Sexto día de buceo en Fuvamulah, mi encuentro con el tiburón zorro


El relato comenzó en Desde Utrecht a Fuvamulah

Llegamos al último día de buceo en Fuvamulah, que no el último día en la isla, ya que al ser todos grandes expertos en el tema subacuático, es bien conocido que después de una traca de buceo como esta, tienes que poner veinticuatro horas entre tu última inmersión y tu vuelos para que no explotes en el avión y les llenes la cabina de mielda de la peor, que es algo que puede suceder y ha sucedido. La rutina es la habitual, levantarse a las seis, jiñote, ducha sin jabón y a desayunar con encochinamiento máximo, duolingo y a las siete de la mañana, camino del club de buceo. Para nuestra primera inmersión nos dijeron que volvíamos a Farikede y que íbamos a ver si teníamos suerte con los tiburones martillo, pero en plan relajado y en lugar de correr y correr, dejar que ellos se acerquen a nosotros. Nos tiramos al agua y nos dividimos en tres grupos. Nuestro grupo se encontró con un enorme tiburón gris de arrecife y en el fondo marino del agua del mar vimos algún tiburón martillo pero estaba muy profundo, así que hicimos la inmersión en el azul y nos hartamos a ver azul pero no hubo tiburones martillo.

Regresamos a puerto y aproveché para finiquitar con el club de buceo y después fui por la lonja a flipar con el descuartizamiento de los atunes, que es como que lo único que quizás comió esta gente durante la pandemia truscolana y podemita, que viven rodeados de ellos. Cuando llegó la hora de la segunda inmersión nos dijeron que el sitio no tiene nombre, que es una pared que básicamente empieza a la altura de la residencia en la que me quedo y va subiendo hacia Kedevari, con lo que como ya hice la que continúa esa, habré hecho prácticamente la mitad noreste de la isla. El Dive Master nos dijo que era ir como mucho a veinticinco metros, ir viendo la pared vertical, que es preciosa y disfrutar, sin preocuparnos por cosas grandes. Comenzamos y ciertamente, era preciosa, llena de corales y de peces pequeños, diminutos, medianos, peces ballesta que no me atacaban y una cantidad ingente de vida. La corriente nos empujaba con lo que íbamos sin esfuerzo recorriendo la zona, todo super-híper-mega genial. En un punto determinado, nos hemos dividido en dos grupos, yo voy en cabeza con un chamo del club que tiene una cámara de fotos profesional en una carcasa y que va haciendo fotos, él iba a unos veintidós metros y yo a diecisiete. Me avisa y señala hacia abajo y me indica que bajemos. Yo estaba haciendo un vídeo así que no paré y fui descendiendo. Al llegar a treinta y tres metros, tengo dos minutos antes de entrar en descompresión y allí hay un fabuloso y precioso tiburón zorro, en una estación de limpieza, dando vueltas para que lo limpien. Nos quedamos en un lado y el animal ni se inmutó y estuvimos allí casi dos minutos en un momento fabuloso. Después subimos lentamente a los quince metros. El segundo grupo llegó más tarde y lo vieron, pero nunca llegaron a estar tan cerca como nosotros, que ellos no llevan de copiloto a su Ángel de la Guarda, que yo nunca me deshice de él de pequeño. Fue un momento mágico. Después seguimos un rato más por el arrecife y salimos a superficie alucinando en todos los colores y alguno más.

No veas lo excitados que salimos. Nos fuimos a comer a donde las hamburguesas de atún, que están de fábula y después me regalé como premio un helado, aunque la heladería, que aquello es una heladería, fue una decepción, ya que tienen helado de chocolate o de vainilla, que me parece muy miserable en cuanto a sabores. Regresé al club para la tercera y última inmersión en el zoológico de los tigres. Éramos nueve y nos tocaba a las dos de la tarde, con marea llena. Había poca visibilidad y la verdad que la inmersión empezó muy mal, la corriente nos agitaba y los tiburones no se acercaban y no parecían ser capaces de comerse las dos cabezas de atún enorme que tenían. Cuando llevábamos allí como veinte minutos, quizás más, cambiaron de posición a algunos de los buceadores, nos pusieron haciendo una línea y trajeron una de las cabezas a dos metros de nosotros. Un tiburón tigre enorme, una hembra, se acercó y se la zampó, con el acojono nuestro que si la cabeza esa rueda un poquito, que estaba en una rampa y nosotros por debajo, allí hay una escabechina. Después trajeron la otra cabeza y la pusieron aún más cerca de mí y vino otro tiburón y la escena es terrorífica y fascinante, con el animal que casi no puede cerrar la boca porque es que no le cabía todo aquello, pero se lo jincó como una gran campeona, que también era una hembra, creo que casi todos los tiburones tigre que hemos visto son hembras, al parecer los machos aparecen cuando empieza la temporada del chimpún. Como no vino ningún grupo después de nosotros, estuvimos casi cincuenta minutos y pese a la mala velocidad, fue un espectáculo.

Al salir me despedí de la tropa y regresé con los que están en mi residencia, aunque igual vuelvo a ver algunos al día siguiente, que tengo todo el día para caminar y pajariar. Por la tarde salí más tarde a cenar y pasé de caminar, no sé, como que mi Ángel de la Guarda me motivó a gandulear y resultó que caían unas trombas de agua brutales, con lo que no conseguí mi cuota de pasos diarios, pero chico, no me mojé. A la hora de la cena cogí un paraguas, fui a cenar, que me pedí un curry Maldiviano de pescado que estaba de que te cambas y mientras cenaba, cayó el diluvio, pero brutal y después de cenar tuve que esperar como quince minutos para salir del sitio y regresar. En las calles, el agua saturaba el sistema de drenaje y en algunos sitios, no había manera de pasar sin meter el pie en la susodicha, con lo que tener unas cholas Moisés ayuda pero que muchísimo.

El relato continúa en El salto desde Fuvamulah a Guraidhoo


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.