En alguna ocasión he hablado de lo que voy a comentar hoy, que es muy difícil ser original cuando llevas escribiendo el mejor blog sin premios en castellano desde enero del año 2004 o sea, más o menos doscientos dieciocho meses, quizás uno más o uno menos según como los contemos. Lo que sí que no había hecho era ponerle nombre al evento, que seguro que algún filósofo o algún filólogo o algún podemita zarrapastroso ya le puso nombre y confirmar, por si alguien tiene alguna duda, que en lo que a mí respecta, un filósofo y un truscolán o un podemita son la misma gentuza, que yo después de padecer a un joputa abusador y follador de menores en el instituto como profesor de filosofía, le perdí el respeto a esa chusma y gentuza de la peor. Volviendo al tema, esta tarde crucé un vórtice de mielda, que es un lugar, en el que cambian las reglas del juego y la supuesta aleatoriedad del universo se pone en entredicho cuando todo sucede a peor, es como un torbellino de determinismo negativo o negativísimo. Iba en la bici, volviendo desde el cine a mi keli cuando llegué al único semáforo que cruzo. Al ponerse la luz en verde, salimos todas las bicis, como siempre y avanzamos por la calle hasta el siguiente cruce, pasado el cual hay un paso de peatones. Al llegar todos allí, el primer coche que iba a girar a la derecha en el cruce, como indicaba, abortó la maniobra a la mitad y volvió hacia la carretera, en donde una hembra había comenzado a cruzar por el paso de peatones porque el coche no venía hacia ella, del otro lado venía un coche más bien centrado en la calle porque no le iba a venir ningún otro coche de frente y así entramos en el vórtice de mielda, en el que todas las decisiones erróneas son tomadas poco menos que simultáneamente y el peatón hace amagos de abortar la maniobra y de continuar, el coche que cambia de dirección, las bicis que nos habíamos abierto hacia la izquierda para no detenernos cuando el coche giraba y el otro que nos viene de frente. En ese instante, todo lo que puede salir mal, sale peor y el peatón estuvo a punto de ser atropellado tanto por el coche que cambió de dirección aleatoriamente como por los ciclistas, estos estuvieron (o estuvimos) a punto de estamparnos con el coche que venía de frente y ese coche estuvo a punto además de estamparse contra nosotros, de estamparse contra el coche que cambió de dirección y quizás hasta atropella al peatón. Es una escena imposible, algo que jamás debería suceder pero que parece como si alguien manipulara nuestras caóticas acciones diarias y las determinara en una dirección chunga, en plan mal de ojos. Al final, el coche que venía en dirección contraria frenó en seco, los peatones, como banda de cuervos, regresamos en manada a la derecha, el peatón se quedó quieto como conejo iluminado por los focos del coche y las bicis lo rodearon por todos lados y el coche que cambió su dirección se paró también en seco. No pasó nada, pero estuvo cerca de pasar.
Estos vórtices de mielda no se dan a menudo en nuestras vidas, pero están ahí y cuando te metes en uno, lo sabes a ciencia cierta, como cuando todo lo que podría torcerse se tuerce pero a peor y en el mismo día te echan, se te muere un familiar, se te rompe el coche y se te quema la casa o en un cruce varios coches, bicis y peatones se saltan los semáforos en rojo simultáneamente y en varias direcciones suele pasar lo peor. Estos vórtices de mielda están ahí, quizás no en la vida de todo el mundo o quizás la gente no los nota, pero yo sí que soy consciente cuando entro en uno y siempre me pregunto si yo soy el objetivo del susodicho, si va a por mí y quiere acabar conmigo, o es alguien cercano y yo solo soy un daño colateral. En el de hoy, estoy seguro que yo formaba parte de los colaterales pero en el grupo de ciclistas o quizás el peatón, entre esa gente hubo una persona que tuvo muchísima suerte de no acabar diñándola.
A lo mejor yo soy de los pocos que notan estos vórtices de mielda porque cuando me huelo que estoy entrando en uno, cuando noto algo extraño y que es literalmente imposible que esté sucediendo, hago exactamente lo contrario de lo que iba a hacer y pongo tierra, asfalto o baldosas de por medio.
Cuando el caos y lo aleatorio funcionan normalmente, es como una sinfonía maravillosa en la que tú vas por el Oudegracht, la calle que rodea el principal canal de Utrecht y que te lleva al centro, vas con tu bici, hay miles de peatones y te mueves en esa selva sin problema alguno, los ves venir, los esquivas, ellos se paran y te esquivan y todo va bien y es realmente fabuloso como todos, en nuestro caos, generamos un orden increíble.