Distorsiones

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  • Ray

    21 de febrero de 2005

    Este año se está caracterizando por el estreno masivo de biopics. Parece que están de moda las películas biográficas. Hemos visto grandes héroes, grandes empresarios, grandes deportistas y ahora le ha llegado el turno a un gran músico. Estoy hablando, como os podéis imaginar, de Ray, la película que cuenta la biografía de Ray Charles. Como parece ser la tónica estos días, la película es un largo-largometraje. Tiene una duración de poco más de dos horas y media.

    Entrando en materia, ha dirijido Taylor Hackford, un veterano director al que recordaréis por el famoso drama romántico Oficial y caballero. Este hombre no se prodiga mucho como director y es una lástima, porque sabe como hacerlo. En esta ocasión se ha embarcado en la odisea de contar la vida de un genio que ha muerto no hace mucho, vida que más o menos todos conocemos y que por lo tanto no le permite tomarse excesivas libertades.

    Para interpretar a Ray Charles eligió a Jamie Foxx y hay que reconocer que este es el principal acierto de la cinta. Este hombre lleva sobre sus espaldas todo el peso de la película. Está en pantalla prácticamente en todos los planos (salvo cuando cuentan un poco su infancia). Jamie Foxx es un Ray Charles bastante creíble. Es más, no sé si serán alucinaciones mías, pero es que se me parecen un huevo. Durante toda la película emana un carisma tremendo. Domina casi sin hacer esfuerzo todas las escenas y no permite que nada ni nadie le haga sombra.

    Supongo que os imaginaréis de quien es la música que sale en la película, pero como siempre me sorprende la ignorancia ajena, repito que es de Ray Charles.

    Si hay algo que reprocharles es la excesiva duración. Yo habría aligerado la historia un poco, habría quitado alguna de las múltiples escenas de grabación en estudio y posiblemente la película habría ganado algo de dinamismo. A pesar de todo, es una obra excelente y merece la pena pasar una tarde en el cine. Eso sí, los intelectuales del cine de acción y mamporros favor de abstenerse que sus cerebros aún no están acondicionados para este tipo de cine.
    gallifantegallifantegallifantegallifante

  • La cena turca

    20 de febrero de 2005

    Siempre que vamos a Amsterdam acabamos yendo a comer al chino. Ya he hablado por aquí de las diferentes experiencias que hemos tenido, tanto con la comida como con las circunstancias que la rodean. Ayer, cuando llegó la hora de la cena, el turco tenía preparado un motín y lanzó la bomba: ¿vamos a comer a un turco? El chino se quedó blanco de la impresión, bueno mejor no exagerar que el chino ya es bien blanco, pero sí que se quedó callado y después empezó a divagar, que es la forma en la que expresa su nerviosismo. El turco insistió y no sé como sucedió, pero al final nos vimos andando en dirección al hotel Amstel, porque allí cerca está el restaurante al que íbamos. Este hotel, señoras, es donde se rodó y donde se hospedaron todos los pollardones de
    Ocean’s twelve, esa mediocre película en la que una banda de metrosexuales se pasa cien minutos arreglándose las uñas e intercambiándose calzoncillos de Tommy Hil-finger. En el camino íbamos presionando al chino para que nos cuente cosas de su país, que es algo a lo que es siempre muy remiso. Hemos descubierto que su padre es arquitecto (aunque creo que el año pasado era psicólogo) y aún seguimos pensando que el chino trabaja para los servicios de inteligencia de su país y está infiltrado en Europa para aprender de lo más granado de la intelectualidad continental, osease, el turco y yo. Por lo que fuimos capaces de averiguar, el abuelo del asiático fue un importante miembro del partido y del ejército, aunque no se sabe muy bien que hizo porque era secreto y el pobre individuo murió joven, pero que como consecuencia de sus servicios al gobierno y al partido, el padre del chino estudió arquitectura, el chino pudo salir del país y al padre se le permitió tener dos hijos, lo cual es algo excepcional en esa tierra. Todo esto lo extrajimos con el consabido método de san Pancracio, animando al amarillo a introducir en su país el catolicismo como religión principal que es algo que siempre que lo intento lo pone de los nervios. Yo andaba vendiéndoles las ventajas de una religión que permite comer de todo, que permite practicar el sexo por todos los agujeros corporales, que permite hacer de casi todo y que tiene robustos sistemas de conmutación de errores (que en esta religión son pecados) lo que nos permite recibir actualizaciones gratuitas (llamadas perdón) y seguir pecando (es decir, teniendo nuevas fallas de comportamiento o errores). Yo soy muy chabacano, así que sabía de antemano que él alegaría que nuestra religión no se puede implantar en su poblado país por culpa de la prohibición en el uso y abuso de sistemas anticonceptivos y desde el momento en que aplicó esta linea defensiva contraataqué conque él tiene una hermana en un país en el que no se puede tener más de un hijo. El turco se encargó del resto. Estábamos en estos temas cuando llegamos al restaurante.

    Estaba casi vacío, pero eso es normal porque eran las ocho y media y en Holanda la gente cena entre las cinco y las siete de la tarde. Fue abrir la puerta y entrar y aparece el camarero que se pone a hablar en turco con mi amigo y a abrazarlo y darle besos. Un mal rollo de cojones. Yo pensaba que no podía ser peor, pero estaba muy equivocado. Cuando terminaron el intercambio de información encriptada, el tío se volvió hacia el chino y lo empezó a besuquear y abrazar con la misma alegría. Yo traté de huir dando discretos pasos hacia atrás pero no hubo manera. Me sobó, me abrazó y me besó con ese bigotón a lo Sadam Hussein. Algo traumático y que me provocará pesadillas el resto del mes. Conseguimos llegar a la mesa pese al sobón aquel que se fue a traer la carta. Volvió acompañado del cocinero, el pinche de cocina, el otro camarero y dos más que estaban sentados en una mesa al fondo. No quiero que sientan lástima por mí pero todo el mundo me besó y me abrazó. Me sentía peor que la barbie chochona. Cuando acabaron con nosotros tenía la cara babeada. Hubo uno sólo que no se acercó y era el camarero holandés que tenían trabajando allí, al que se identifica claramente por ser rubio y por su típico rictus neerlandés.

    Pedimos cerveza turca y el hombre se fue a traérnoslas. En ese instante mi amigo nos advirtió que es una cerveza muy mala y que parece meados de cabra montesa, pero si no pedimos eso los tíos van a creer que despreciamos su bebida nacional y tenemos que sacrificarnos por el bien de las relaciones oriente-occidente. Le dije al turco que no se preocupara, que yo me crié tomando cerveza Tropical y CCC Dorada, que también son como meados, pero de perra pulgosa. El turco cree que la razón de lo mala que es la cerveza en su país es el agua y yo le dí la razón, porque la fábrica de Tropical está al lado de las instalaciones de reciclado de agua de la ciudad de Las Palmas y siempre he pensado que es muy tentador el coger esa agua gratuita y usarla para fabricar su amarilla bebida.

    El camarero nos trajo el líquido y nos dijo que nos olvidáramos de pedir entrantes porque nos iban a traer los que le salieran de los huevos al cocinero, ya que éramos como familia. De plato principal pedimos todos Kebab aunque en diferentes estilos. Uno con yogurt, otro picante y otro normal. Aquí cambiaron las alianzas y fuimos el chino y Yo los que empezamos a acosar al turco para que nos contara estas confianzas. Según el turco, era la segunda vez en su vida que iba a comer a aquel sitio, sólo una semana después de ir por primera vez con una turca a la que le ha echado el ojo y a la que confiaba en echarle al menos cinco casquetes. Lo de la turca parece ser que no funcionó, pero al menos le gustó la comida. Nosotros, que sabemos que este hombre miente más que un político español, seguimos con la presión, pero él no se salía de la historia. Le presionamos con todo tipo de tretas, preguntándole si había comentado que tenía una hermana casadera y por eso nos trataban como príncipes, o sí la chocha que había traído la semana anterior era tan espectacular que se ha convertido en el héroe del establecimiento hostelero. Según él, la chica es normal tirando a vulgar, una más del montón y dado su fracaso a la hora de intentar jincársela, la fémina es más estrecha que el callejón de la pulga.

    Juro ante el Dios de los cristianos que lo intentamos, pero no hubo forma. A todas estas, nos fueron trayendo los entrantes que constaron de un salpicón sin pulpo, otro salpicón a la Arguiñano, es decir, cargado de perejil, una pasta con la misma textura que el gofio pero que sabía agria, unas aceitunas con pipa, que el chino se tragó pensando que era substancia comestible, una especia de jamón de vaca, que sabía un poco como chorizo y que estaba cocinado al horno envuelto en papel y para acabar con los entrantes, unas anchoas fritas, que el chino se comía quitándoles el espinazo mientras que yo y el musulmán nos las tragábamos enteras, como debe ser. He de decir que los entrantes estuvieron muy bien. Yo hubiera cambiado el jamón de vaca por un chorizo asturiano, pero en fin, esta gente se han condenado a sí mismos a no comer carne de gorrino.

    Los Kebab eran de cordero. Venían acompañados de arroz y con verduras. Unos platos de morirse de grandes. Terminamos encochinados con tanta comida. El chino nunca ha entendido por qué en las cocinas de otros países salvo el suyo, se ponen los vegetales crudos en el plato. Como hace siglos que renuncié a que comprendiera y aceptara el concepto de ensalada, me he creado una nueva teoría, el círculo de la vida. Mi tesis es muy sencilla: El cordero come verduritas, como las zanahorias, la lechuga y demás, es decir, las asesina para alimentarse. Después viene el hombre, que es tan malo y retorcido como el cordero y lo mata y nos lo comemos, pero para completar el círculo y para honrar la memoria del animal, ponemos unas pocas verduras en el plato como ofrenda ritual al Dios de la carne de cordero. Parece que con esta sencilla teoría he convencido al chino, porque ahora al menos entiende que no nos comamos las verduras, puesto que son una ofrenda a los dioses y no vamos a afrentarlos zampándonoslas. Esta teoría se vendría abajo si saliéramos a comer con alguien que se coma la ensalada que viene en el plato, pero como aún no ha sucedido, se mantiene sin fisuras.

    Tras la comida nos quedamos echando buchitos como los bebés, para evacuar el aire de los tripones. Tras casi una hora de tertulia decidimos ir a otro lugar a tomarnos algo. Con el miedo en el cuerpo, el turco avisó para pedir la cuenta. La idea era pagar y salir por patas. El tiro nos salió por la culata. Según nos trajo la cuenta, aparecieron de nuevo todos, incluido esta vez el rubio holandés y empezaron a abrazarnos y besarnos nuevamente. No creo que convenzamos al chino para volver a aquel sitio. Salimos de allí babeados de arriba abajo y con unos barrigones como los de una embarazada.

    La última copa nos la tomamos en la cafetería que está en la esquina del hotel Amstel, justo al lado de la casa del turco. De nuevo he de decir a las señoras y señoritingas que leen esto que en esa misma cafetería se tomaban los capuchinos los metrosexuales de Ocean’s twelve. El camarero de noche tiene una pérdida de aceite increíble, además de estar perdidamente enamorado del turco. Eso se ve de lejos. Es vernos entrar y suelta los trapos y viene corriendo hacia nosotros. Pensé que este también nos besaba, pero conseguimos controlarlo escudándonos en una mesa. El turco dice que nunca viene a este bar solo, ya que no cree que salga de una pieza si lo hiciera. El camarero encima es del sur de Holanda y no le entendemos una mierda cuando habla, porque todos nosotros estamos educados en el alto Holandés que se habla en el Randstad, la zona central del país. El camarero también sabe que hablamos en inglés entre nosotros y con él, pero eso no quita que él siempre intente decirnos cosas guarrillas en su lengua, cosas que quizás sea mejor no comprender.

    Acabamos la noche allí. La próxima vez los voy a convencer para ir a un español y pegarnos un atracón de fabada, para bautizarlos en el fascinante mundo de los castañazos.

  • Soy Yo

    19 de febrero de 2005

    Soy Yo el que escribe aquí.
    Soy Yo el que paga el dominio y el alojamiento.
    Soy Yo el que utiliza el tiempo que otros emplean en ver la tele para agregar contenido y tratar de llevar esto de la mejor manera posible.
    Y soy Yo el que dice tot hier en niet verder. Como dueño de este recinto, a partir de hoy establezco las siguiente regla de la casa:

    • Todos los comentarios serán moderados. Y que a nadie le sorprenda que sus sesudas apreciaciones no aparezcan nunca publicadas. Pienso darle al botón de borrar todo lo que haga falta.

    Si fuésemos más maduros esto no habría hecho falta, pero esta claro que algunos no han terminado de captar que entran en Distorsiones, un lugar en el que se produce una deformación de modo intencionado de imágenes e ideas producida en su transmisión o reproducción. Y puesto que ese pequeño núcleo de piojosos insiste en tocarme las arriolas, a tomar por culo con la libertad en este lugar.

    Desde ya mismo notaréis que he simplificado la interfaz reduciendo las opciones. Se acabaron las votaciones, se acabó el ver la lista de últimos comentarios y se acabó el tener acceso a la lista de últimas anotaciones publicadas. También a partir de este momento habrán anotaciones que nacerán con los comentarios cerrados. Serán aquellas en las que no espero ningún tipo de respuesta o interacción. También animo a todos los que normalmente comentan y que no han hecho nada para llegar a este extremo a que usen el MSNMessenger si quieren dialogar.

    Cuando comencé con este sitio no esperaba que entrara tanta gente y honestamente, no me siento cómodo teniendo que bloquear IPs de indeseables o borrando y editando comentarios. Ni busco ni deseo el que este enlace filótico con mis amigos se convierta en una fuente de problemas. Por culpa de algún indeseable tuve que renunciar a las más de seiscientas fotos que tenía publicadas. Ahora he de lidiar con el abuso que hacen algunos amparados en el anonimato. Espero que las medidas que he tomado sean suficientes para disuadir a ese pequeño grupo y que esto vuelva a retomar la senda original.

  • Prueba superada

    18 de febrero de 2005
    dientes

    dientes, originally uploaded by sulaco_rm.

    Una vez al año me armo de valor y voy al dentista para la limpieza anual. Al principio lo pasaba fatal, pero uno termina acostumbrándose a todo y ahora la sensación de incomodidad es mínima. Desde el comienzo de los tiempos he tenido la misma dentista. Espero que no se retire nunca, porque no me agrada nada la idea de poner mi boca en manos de otra persona. Cada visita es un acto de fe. Te sientas en esa silla de aspecto espacial, te recuestas y dejas que alguien meta un trasto que suena como un taladro en tu boca, meta un tubo que chupa babas y se ponga a hablar contigo mientras te hurga el hocico y no puedes responderle. Con los años he descubierto que ella es capaz de entender lo que digo, por muy mal que suene. Debe ser deformación profesional.

    Mi dentista es una dominicana casada con un mecánico dental. Siempre me ha fascinado la profesión de su marido. Me lo imagino con un mono azul lleno de grasa limpiándose las manos en un trapo sucio mientras descansa un pie sobre el paciente, que se retuerce de dolor en el suelo. No tengo ni idea de cuales son las tareas de un mecánico de esos, pero supongo que estarán relacionadas con hacer aparatos para la boca y similares. A mí por suerte no me ha hecho falta sus servicios hasta ahora. Esto de ser dentista da dinero, porque la mujer esta trabaja tres días a la semana y se va dos meses de vacaciones cada año a su país. Yo no me quejo del precio, porque creo que con la boca no hay que ser rácanos, pero siempre me ha fascinado lo fácil que es para ella ganarse sesenta euros, al menos conmigo.

    Las limpiezas no suelen durar más de media hora. Al contrario que otros dentistas, que ponen a sus ayudantes a hacer el trabajo, esta mujer se lo curra ella. Su ayudante está sosteniendo la manguera chupababas y preguntándome cosas. A ambas las conozco de siempre, lo que te da cierta confianza. Recuerdo que al principio me agarraba a la silla con tanta fuerza que se me quedaban las manos blancas. Era una tensión terrible. Ahora es algo más natural. No es que me guste, ni que disfrute con ello, pero lo tolero. Ayuda el haber vivido la misma rutina multitud de veces.

    Una de las cosas que siempre me han mosqueado es que mi dentista siempre alaba mis dientes. Según ella, soy el mejor de sus clientes, el que tiene la boca más bonita. Siempre me recuerda lo afortunado que soy al tener todos los dientes perfectos, sin un solo empaste, sin un solo problema. Todos están en su sitio, todos tienen un precioso color marfil y no hay presiones que los deformen ni similares. La verdad que después de oír tanto halago me empecé a fijar en las bocas de la gente y quizás tenga algo de razón y yo sea un bicho raro, una excepción. A todo el mundo le veo dientes sucios, muelas empastadas, capas gordísimas de sarro, dientes desaparecidos, torcidos y demás. Todo el que me conoce seguro que se ha dado cuenta de que les escaneo la boca. El único problema que tuve, hace casi quince años, fue que debido a la tensión y los nervios de los exámenes me estaba comiendo la capa interior del esmalte de los dientes superiores. Desde esa época duermo con una férula dental, un dispositivo parecido al de los boxeadores que impide que eso suceda. Mi férula ha hecho tantos kilómetros como yo. Siempre me sigue. Cuando me la puse por primera vez, después de que la construyeron haciendo un molde de escayola de mi dentadura, pensé que jamás volvería a dormir. Me costó tres semanas acostumbrarme. Ahora es justamente lo contrario. Si no la tengo puesta no me quedo dormido. Mi dentista ha intentado que la actualice a alguna de nueva generación, según ella más cómoda y que ya no son rígidas, pero yo no veo necesidad en cambiar algo que no me molesta en absoluto y a lo que le tengo tanto apego.

    Por si las moscas y porque vivo a tres mil kilómetros de ella, tengo un buen seguro dental en los Países Bajos, seguro que no he usado nunca. Creo que cada mes pago cuatro o cinco euros adicionales en mi seguro médico para tener protección dental completa y ni siquiera he visto a mi dentista en estas tierras. El día que vaya el hombre o la mujer, llorará de alegría. Intenté una vez ir a uno por aquí, recomendado por uno de mis amigos holandeses, pero cuando la tipa le dijo que me daba hora para cuatro meses más tarde y que lo hacía de favor, le dije que se metiera el favor por donde le cupiera.

    Así que una vez he pasado la ITV de mis dientes para este año y he recibido el aprobado, uno se queda más tranquilo. Esperemos que el año que viene sigan igual de bien.

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