Planta 33 – capítulo sexto


Si por casualidad llegaste a mi página desde universos desconocidos y has entrado directamente en esta historia, te ruego que retrocedas hasta Planta 33 – Capítulo primero para que la leas desde el comienzo.

Nueva York es una ciudad con un olor especial y dulzón que notas tan pronto llegas al aeropuerto. Quizás sea por los millones de personas que viven allí o por la contaminación producida por los vehículos pero lo cierto es que al salir del avión lo puedes sentir. Es un lugar enorme, de proporciones brutales, con dos aeropuertos empotrados en la periferia de la ciudad. Yo aterricé en la Guardia. Si tienes suerte y el día está despejado, cuando aterrizas en ese aeropuerto puedes ver Manhattan y la estatua de la Libertad. Desde el aire parece diminuta y los rascacielos de juguete.Este no es un pequeño aeropuerto de ciudad de segunda, es la capital del mundo e incluso el menor de sus aeródromos es enorme, con varias terminales y miles de personas circulando en su interior.

No tenía que recoger equipaje así que salí directamente a tomar un taxi. Son esos típicos vehículos de color amarillo que siempre vemos en las películas, con sus excéntricos conductores de Dios sabe qué país a los que es difícil entender porque hablan una versión muy particular del idioma. Me subí a uno con un conductor que debía ser de Pakistán, la India o algún país de esa zona, con su turbante y ese olor a incienso que llenaba el vehículo. Tenía un pequeño altar en el salpicadero en el que había puesto pétalos de flores y algunos trozos de fruta. Los pétalos habían vivido mejores tiempos y la falta de agua los había retorcido al tiempo que perdían el color.

El taxista colocó mi pequeña maleta en el portabultos y me senté en la parte trasera. Giró la cabeza y sonrió desvelando una dentadura bien entrada en la podredumbre. Si había un color que faltaba allí era el marfil, ese que debería ser el más propio de los dientes. Por detrás de aquel racimo de piezas enfermas se veía algo que estaba rumiando y que honestamente prefería no haber atisbado nunca.

Le dije que iba al Washington Square Hotel en Greenwich Village. Masculló alguna respuesta que no llegué a entender y arrancó pisando a fondo el acelerador e inmediatamente frenando bruscamente. Por delante de nosotros una pareja de ancianos cruzaba la calle con un carrito cargado de maletas en un lugar en el que estaba prohibido. El taxista les pitó repetidamente gritando algo en su idioma que seguramente esa gente no pudo oír porque las ventanas del vehículo estaban cerradas. El viento frío levantaba remolinos con la basura y estos parecían perseguir a los ancianos, los cuales iban muy abrigados y andaban torpemente intentando controlar el carrito con las maletas, el cual tiraba hacia un lado y los obligaba a hacer grandes esfuerzos para enderezarlo.

Cuando el camino quedó despejado volvió a arrancar y pronto dejamos atrás el aeropuerto sumergiéndonos en el tráfico de la ciudad, enfilando hacia el corazón de Manhattan por la Grand Central Expressway.

Da igual la hora del día a la que llegues. Todas las carreteras que van hacia Manhattan están siempre llenas. El paisaje cerca del aeropuerto es desolador, con naves industriales abandonadas y negocios que seguramente vivieron tiempos más gloriosos. La zona acabará siendo engullida por viviendas y donde hay desolación y abandono construirán edificios dormitorio que se llenarán de inmigrantes. Así es como ha ido creciendo esta gran ciudad, desplazando fábricas hacia las afueras y engullendo las zonas que dejaban libres con más viviendas.

En el medio de la nada, mientras esperábamos en pleno atasco me sorprendió encontrar una pantalla de televisión gigantesca que emitía continuamente anuncios. Debía estar allí para nosotros porque no había más nada. En varios puntos de la imagen había puntos de color púrpura que seguramente señalaban las lámparas que se habían roto. No había sonido y eso hacía que la escena fuera tan extraña. El taxista mascullaba algo, como rezando y yo miraba fascinado hacia aquella pantalla. La dejamos atrás y seguimos nuestro camino, entre más edificios abandonados e industrias. Pronto comenzaron a aparecer las primeras viviendas y mejoró la apariencia del lugar. En la autopista las señales nos avisaban que si continuábamos tendríamos que cruzar hacia Manhattan por el túnel de pago. El taxi se puso en una de las filas para pagar con tarjeta o con abono. La fila más larga era la de los que querían pagar en efectivo. Estaba jalonada de carteles recordando a los conductores que la próxima vez pagaran con tarjeta para ahorrar tiempo.

Después de pasar el peaje entramos en el túnel, una construcción estrecha de dos carriles que me produjo una sensación de agobio. Había algo familiar en aquel lugar, algo que me sonaba conocido. Me costó un rato darme cuenta que lo había visto en alguna película. El título no me venía a la cabeza pero recordaba la imagen de Bruce Willis corriendo por su interior. Tenía el nombre de la cinta en la punta de la lengua. Seguro que más tarde lo recordaría.

Igual creías que me había olvidado. han pasado varios meses pero finalmente hay una continuación. Sigue el enlace para continuar leyendo la historia en Planta 33 – capítulo séptimo


7 respuestas a “Planta 33 – capítulo sexto”

  1. Primero habrá que escribirlo. Lo mejor de los relatos es que nadie los lee, todo el mundo se los salta. Lo que vende es hablar de tu vida y criticar por criticar. Este en concreto se puede poner fácilmente en veinte capítulos (o anotaciones, que lo de capítulo suena muy formal).

  2. pues yo los estoy devorando nada más salir, y ya me quedo esperando el siguiente. Seré rara…

  3. Me los estoy leyendo, tu vida (vocabulario) vende bastante. El primer «capítulo» tenía gancho, y para leer otras cosas me leo tus relatos, aunque sea por quedar bien 😀

  4. Y eso que cuando hablo de mi vida no lo cuento todo. Tengo un par de cosas que contar pero esta semana no estoy muy por la labor.

  5. Gracias por el cumplido. Siempre es mejor que te consideren rara a que te consideren una oveja más. Aunque sea por dar la nota 😉