Tras la carnicería


Siempre que hay una reorganización, es básicamente una carnicería pero muy del siglo veintiuno, sin carne ni sangre de por medio. Cuando acaba, la gente se queda desubicada, desorientada y preguntándose por la razón que hizo que la hoja del cuchillo cortara de un lado y no del otro. También se preguntan como es que siempre que pasa algo así, la oveja negra de la empresa, el verso torcido, la nota que está mal puesta, o sea, un servidor, sale intacto. Yo ya no se como decirles que cualquier compañía necesita gente como yo, cuando solo tienen grupos verticales, están condenadas al fracaso. Los jefillos saben que al moverme transversalmente entre grupos, al realizar un salto horizontal, estoy contribuyendo a algo que es muy necesario, a crear cohesión y crear atajos para los flujos verticales de información y poder. Ni siquiera yo puedo explicar cuál es mi trabajo porque no es un proceso lineal, yo hago una nebulosa de pequeñas acciones que me convierten en la pezonera de la empresa, palabra rarísima y que yo diría que está en desuso y que era la pieza que evitaba que la rueda se saliese del eje en los carros. Parezco más bien poco y todos están siempre dispuestos a quitarme, pero de hacerlo, la cosa se escoña y se va todo al carajo y de eso son conscientes varios jefillos.

Hoy despedíamos a un compañero que renunció hace dos meses y hoy era el último día, algo que se explica porque en los Países Bajos, el tiempo de aviso por despido o para renunciar está establecido, por lo general, en dos meses que empiezan a contar a partir del primer día del mes siguiente al de la notificación. El colega se va hoy porque tiene vacaciones acumuladas de años anteriores. Volviendo al tema, en estos casos, lo normal es que su jefe organice la despedida, se compra una tarjeta que firma todo el que quiere y se recolecta dinero con el que se le compra un regalo o se le entrega. En este caso, su jefe, que desde hoy es mi jefe, decidió que no organizaría nada. Todo el mundo esperando que comenzara la campaña de recogida y firma y no llegaba y pasaban los días hasta que este martes yo indiqué a unos cuantos que no iba a suceder. La indignación y la rabia entre los colegas fue épica y en seguida, alguien compró la tarjeta y se comenzó a recoger dinero. Cuando su jefe (y ahora también el mío) se enteró, se puso como truscolán contra juez español. Recaudamos un montón de dinero e incluso organizamos varias tartas para su despedida. Como mi objetivo de este año es destruir a su jefe (y ahora el mío), le ofrecí que hablara en la despedida, como es su deber y obligación. Lo hice frente a testigos, porque uno no mata el toro a escondidas, lo hace en una plaza y con mucho público. El tipo, pese a que muchos dudaban de lo que les contábamos, declinó el ofrecimiento. Todo el mundo flipó en tres y hasta en cuatro dimensiones. Todo eso sucedía frente a una gran parte de la compañía. Finalmente, yo tomé el control y fui el que habló y por si alguno estaba despistado y se había perdido la jugada, expliqué claramente que yo era el encargado de hacerlo porque quién debía, se la sudaba y no quería. Fue un pequeño jaque al rey que le ha tocado los güevillos y ya lo está sintonizando en mi contra, algo que él mismo podrá ver como crece ya que esta semillita se va a convertir en un árbol secuoya, será tan grande que lo acabará aplastando y lo haré por culpa de mi bondad tan infinita que es que no la puedo contener en mis entrañas. Mi objetivo para el próximo año, independientemente del que me pongan en el trabajo, es neutralizarlo, o destruirlo y permitir que el caos vuelva a ese lugar en el que ahora reina la mediocridad. Por toda la empresa, cuando en las reuniones que hemos ido teniendo todos los grupos durante el día de hoy para explicarnos la nueva organización veían el departamento en el que me han incrustado, la gente se llevaba las manos a la cabeza y todos están de acuerdo en que será un desastre. Todos parecen estar de acuerdo conmigo en que me echarán, será la única manera de parar la estampida. Al parecer, la única explicación que tienen para justificar mi presencia en ese grupo es que la alternativa sería incluirme en uno gringo, con el jefe y los compañeros en trumplandia y tienen muchísimo miedo de lo que yo podría desatar.

En fin, que nos han reorganizado, han echado a gente a la puta calle, no han solucionado los problemas de fondo, con lo que esto es un parche y habrá que seguir cortando y lo que es peor, ahora nos han juntado en grupos que son peores que los que teníamos. Tras uno de estos eventos, la gente retoma el asunto con ilusión y suelen desilusionarse seis meses más tarde. Esta vez, a las tres de la tarde ya teníamos a los primeros desilusionados, que imagino que empezarán a buscar trabajo este fin de semana para irse voluntariamente. Para mi, yo estoy contento como pelleja con zapatos nuevos, voy a quitarle el freno a mi capacidad natural para la manipulación y voy a emplearla a fondo para ver hasta donde puedo llevar al sujeto en estudio. Como decía la película aquella, ¡La vida es bella!


3 respuestas a “Tras la carnicería”

  1. Espero que disfrutes en esta nueva etapa y puedas «educar» a tu nuevo jefe en cómo ser un poco más empático.

    Un saludo!

  2. No has encontrado todavía la horma de tu zapato. El día que lo encuentres estalla la empresa.