ver con los canarios. No sé si es por la humedad o por qué otra razón. Según las páginas que suelo visitar, la humedad relativa es del sesenta por ciento. Sin embargo parece del cien por ciento. Cuando salgo del aeropuerto cojo una guagua sin aire acondicionado. Conmigo iban bastantes pasajeros, así que vamos allí dentro sudando como cochinos. Cruzamos nuevamente los barrios en donde vive el lumpen de la ciudad.

    Cuando la guagua nos deja en la estación, estoy más sudado que las bragas de la veneno. Corremos hacia la estación para buscar refugio y aire acondicionado. Por desgracia no lo hay y aquello es una sauna enorme. Miro del derecho y del revés los paneles que anuncian los trenes y no doy con el que me tiene que llevar. Me acerco a información a preguntar al empleado de turno, el cual estaba hablando con una amiga sobre el sexo de los ángeles y me ignora durante cinco minutos, hasta que mis carraspeos y zapateado lo enervan lo suficiente como para echarme un ojo encima. Me informa que por culpa de un mantenimiento programado no hay trenes con Utrecht y para volver a casa tendré que hacerlo via Schiphol. Me supone media hora más lo que me permitirá recuperar el dinero de mi viaje en tren, al igual que sucedió en el trayecto de ida. El tren viene con diez minutos de retraso. Cerca de mí en el ánden hay un hindú más perdido que Yola Berrocal en una biblioteca. El hombre lleva maleta, por lo que imagino que quiere ir al aeropuerto de Schiphol pero no sabe como hacerlo. Trata de preguntar a la concurrencia pero la gente no está por la labor de explicarle y finalmente termina viniendo hacia mí, visto que yo llevo el mismo uniforme que él (maleta y mochila a punto de reventar). Le informo que hay retraso y que el tren llegará por ese anden, así que lo insto a esperar y mirarme fijamente, a ser posible con ojos arrebolados y con pensamientos puros.

    Aparece el tren y la mala suerte habitual hace que la única puerta defectuosa del susodicho sea la que queda delante mío, forzándome a volver a las carreras habituales en estos casos, arrastrando mis treinta y pico kilos de lastre. Entro y consigo sentarme en la planta alta, cerca de la puerta. En los siguientes veinte minutos, un grupo de africanos continentales (no olvidemos que yo soy africano insular) de piel morena pasaron el tiempo corriendo por todo el tren tratando de esquivar al revisor, que los perseguía con ensañamiento. Después de que se fueron, aparecieron dos marroquíes con una pinta de mala gente increíble y se pusieron en los asientos del otro lado del tren, justo a mi lado. No hablaban entre ellos, lo cual era más sospechoso. Tuve suerte y se subió una banda de españoles que también entraron en dicho vagón y se pusieron cerca, con lo que los tipos, si pensaban hacer algo, se tuvieron que joder y terminaron por marcharse. Los cristianos de mi tierra hablaban y hablaban y comentaban como llevaban más de veinte kilos adicionales y como iban a intentar colarlos en el avión. Se quejaban de lo cara que es Holanda y lo oneroso que se ha vuelto el comprar material para porros.

    Ya cerca del aeropuerto, en donde tenía que hacer transbordo, bajo las escaleras y me pongo cerca de la puerta del lado contrario a la que está defectuosa. Cruzo los dedos y espero que el tren pare de ese lado. Los españoles oyen el anuncio y bajan también las escaleras. Se colocan junto a la puerta mala. En un asiento cercano hay una persona con minusvalías psíquicas, o lo que cruelmente se llama subnormal (y que conste que no es cachondeo). Los de la piel de toro son cuatro. Siguen con su parloteo incesante y en un bandazo brusco del tren, salen despedidos y caen encima de la persona con la capacidad intelectual reducida. No solo cayeron ellos, sino que la maleta se le fue encima al pobre, que pegó un grito desgarrador. Se recuperan todos y empiezan a disculparse en inglés, mientras yo me río por lo bajini agarrado como estaba a un buen soporte. El desgraciado que sufrió la avalancha los insulta en holandés o algo parecido porque no lo entendí mucho. Cuando llegamos a la estación, el tren para del lado de la puerta rota y tenemos que volver a darnos un carrerón para alcanzar una salida. Se me olvidaba comentar que éste era uno de los trenes más nuevos y tiene aire acondicionado, aunque por culpa de las altas temperaturas casi no se notaba o quizás ni siquiera lo encendieron.

    En el aeropuerto aproveché para comer algo y bajé al anden a coger el stoptrein a Hilversum. Estos son siempre del modelo más antiguo, sin ningún tipo de lujo asiático. Conseguí un buen asiento y a partir de ahí, a perder peso con gusto, sudando como un cerdo en el matadero. Los cuarenta minutos que tardó el viaje se me hicieron interminables. Con el agua que perdí se podrían haber llenado dos baldes. Iba más mojado que la compresa de Carmen de Mairena. Pensé que me moría allí mismo. Cerca de mí había una pareja con niño en cochito. El chiquillo lo estaba pasando aún peor. Era una babosa sudorosa que no paraba de berrear, algo comprensible. Supongo que se debía estar preguntando la razón por la que lo torturaban de esa manera.

    Nos bajamos todos en Hilversum y desde allí fui caminando a mi casa, que no está muy lejos de la estación. Cuando llegué mis temores se confirmaron: mi casa es una caldera encendida. Ni ventilador, ni ventanas abiertas, ni pollas en vinagre. Esto es el puto infierno.

  • Roque Nublo, la rana y el monje

    21 de junio de 2005


    Roque Nublo, la rana y el monje, originally uploaded by sulaco_rm.

    No todo van a ser fotos de Holanda y otros países. También hay que promocionar un poco la tierra de uno. Esta foto la he hecho la semana pasada. En ella podéis ver el Roque Nublo, el símbolo por antonomasia de Gran Canaria y junto a él la Rana y el Monje. Ese monje dudo mucho que haya acudido a la manifestación esa en la que una empresa en crisis espanta a una clientela potencial por su sectarismo.

    El Roque Nublo está en la cumbre de Gran Canaria, en el centro de la isla. Lo normal es que los turistas se queden en el sur en las playas y es una pena, porque corta la respiración de uno ver maravillas como esta.

  • La vuelta al Norte

    20 de junio de 2005

    El viaje de retorno comenzó bien temprano. Llegué al aeropuerto cerca de las siete y cuarto de la mañana. Por suerte los autobuses con los cabeza de queso llegaron un poco más tarde y me puse en la cola para facturar siendo uno de los primeros. Por delante de mí habían unas cuantas personas. Entre ellos, una pareja que llevaba un perro bastante grande. Me extrañó porque cuando uno se lee la información en el web de la línea aérea, dicen claramente que no aceptan perros que no puedan viajar en cabina. Visto el plan, cuando nos dividieron en dos grupos para facturar me puse en el lado opuesto a ellos. Pude ver como los bloqueaban en el mostrador de facturación y les trataban de explicar la situación. El perro tenía su pasaporte canino, tenía todos los papeles en regla, pero no querían meterlo en el avión. Al final se fueron a discutir a las oficinas de la línea aérea. Después de facturar pasé el control de pasaporte, que han mejorado bastante desde la última vez que estuve por allí. Han puesto un laberinto previo a la entrada en el que das más vueltas que un tonto y finalmente llegas frente a una tía con bigote (o quizás un tío afeminado) que te obliga a poner todo en una bandeja y después te autoriza a pasar el control de seguridad. Como yo siempre llego en pelota picada a ese punto, me colé y en seguida estaba dentro.

    Tenía que esperar cerca de hora y media, así que me dediqué a pasear por el recinto aeroportuario. A las siete y media uno se espera que la gente esté tomando cafelitos y demás. Craso error. Habían como cinco vuelos charter con destino al Reino Unido. ¿Qué beben los ingleses? Pues eso mismo, cerveza. Me crucé con un grupo de tías que se estaban poniendo tibias a base de jarras enormes de cerveza. Eran del tipo fondonas, sobradas en carne y con menos educación que cualquier quinceañero de la actualidad, algo que es bastante difícil de superar. Las británicas hablaban a gritos, se empujaban unas a otras y soltaban tremendos eructos. Era una postal encantadora y capaz de despertar la libido de cualquier mente calenturienta. Crucé muy cerca de ellas y me dedicaron una sarta de algo que supongo eran piropos. Yo a cambio les dejé un regalo gaseoso, uno de esos pequeños detalles que tardan diez segundos en hacerse notar y que te permiten poner tierra de por medio. Cuando saltó la bomba informativa entre ellas, yo ya estaba lo suficientemente lejos y las oí acusándose unas a otras y poniéndose de vuelta y media. Momentos como este son los que hacen feliz una vida simple y sencilla como la mía.

    Ya en vuelo se cumplió la máxima que Yumiko niega una y otra vez. Tres azafatas y un azafato. En la escala julandro de detección de pérdida de aceite entre cero y diez ese conseguía un sesenta y nueve. Fíjate si perdía aceite que me traje dos garrafones para la freidora. Era un espectáculo en movimiento. Cruzaba la cabina mesándose el pelo y con la mano medio levantada en pose Nefertiti reina del alto y bajo Egipto que era algo digno de verlo. La gente se partía de risa cada vez que pasaba, lo cual hacía a menudo. Inclinaba el cuerpo hacia adelante para que su culillo se marcara, ponía la mano en ángulo de noventa grados, empezaba a agitar la cabeza para que su pelo alcanzara el volumen adecuado y se echaba a andar por el pasillo. Nosotros le hacíamos la ola para animarlo. Este va a una iglesia española a convertirse al catolicismo y el cura lo echa a patadas por haber tenido unos padres violentos y una infancia difícil o imposible, que parece que son las causas que te llevan a adoptar ese incorrecto modo de vida. El mar-i-quita por supuesto verificó que mi cinturón estaba correctamente abrochado dándole un tironcillo que previamente lo llevó a cogerme la copa del paquete por completo. Yo ya estoy curado de espanto y ni me inmuto. La vieja que estaba a mi lado y su marido no se lo tomaron tan bien, ya que para alcanzar el fruto de su deseo los tuvo que apartar y echarse sobre ellos.

    En un avión con ciento ochenta y ocho asientos para pasajeros volábamos ciento noventa y ocho, con diez niños menores de dos años y sin derecho a asiento. Los chiquillos practicaron el llanto sincronizado y allí no había quien aguantara tanto grito. Les tomó medio vuelo calmarse. El piloto se debía haber tomado unas setas alucinógenas y se agarró al micrófono y casi no lo suelta. No sólo nos contó la ruta indicando todas y cada una de las ciudades que íbamos a sobrevolar, sino que además nos explicó exactamente la velocidad del avión en comparación con un coche, una bicicleta y un peatón y nos detalló con una precisión que asustaba el consumo de combustible de aquel cacharro. Estuvo como diez minutos dándonos la charla. Al final ya nos lo tomábamos a cachondeo y lo vitoreábamos. ?l, que nos debía oír a través de la puerta blindada, salió a saludar cuando terminó y lo recompensamos con un unánime aplauso que alborotó aún más a los chiquillos llorones.

    Sin más contratiempos llegamos a Rótterdam, el aeropuerto de destino. El aterrizaje fue de los que no me gustan. Odio los aeropuertos pequeños porque tienen unas pistas muy rácanas. El piloto toma tierra, mete la inversión de motores y empieza a clavar frenos con tanto ahinco que realmente piensas que es el fin de tus días. En el último instante, cuando ya parece inminente la catástrofe, aparece la pista auxiliar y respiras aliviado. Lo único que puedes hacer entonces es aplaudir para liberar la tensión.

    Y aquí estamos, de vuelta a los Países Bajos.

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