Lo que escribo hoy lo iba a hacer hace un par de semanas pero me difuminé y se me olvidó. Todo venía a cuento de la última vez que estuve en Amsterdam y el lugar distópico y raro que me encontré. Lo recordé ayer porque reservé para ir al cine a las siete y media de la tarde, algo que ya hago muy raramente porque al ser un parao, puedo elegir sesiones de mañana y evitarme a la chusma y la gentuza. Sobre las siete salí de mi casa a lomos de mi bicicleta Stella Modena Night Blue FDST Comfort, que aún no he bautizado con un buen mote aunque la llevo usando hace más de un año. Que no haya mucha gente por la zona en la que vivo es normal porque es residencial, pero cuando te acercas al centro, la cantidad de gente en las calles se incrementa. Lo raro fue que según me acercaba al cine, había menos y menos gente. Todas las tiendas ya estaban cerradas desde las seis pero los bares y restaurantes, que no pueden atender en mesa pero sí que pueden ofrecer comida para llevar, estaban cerrados. Era una escena rarísima, sin gente alguna en unas calles por las que siempre hay decenas de paseantes. Para cuando llegué al aparcamiento de bicicleta ya pensaba que me habían teletransportado a un universo paralelo en el que estaba solo, aunque por suerte allí regresé a nuestro planeta y vi algunas personas porque junto al aparcamiento de bicicletas hay un supermercado y ese sí estaba abierto, aunque le quedaban menos de cuarenta minutos para dejar de vender alcohol. Al salir del cine, a las nueve y media de la noche, la escena fue aún más surrealista, ya que sin venta de alcohol, hasta el supermercado ya no tenía clientes y en las calles no había nadie, de hecho, creo que hice los más de cuatro kilómetros sin cruzarme con nadie.
El día que noté esto tan raro fue en Amsterdam, dos semanas antes. Había ido allí para darme un empacho de cine y ya por la mañana, en Leidseplein, plaza que suele estar petada de turistas, aquello era un desierto. Las tiendas de las calles más comerciales de la capital neerlandesa estaban vacías o con uno o dos clientes y ya aparecen calvas en el paisaje urbano, tiendas que han cerrado y que han dejado los locales vacíos. En los bares, todos tenían grandes carteles anunciando que podías entrar y comprarte tu café para llevar, pero con cuatro o cinco grados, eso no mola nada y supongo que la falta de turistas se debe a lo mismo, tener que comer sentado en un banco con un frío tremendo o quizás hasta lluvia porque no se puede consumir en los bares o restaurantes no ayuda a atraer turistas, como tampoco que solo se pueda entrar en los pocos museos que están abiertos con cita previa, con lo que antes de venir ya tienes que determinar el día y la hora de la visita al museo y comprar tu entrada o no puedes entrar y eso si la consigues, que el aforo está limitadísimo, aunque mirando el lado positivo, ahora te puedes ver el museo de Van Gogh con cuatro gatos y disfrutar de sus obras sin una multitud a tu alrededor, o ver las maravillas de Rembrandt prácticamente en la intimidad. Cambiando de cine en el centro de Amsterdam, mientras andaba de uno a otro, noté que todas las tiendas de venta de entradas para lugares turísticos han cerrado, todas las tiendas de quesos para turistas, cerraron o desaparecieron, todas las churrerías a precios de ropa de marca de lujo que siempre estaban petadas de turistas, ya son historia. A las cinco de la tarde, el centro de Amsterdam era un páramo en el que los mendigos, habitualmente drogatas, son super-hiper-mega agresivos y cuando ven a alguien se lanzan a por ti, por supuesto sin máscara y sin guardar la distancia de seguridad, con lo que los tienes que detectar de lejos y ya situarte en el lado opuesto de la calle, caminar rápido y no detenerte por más que los oigas gritar tratando de llamar tu atención.
Este 2020 no es el mundo que nos habían prometido. Esto es una puta mierda del copón.