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  • Keukenhof 2005

    13 de mayo de 2005


    Tulipán, originally uploaded by sulaco_rm.

    Todos los años lo visito y nunca me canso. Es el Keukenhof, el mayor parque de tulipanes del mundo. Un monumento vivo erigido para glorificar esas flores infinitamente bellas. Cada vez que voy sucede lo mismo. Mi lado más japonés se sale de control y me paso el día haciendo fotos como loco, hasta agotar las dos baterías y los setecientos sesenta y ocho megabytes que tengo disponibles.

    Rezad para que el tiempo acompañe. Cuando leáis esto yo ya debería haber retratado un par de cientos de esas bellezas. Y supongo que ya sabéis lo que esto significa. Se aproximan días con muchas flores en esta bitácora. Aquellas y aquellos que quieran tener una de esas bellezas dedicadas, háganlo saber en los comentarios.

    Si estás pensando visitar Holanda para poder ver estas maravillas, tienes más información en la anotación Guía para el turismo en Amsterdam y Holanda y también puedes ver el Álbum de fotos de tulipanes en el Keukenhof o el Álbum de fotos de Amsterdam

  • Mi primer fisioterapeuta

    12 de mayo de 2005

    El otro día uno de mis lectores habituales me afrentó diciendo que no escribo un diario sino un magazine de fantasía. Estuve tentado de coger mi muñeco de vudú y clavarle dos alfileres negros, pero estamos en la semana del talante y lo que no puede ser, no puede ser.

    Así que como ando destapando toda mi vida, aunque la miro a través del culo de una botella y no queda muy allá, vamos a seguir con otro episodio luctuoso que sucedió ya hace un tiempo. Era invierno, frío, oscuro y como siempre, rodeado de rubios de mierda, que la leche de este país sólo produce pelo-pajosos. Mi amigo el sueco, ese del que tuve que vengarme no hace mucho, como ya comenté se mudaba de ciudad y pidió ayuda. Es algo tradicional en esta tierra el hacer las mudanzas a lo gitano, con mano de obra gratuita de por medio. Nosotros los españoles que somos tan fiznos contratamos empresas que se encargan de todo, pero aquí echas mano del teléfono y movilizas a todo el que te ha puesto un ojo encima alguna vez.

    En aquella época ya debíamos haber adivinado lo miserable que era nuestro colega, pero la amistad nos hace ciegos y no somos capaces de ver las señales. Nuestro querido amigo alquiló una furgoneta por medio día, en sábado, así que nos obligó a estar en la puerta de su casa a las ocho de la mañana para que nos diera tiempo. Ese sábado durante la noche heló después de llover. No una helada convencional, sino una de estas de diez grados bajo cero. Por ser fin de semana, el ayuntamiento en el que pago mis impuestos tan a disgusto no dispone el reparto de sal en las calles y los efectos son estremecedores. Salí de mi casa aún medio dormido, me subo en mi vieja bicicleta, empiezo a pedalear y veo a una vecina con zuecos de madera pisando fuerte. En ese instante me di cuenta de mi error. Mi bicicleta tomó vida propia, comencé a ladearme peligrosamente y acabé con mis huesos en el suelo. Fue un golpe atroz en mi hombro izquierdo.

    En estos casos uno sólo puede hacer una cosa. Mientras la mujer se reía a mandíbula batiente, me levanté rápidamente diciendo que no pasaba nada y me hice un par de pasos de los de Chiquito de la calzada para demostrar que todo estaba bien. Conseguí llegar a la calle principal haciendo un trípode con mi cuerpo y la bici. Por allí ya habían echado sal, así que pude montar y seguir mi camino, con algo de dolor en el costado y con mi orgullo y mi reputación dolidos.

    Al llegar a la calle del sueco veo que el chino, el indonesio, el sueco y la novia indonesia del mismo me están esperando en la puerta. Me bajo de la bicicleta y cuando voy hacia la parte de atrás del edificio para aparcar noto que mi bicicleta ha perdido contacto con el suelo y está levantando el vuelo grácilmente, de forma mayestática, igual que cualquier gran avión despliega sus alas con estabilizadores a todo meter y trata de coger altura. El tiempo conmuta al modo matrix y veo que el chino abre la boca para gritar. Miro hacia mis pies y los veo siguiendo a la bici, cogiendo altura, libres, tratando de superar mi cabeza. Me siento ligero, me siento libre, me siento volar, me siento bien jodido porque mi lado racional acaba de avisar al resto de mi cuerpo de que la hostia es inminente. Trato de recuperar la adherencia pero es imposible cuando estás en el aire. Parecía que lo íbamos a conseguir, que volaríamos, cuando la gravedad hizo acto de presencia.

    La caída fue lenta y dura. Pude ver lo que se me venía debajo. La bicicleta se volvió pesada y aunque traté de alejarla de mi se negó en redondo. Se acercaba a mi cuerpo como buscando calor. Me perseguía por el vacío del que yo estaba cayendo. El suelo subía para recibirnos. Ninguno de mis amigos se movió. Caí sobre el mismo hombro y la bicicleta cayó sobre mi. Quedé allí, tirado, en el hielo, mientras la novia del sueco tiraba sal al venir hacia mi, en una escena que se me antojó un poco barroca ya que parecía que estaba alimentando palomas, aunque allí no había nada, solo hielo y un servidor con su bicicleta en el frío suelo.

    Me ayudaron a levantarme. El dolor era terrible. Me metieron en la casa. Pedí un vaso de agua. Mi hombro emitía señales a todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo, unas señales terribles. Comencé a perder la vista y la realidad se fue disolviendo. Me dio tiempo a avisarlos de que me desmayaba, aunque nadie me creyó. Me pusieron el vaso de agua en la otra mano y vieron como me caía, inconsciente, al suelo. Desperté unos minutos más tardes, con el cabezón monstruosamente grande del chino mirándome de cerca, con esos ojos de pokemon que asustan a cualquier cristiano.

    A pesar de la caída, ayudé en la mudanza en lo que pude. Cuando me fui a mi casa, el dolor seguía latente. Durante el día seguí haciendo cosas y pese a las molestias, sobreviví. A la mañana siguiente mi brazo era un objeto muerto que colgaba inerte. No podía hacer nada con él. Además de estático, generaba un dolor continuo que repartía uniformemente por mi cerebro, desquiciándome. Llamé al médico y pedí cita.

    Mi médico, me hizo quitar la camisa, lo cual me costó unos cuantos minutos, me miró desde tres metros de distancia y sin siquiera tocarme me dijo que todo estaba bien y que seguramente en un par de días estaría como nuevo. Creo que comprendió las cosas que lo llamé en español y estoy convencido de que la puta que lo parió si estaba muerta se tuvo que revolver en su tumba. Salí de la consulta con recetas para calmantes y un pase para que me hicieran radiografías en el hospital y el traumatólogo las mirara. El hombre no se quedó muy contento. Supongo que me prefería tullido.

    En el hospital, un edificio desierto totalmente blanco, me perdí por esas galerías interminables completamente vacías. Finalmente me llamaron y me hicieron las radiografías. Tardé un potosí en quitarme la camisa y el pantalón, pero a nadie parecía importarle y total, allí no había más gente esperando. Finalmente resultó que no tenía nada roto, pero que necesitaba ir al fisioterapeuta para hacer rehabilitación. Estuve tres meses yendo, tres veces por semana, hasta que recuperé la movilidad en el brazo. Mi fisioterapeuta era un holandés muy simpático que adoraba la salsa (el género musical) y tenía idolatrados a los latinos. El hombre ponía tanto empeño que nunca le dije que a mí esa música no me gusta, aunque imagino que si se llega a enterar se lleva un disgusto. Me ponía siempre grupos salseros mientras me hacía los masajes o me conectaba a un trasto que me daba descargas eléctricas para reactivar los músculos y mi brazo se volvía loco.

    Lo único que no me gustaba de ese fisioterapeuta es que la consulta estaba en las antípodas de mi oficina y perdía veinticinco minutos en cada sentido para llegar con mi bicicleta. Como siempre me ponía las sesiones durante el día, me pasé esos meses corriendo por la ciudad. De tanto ejercicio que hice me quedé como un figurín. Estaba tan escuálido que cualquier brisa me arrastraba como una hoja de árbol caída. Y así fue mi primera experiencia con la fisioterapia.

  • Barco de hombres

    12 de mayo de 2005


    Barco de hombres, originally uploaded by sulaco_rm.

    No solo había hembras por doquier en Ámsterdam el koninginnedag, también se podían ver grupos de machos castizos, tribus endogámicas y a las que el visionado de un chumino no les despertaba más que una mueca de asco y repulsión. Los que podéis ver en la foto tenían su barco amarrado al borde del canal, ya que parece que seguían esperando a los miembros más rezagados de su grupo, o quizás eran los miembros más dotados, nunca lo sabremos. Cerca de ellos fue donde el Señor nos envió una señal que nos impactó profundamente. La pena que me quedó al ver este barco, cargado de esperma, es que tenían posiblemente la mejor música de toda la cabalgata. Sólo grandes éxitos de los ochenta, música bailable y sin las estridencias arrítmicas del panorama musical actual, que parece que en lugar de evolucionar, involucionamos hacia el ruido genérico y sin pauta.

    Pese a lo bueno de la música, no quisimos arriesgar la integridad de nuestro trabajado físico, conseguido tras duras jornadas en el sofá de nuestras casas y con todo el dolor de nuestras almas y la lastimosa mirada de los colegas, seguimos nuestro camino hacia mares más propicios. Como siempre, sugeriros que busquéis las notas en la foto, lo cual podéis hacer utilizando el botón izquierdo de vuestro ratón y haciendo clic sobre la misma.

    Hay más información sobre Holanda en la anotación Guía para el turismo en Amsterdam y Holanda y también puedes ver el Álbum de fotos del Koninginnedag

  • Médico de familia

    11 de mayo de 2005

    Hace unos días pasé por la consulta de mi médico de cabecera, o lo que en Holanda se llama huisarts. Acumulaba un par de problemillas, así que decidí darme un garbeo por allí y recuperar parte del dinero que gasto en seguro médico. Pedí hora el día anterior y me planté en la consulta un par de minutos antes de mi cita. Mi médico no estaba. Se había pirado de vacaciones y había dejado a la «aprendiz» sustituyéndole. La aprendiza es una que tiene pinta de no haber acabado la carrera. La chica, se sentó tras su maravilloso ordenador Apple, miró mi expediente médico y se le cambó la peluca. Nadie la había preparado para lo que pone allí. Una de las cosas que más me advirtieron cuando llegué a este país es el adornar un poco mi historial médico para que te hagan algo de caso, que aquí se practicaba la eutanasia antes de que se aprobara la ley y los médicos suelen hacer dos veces el juramento hipócrita con lo que no tienen escrúpulos si se trata de emparedarte en un nicho.

    La mujer se encontró con un milagro de la medicina, porque después de todas las cosas que le dije a mi médico en mi primera cita y que él puntualmente escribió, parece un milagro que siga vivo. Me preguntó el motivo de la visita y lo exageré también un poco. Se quedó unos instantes meditativa, sopesando sus posibilidades. Visto su silencio, le expliqué exactamente lo que esperaba de ella, que no era nada más que un trabajo muy profesional y con mucho toqueteo, que a mí eso de que el médico me escuche decirle lo que tengo y me haga la receta sin siquiera comprobarlo me sigue pareciendo muy raro. Así que la joven, que seguramente aún no había tenido la oportunidad de tocar un varón en la consulta, se vio entre la espada en la pared. Sin darle tiempo a respirar, me quité la camisa y me puse a su lado, lo cual la asqueó profundamente, como se podía leer en su careto. Estaba quietita, suspendida en la inmensidad del espacio-tiempo, tratando que la poca distancia que había entre ambos se agrandara hasta el infinito. Como vio que yo no cedía, optó por coger esa cosa que se ponen al oído siempre para parecer super-profesionales y me auscultó.

    El puto trasto estaba más frío que un cubito de hielo. Supongo que nunca pensó que lo usaría con seres vivos y siempre lo llevó como adorno. Me miró e hizo como un amago de abortar, pero yo insistí e insistí y se tuvo que joder y hacerme un completo. Cuando acabó, me dijo que me pusiera la camisa. Yo le ofrecí quitarme los pantalones y ya de paso que siguiera con los bajos, pero la mera idea le tuvo que provocar dos caries, porque se llevo la mano a la boca espantada y casi en el último momento se dio cuenta del lugar en el que había estado esa mano y abortó la maniobra, dejando que la susodicha pasara limpiamente por el aire junto a su pelo. Salió corriendo de la consulta y habló con la asistente, conversación que gracias a las paredes de papel holandesas pude seguir. Creo que le provoqué una enorme alteración emocional. No se lo podía creer. Puso su mano sobre un hombre de verdad y su tacto no era como el del muñeco Ken al que estaba tan acostumbrada. Tardó como cinco minutos en volver conmigo y todo ese tiempo lo pasó en el baño lavándose las manos. Cuando volvió, apestaba a alcohol, sustancia que parece ser que fue la elegida para borrar mi rastro de sus extremidades superiores.

    A partir de ahí no fue capaz de articular más de dos palabras seguidas en inglés y la tuve que guiar en el arduo proceso de la selección de medicamentos, algo en lo que yo, gracias a la sanidad pública española y a las esperas en el ambulatorio, tengo varios master, sobre todo después de haber visto como las marujas que siempre están en la consulta tenían un pleno al quince con el diagnóstico de mis problemas y las posibles soluciones que iba a recibir del médico de cabecera.

    Salí de la consulta con mis recetas, tan contento y con un pase para el fisioterapeuta, del que ya hablaré otro día.

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