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  • Arroyo de la miel

    9 de marzo de 2005

    Me bajo a España. Desde hoy hasta el domingo estaré por Málaga (o para ser más precisos en Benalmádena Costa y Arroyo de la miel) tratando de encontrar a mi musa, que esta bitácora anda muy de capa caída últimamente. A la vuelta, pilas recargadas y un nuevo barrigón que volver a perder, lo que se está convirtiendo en un hábito. Llevo desde navidades ganando y perdiendo embarazos. Me sale un tripón de la hostia y después a base de sacrificio, hambre y miseria lo pierdo. Hoy sin ir más lejos me han invitado a tarta de frutas del bosque en la oficina y con lágrimas en los ojos y un hilo de babilla colgándome del labio he tenido que decir que no.

    No me llevo el portátil pero he dejado escrito todo lo de la semana, para que no se diga. Ya os adelanto que habrá una anotación de esas que me colocan en el lado ordinario y vulgar de la balanza, pero que se le va a hacer, tiene que haber gente en ambas partes, digo yo. En caso de que en Málaga tenga acceso a la red y tenga ganas es posible que emita en directo, pero si no, tendréis que conformaros con el diferido. Como siempre, estaré con los ojos bien abiertos en los viajes, tanto de ida como de vuelta, que los aeropuertos y los aviones son fuente infinita de inspiración. En esta ocasión repito compañía y viajo con Transavia, que por cuatro duros y dos perras gordas se consigue billete al sur de España cuando ponen buenas ofertas.

    Esta semana ha resultado muy dura e intensa en el trabajo. En dos días y medio de trabajo me he hecho veinteseis horas de curro. Al menos el esfuerzo ha merecido la pena y estoy convencido de que se verá premiado.

    Bueno, corto aquí que siempre me enrollo como una persiana. A cuidarse mucho y no me seáis malos.

  • La culpa es de la perra de tu hija

    8 de marzo de 2005

    En este universo y en esta realidad han cambiado muchas cosas. Para empezar, el fin de semana se lo pasaron escondiéndose de mi. Antes de aventurarse a bajar las escaleras se paran tras su puerta, cuchicheando aterrorizadas. La rueda del destino ha girado y el momento de poder está de mi lado. Las chinas me tienen miedo. Nunca esperaron un mensaje tan claro y contundente. Se creían las dueñas del patio y ahora andan desconcertadas. Seguro que se lo están preguntando: ¿hasta donde llega su locura? La cuestión está ahí, flotando sobre su puerta, pero no se atreven a hacerla. Les da miedo averiguar la respuesta. Cuando me oyen subir o bajar las escucho echar el seguro y agruparse tras la puerta. Se les ha metido el miedo en el cuerpo. Si fuera un poquito más normal sentiría remordimientos, pero como nunca he sido como los demás, disfruto como un enano subiendo y bajando las escaleras a cualquier hora, parándome en su rellano a pensar mientras golpeo suavemente el suelo, con un ritmo monótono, recordándoles que estoy allí, que sigo siendo peligroso y que ellas no saben por donde les saldré. A veces me entrevén limpiándome la raña bajo las uñas con el cuchillo de cocina más grande que tengo. Otras veces, cuando se asoman, me encuentran cortándome las garras de lospies con el machete. Digo garras porque mis uñas inferiores han crecido hasta tomar el aspecto de zarpas de animal mitológico. Puedo escalar una pared sin tener que usar calzado especial. Miran hacia arriba y estoy allí, con la lijadora sacándole punta a mis uñas. Yo las miro y sonrío, con ese rictus torcido que reservo para este tipo de momentos. En seguida corren hacia la puerta y se vuelven a encerrar. Los próximos días las obsequiaré con nuevos detalles pensados para incrementar su pánico.

    La perra de su hija ya no trota por el edificio. La madre le debe haber explicado que es un deporte de alto riesgo y que todo es por su culpa. Esa niña, que cuando llegó a Holanda ya era regordeta y ahora es un pedazo de cochina que parece a punto de reventar, lista para la matanza de San Miguel, me ha cogido miedo. Esa niña, que como siga engordando terminará trabajando de lastre de petrolero, un peso muerto del que se prescinde cuando hay que ajustar el barco. Esa niña que insulta la secular tradición de mujeres asiáticas menudas y pequeñas con su monstruoso cuerpo deformado por las hamburguesas. Ese bicho que hasta ahora gritaba y reventaba puertas. Veremos si lo vuelve a hacer. Veremos si es capaz. Ha comenzado la revolución y no va a ser silenciosa ni pacífica. Bienvenidas a la zona tenebrosa.

  • Un long dimanche de fiançailles – Largo domingo de noviazgo

    8 de marzo de 2005

    El cine europeo siempre me ha atraído bastante. No sé como explicarlo, pero hay algo diferente, algo quizás un poco mágico que no se ve en el cine norteamericano, que es siempre mucho más frío y plano a la hora de contar las historias. La película de la que voy a hablar hoy es Un long dimanche de fiançailles o Largo domingo de noviazgo, que es el título por el que supongo que la conoceréis. Es una de esas joyas que llegan a nuestra cartelera para ser ignoradas por la miasma y por todos los retardados que únicamente reaccionan al marketing de las multinacionales. Este tipo de cine necesita del boca a boca, del comentario en la máquina de café para salir adelante de una manera airosa. Lo bueno de esto es que las bestias que inundan nuestros cines y que son incapaces de apagar sus mierdas de telefoninos durante la proyección no ensuciarán las salas con su presencia y eso se aprecia.

    Volviendo al tema, Un long dimanche de fiançailles es un drama maravilloso, una historia de amor con magia que transcurre en tiempos de la Primera Guerra Mundial. El director es un conocido que tiene un currículum casi intachable. Jean-Pierre Jeunet es el artesano que ha hecho películas tan maravillosas como Amelie, La ciudad de los niños perdidos o Delicatessen. Por desgracia, es también el que perpetró esa mierda llamada Alien: Resurrection en la que la hijaputa de la Ripley resucitaba doscientos años más tarde para volver a joder una saga ya bien jodida con la tercera parte. Bueno, como estoy en una fase optimista, a lo mejor gracias a su intermediación echaron a la cabrona esa de la saga de Alien.

    Este hombre sabe como hacer cine y le encanta la magia, los momentos especiales, los detalles perdidos en la inmensidad de la pantalla que te ponen una sonrisa en la boca. De esos hay muchos en esta película. En pocas palabras, narra como una mujer cree que su amor no ha muerto en los combates y hará lo imposible por encontrarlo pese a que todos se empeñan en decirle lo contrario. Está llena de flashbacks y de versiones dentro de versiones en las que todos cuentan lo que creyeron ver y la verdad va evolucionando lentamente. La actriz que lleva el peso de la historia es Audrey Tatou, a quien recordaréis por Amelie. Esta joven ya es una de las grandes del cine europeo y el tiempo la hará una estrellona. Además de ser preciosa, tiene un rostro al que no puedes resistirte. Desprende simpatía y atrae la atención en la pantalla. Supongo que es eso que la gente llama carisma. El chico por el que pierde las bragas es Gaspard Ulliel, que también lo hace bastante bien en su papel de enamorado sin dudas y hasta el final. Su personaje es un poco simplón, pero eso le da aún más encanto. Hay muchísimos actores que suenan de otras películas de este director.

    En general la historia es muy entretenida, la música espléndida, la ambientación fantástica y sales del cine con la sensación de haber visto una gran película. Es el tipo de cine al que se va con la novia o la querida y nunca, nunca, nunca con los amigotes. Una historia que quizás os arranque alguna lágrima pero que seguro que no os deja indiferentes. Los descerebrados podéis pasar sin verla, os basta con veros dos veces el trailer. Los demás ya sabéis, corred antes de que la quiten.

  • La perra de tu hija

    7 de marzo de 2005

    Corro descalzo siguiendo la línea de la marea. La playa está vacía aunque luce un sol espléndido. Por el color de la arena y por las dunas que puedo ver al fondo sé que estoy en la playa de Maspalomas. Sigo corriendo sin importarme que no haya nadie allí. Entro un poco en el agua y trato de mantenerme siempre a la misma distancia, zigzagueando en la eterna lucha entre el mar y la costa. Me siento lleno de vida. El sol acaricia mi rostro y me creo el rey del mundo. Sigo corriendo incansable, ora dentro del agua, ora paralelo a ella. No me preocupa nada. Este paraiso es perfecto porque Dios lo hizo así. El sol parece querer jugar. Sube y baja al ritmo al que persigo la marea. Las olas cuando me alcanzan susurran pequeñas verdades que pertenecen a universos paralelos.

    Me vuelvo a fijar en el sol y sin darme cuenta me elevo en el cielo. El mar protesta suavemente, alzando olas que tratan de sujetarme. El sol me mece en sus brazos. Me quito la camisa que se lleva el viento, agitándola a mi lado cual bandera pirata. Sigo danzando en brazos del viento, del sol y del agua. Soy uno con los elementos, parte del pasado y pieza imprescindible del futuro. El presente soy yo y nada más que yo.

    De repente todo se vuelve negro y comienzo a caer. El sol desaparece, el mar ya no está ahí y sólo caigo hacia un agujero infinitamente negro, caigo y no puedo ver a donde. Me desespero y lloro por el paraíso perdido. Sigo cayendo hasta que siento que acabo de despertar de un sueño. La cama aún tiembla. Las persianas se agitan. El vaso con agua que está en la mesilla de noche muestra las ondas concéntricas del agua que juega respetando las leyes de la física. Paso unos breves segundos desconcertado hasta que llega el segundo golpe. Es un sonido seco y sin estilo. Es el golpe que da una puerta cuando alguien la lanza con saña contra su marco. Miro el reloj y veo que son las ocho de la mañana. Es sábado. Fin de semana. Bienvenido al mundo real.

    La perra de la hija de la china lo ha vuelto a hacer. Por cuarta semana consecutiva ha conseguido despertarme a las ocho dando portazos en sábado. Ya me conozco esta canción. Ahora vendrán los gritos. Después del segundo portazo cuento los segundos: …. ocho, nueve y diez … el grito desgarrador rompe el silencio de la noche aún no acabada. Una onda de odio tan primitivo y profundo que podría convertir en fuego el agua que está sobre la mesilla de noche me recorre de arriba a abajo. Se me ocurren muchas permutaciones para explicar lo que siento: la perra de la china, la hija de la puta que la parió, la concha de su madre, la china de la puta de abajo. Es sólo odio, lo sé, pero es un sentimiento tan primitivo y poderoso que a duras penas puedes controlarlo.

    … Ha pasado una semana … Es sábado. Amaneció no hace mucho. Mi cerebro ha decidido hacer sus deberes y prepararse para el evento del día. Son las 7.59 de la mañana y abro los ojos. Hoy no me sacará de mis sueños, hoy no me pondrá el alma en vilo, hoy no me pillará desprevenido. Dan las ocho y no pasa nada. Me quedo en la cama, tumbado unos segundos, preparado para el golpe. No siento nada. En una casa de madera debería notar los pasos de la puta chiquilla correteando por la casa pero hoy no se oye nada.Quizás porque se acostó tarde. Quizás porque está cansada. Quizás. Quizás. El odio que me ha despertado privándome de sueños tan hermosos clama venganza. Me levanto y corro hacia la puerta. La abro, respiro hondo y la lanzo de vuelta a su sitio. Todo en la casa tiembla. Los vasos y platos que descansaban en el fregadero saltan y hacen ruido al caer. Un grupo de papeles a los que cogió desprevenidos salen despedidos. La bandera española que adorna mi salón se agita salvajemente. Dejo pasar unos segundos y vuelvo a abrir la puerta. Esta vez cojo carrerilla y doy un portazo aún mayor. Por un instante parece como si la estructura de la casa no fuera a aguantar. Aquello es un pandemonio. Un ruido infernal ha rasgado el silencio. Pude oír como la puerta cortó el aire antes de golpear. Oigo ruidos abajo. Ya se han despertado. Abro la puerta por tercera vez y después de una enorme inspiración lanzo un grito espantoso. El sonido corre por las escaleras hacia sus destinatarias. Un ruido gutural y horripilante. Antes de que se me acabe el aire formo las palabras que sellan mi mensaje: mira lo que ha hecho la perra de tu hija. Cierro la puerta y me vuelvo a la cama, a dormir, más a gusto que un arbusto.

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