Sabemos que todo lo bueno se acaba más pronto que tarde. Mientras leéis esto es probable que esté tirado en el aeropuerto de Barajas, en la flamante terminal IV, maldiciendo mi suerte por haber escogido a Iberia como la compañía encargada de mi transporte navideño. Si todo sale bien, debería estar en mi casa antes de las once de la noche pero seamos realistas, vuelo con los peores así que me daré por satisfecho si entro en casa antes de las tres de la mañana.
Atrás quedan los días de sol y playa, los encuentros con amigos, los paseos por la avenida costera al atardecer y los empachos que han logrado que ya no tenga que usar cinturón porque la tripa sujeta los pantalones.
Vuelvo a casa, a los Países Bajos, el país al que identifico como mi hogar. Espero que el frío sea intenso y el hielo en los canales aún no se haya derretido porque me apetece ir a patinar y ya me han invitado varios amigos. A ver cuando se animan en las Canarias a crear su selección de patinaje de velocidad, que yo puedo representarlas en las olimpiadas de invierno y seguro que mi tripón haciendo equilibrios sobre esas cosas es una imagen sensacional para abrir todos los telediarios.