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  • La vista desde el Wat Phra Yai

    8 de abril de 2022

    En la zona del Wat Phra Yai, la costa se ve un poco diferente a la que hay por donde yo me quedaba, así que aproveché para hacer algunas fotos. La isla de Koh Samui tiene montañas, aunque no excesivamente altas y como se puede ver, está totalmente cubierta de verde. En esta parte de la isla, en marea vacía, cerca de la orilla hay pedrolos por un tubo.

  • Ten cuidado si me das, que yo devuelvo con intereses

    7 de abril de 2022

    Al hilo de lo de ayer y particularmente de los comentarios, de cuando en cuando a lo largo de tu vida, te cruzas con una de esas personas que parecen estar ahí para joder la vida a todo el mundo, seres que no se sabe muy bien si son malvados o amargados y muestran esa amargura haciendo daño al resto. En muchas ocasiones, los afectados no pueden hacer nada para esquivar el daño, son sus profesores, o sus jefes y están en posiciones de poder. En la segunda empresa que trabajé en Canarias, antes de emigrar, mi jefe era un joputa del copón. Los viernes, que trabajábamos hasta las tres de la tarde, cinco minutos antes, endosaba ingentes cantidades de trabajo a mis cinco compañeros y se tenían que quedar allí tres o cuatro horas más. A mi, la primera vez que lo intentó, le pregunté si él también se quedaba y cuando me dijo que se iba, yo le dije que yo también y que lo haría el lunes por la mañana, que ya tenía mi fin de semana organizado. Como no se esperaba que le hicieran frente, no supo reaccionar y ya nunca más intentó obligarme. Entre mis compañeros había una ingeniera, la única mujer en el grupo y el tío la trataba como si fuera la limpiadora de la empresa y cuando ella se daba la vuelta para marcharse y no lo veía, se ponía la mano en la boca en el gesto universal de mamar pollas. También dejó de hacerlo cuando yo estaba presente porque vio que no funcionaba conmigo y ya me tenía miedo, sabía que yo le haría frente. Al final, en mi última semana antes de irme, se dedicó a culparme a mí de todas las cosas y todos los proyectos que iban mal, aunque no estaban relacionados conmigo y todo el mundo lo sabía. Ahí ya me tocó los güevos así que quedé con la hija del presidente, que la conocía, para cenar y le conté todo lo que mi jefe decía de su padre, de ella, de su familia y todos los chanchullos en los que estaba metido y por donde robaba. La auditoría comenzó tres días más tarde y lo echaron después de que la terminaron, supuestamente pudieron probar un montón de cosas, sobre todo los chanchullos y los robos, que el tío se estaba gastando dinerales que no ganaba en clases de piloto de avión, tenía un cochazo, otro cochazo para su furcia, una moto, un casoplón en Tenerife y otro en Gran Canaria. En su caso, tropezó conmigo y no me importaba lanzarme de cabeza y con la cornamenta por delante a destruirlo y así lo hice. Cuando volví por primera vez a Gran Canaria desde los Países Bajos, en octubre de ese año, recuerdo que pasé por la empresa a saludar a los compañeros y me recibieron con una ovación con todos en pie, a todos los puteaba pero allí nadie hacía nada por evitarlo, asumían que eso formaba parte del trabajo.

    En los Países Bajos, tuve dos tropezones en la empresa del sol naciente, aunque uno fue muy benigno. Mi jefa y yo fuimos asignado al primer jefillo japoné que tuvimos y cuando mi jefa se quiso ir de vacaciones en verano, tres semanas, como había hecho todos los años anteriores, el tío le dijo que solo se podía ir dos semanas y ella se lo tragó, se echó a llorar en nuestro despacho y a partir de ahí y durante cinco años, se iba en verano dos semanas y su marido se quedaba con los hijos una semana más en el sitio al que iban de vacaciones. Cuando yo pedí mis casi cuatro semanas para irme a Asia, el tipo dijo que no, lo miré y le pregunté si quería venir conmigo a recursos inHumanos para que les explicara a ellos la razón por la que se me prohibía ir de vacaciones en una época en la que la empresa no había indicado que era crítica. Se echó para atrás inmediatamente. El otro fue con el jefillo de mi amigo el Moreno, un joputa que no veas, rastrero y vil. Como la empresa perdía dinero, le dijeron que a la hora de evaluar a los empleados, a todo el mundo les tenía que dar evaluaciones negativas porque no había guita. Mi amigo el Moreno hizo la suya y la razón que le dieron fue que tomaba café conmigo y que eso era una pérdida de tiempo. El moreno se quedó noqueado y me lo contó cuando salimos a caminar ese día y al volver, me fui a recursos inHumanos y les expliqué que si ahora la evaluación de una persona podía ser influenciada por otra, que es ilegal en los Países Bajos, que consideraran que dimitía y me iba. En cinco minutos se montó una pelotera cuando el director de recursos inHumanos contactó con nuestro vicepresidente y la cosa llegó hasta el país del sol naciente. El jefe del Moreno fue despedido un año después, jamás me lo perdonó y tanto el Moreno como yo tuvimos ese año incremento de salario. A partir de ahí, cada vez que iba a tomarme un cafelito con el Moreno, que le exigía que fuera en su sitio, me iba al despacho de su jefe a saludarlo y para que supiera que estaba allí y que le estaba haciendo perder el tiempo no a uno de sus empleados, a todos, que a partir de ahí empecé a tomar café y hablar con todo el mundo solo por ver la cara de odio que se le ponía cuando pasaba por los pasillos y me veía. Además, empecé a recolectar información de todo el mundo sobre lo que hacían y los retrasos que tenían y la comencé a usar en mi trabajo en contra de él, anticipándome a los retrasos y señalándolo a él antes de que fueran oficiales. Ese último año fue muy duro para aquel joputa. Espero no volver a toparme con nadie así.

  • El Buda gigantesco del Wat Phra Yai

    7 de abril de 2022

    Lo primero es decir que si hubiese hecho esta foto ahora, habría procurado tener algún julay en el plano para que se vea el tamaño de ese Buda, pero vamos, que a la izquierda se puede ver el brazo de algún julay y esas figuras que están delante por debajo están como a dos metros de alto. Este Buda gigantesco, construido en 1972, tiene doce metros de tamaño y está en el Wat Phra Yai, cerquita del otro templo que estábamos viendo pero junto al mar, en una especie de islote conectado a tierra por una carretera de unos cien metros. El Buda está en la conocida posición del truscolán y el podemita, con la mano abierta pidiendo guita. El Buda está en lo alto del templo, en una especie de terraza y para llegar a él hay una escalera simulando un dragón que no veremos. Este es uno de los catorce Budas más grande de Tailandia.

  • El vórtice de mielda

    6 de abril de 2022

    En alguna ocasión he hablado de lo que voy a comentar hoy, que es muy difícil ser original cuando llevas escribiendo el mejor blog sin premios en castellano desde enero del año 2004 o sea, más o menos doscientos dieciocho meses, quizás uno más o uno menos según como los contemos. Lo que sí que no había hecho era ponerle nombre al evento, que seguro que algún filósofo o algún filólogo o algún podemita zarrapastroso ya le puso nombre y confirmar, por si alguien tiene alguna duda, que en lo que a mí respecta, un filósofo y un truscolán o un podemita son la misma gentuza, que yo después de padecer a un joputa abusador y follador de menores en el instituto como profesor de filosofía, le perdí el respeto a esa chusma y gentuza de la peor. Volviendo al tema, esta tarde crucé un vórtice de mielda, que es un lugar, en el que cambian las reglas del juego y la supuesta aleatoriedad del universo se pone en entredicho cuando todo sucede a peor, es como un torbellino de determinismo negativo o negativísimo. Iba en la bici, volviendo desde el cine a mi keli cuando llegué al único semáforo que cruzo. Al ponerse la luz en verde, salimos todas las bicis, como siempre y avanzamos por la calle hasta el siguiente cruce, pasado el cual hay un paso de peatones. Al llegar todos allí, el primer coche que iba a girar a la derecha en el cruce, como indicaba, abortó la maniobra a la mitad y volvió hacia la carretera, en donde una hembra había comenzado a cruzar por el paso de peatones porque el coche no venía hacia ella, del otro lado venía un coche más bien centrado en la calle porque no le iba a venir ningún otro coche de frente y así entramos en el vórtice de mielda, en el que todas las decisiones erróneas son tomadas poco menos que simultáneamente y el peatón hace amagos de abortar la maniobra y de continuar, el coche que cambia de dirección, las bicis que nos habíamos abierto hacia la izquierda para no detenernos cuando el coche giraba y el otro que nos viene de frente. En ese instante, todo lo que puede salir mal, sale peor y el peatón estuvo a punto de ser atropellado tanto por el coche que cambió de dirección aleatoriamente como por los ciclistas, estos estuvieron (o estuvimos) a punto de estamparnos con el coche que venía de frente y ese coche estuvo a punto además de estamparse contra nosotros, de estamparse contra el coche que cambió de dirección y quizás hasta atropella al peatón. Es una escena imposible, algo que jamás debería suceder pero que parece como si alguien manipulara nuestras caóticas acciones diarias y las determinara en una dirección chunga, en plan mal de ojos. Al final, el coche que venía en dirección contraria frenó en seco, los peatones, como banda de cuervos, regresamos en manada a la derecha, el peatón se quedó quieto como conejo iluminado por los focos del coche y las bicis lo rodearon por todos lados y el coche que cambió su dirección se paró también en seco. No pasó nada, pero estuvo cerca de pasar.

    Estos vórtices de mielda no se dan a menudo en nuestras vidas, pero están ahí y cuando te metes en uno, lo sabes a ciencia cierta, como cuando todo lo que podría torcerse se tuerce pero a peor y en el mismo día te echan, se te muere un familiar, se te rompe el coche y se te quema la casa o en un cruce varios coches, bicis y peatones se saltan los semáforos en rojo simultáneamente y en varias direcciones suele pasar lo peor. Estos vórtices de mielda están ahí, quizás no en la vida de todo el mundo o quizás la gente no los nota, pero yo sí que soy consciente cuando entro en uno y siempre me pregunto si yo soy el objetivo del susodicho, si va a por mí y quiere acabar conmigo, o es alguien cercano y yo solo soy un daño colateral. En el de hoy, estoy seguro que yo formaba parte de los colaterales pero en el grupo de ciclistas o quizás el peatón, entre esa gente hubo una persona que tuvo muchísima suerte de no acabar diñándola.

    A lo mejor yo soy de los pocos que notan estos vórtices de mielda porque cuando me huelo que estoy entrando en uno, cuando noto algo extraño y que es literalmente imposible que esté sucediendo, hago exactamente lo contrario de lo que iba a hacer y pongo tierra, asfalto o baldosas de por medio.

    Cuando el caos y lo aleatorio funcionan normalmente, es como una sinfonía maravillosa en la que tú vas por el Oudegracht, la calle que rodea el principal canal de Utrecht y que te lleva al centro, vas con tu bici, hay miles de peatones y te mueves en esa selva sin problema alguno, los ves venir, los esquivas, ellos se paran y te esquivan y todo va bien y es realmente fabuloso como todos, en nuestro caos, generamos un orden increíble.

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