La de hoy ha sido la jornada de tránsito más larga de este viaje. Comenzó antes de las siete terminando de meter las cosas en la mochila para después desayunar ya que a las ocho me recogía un taxi para llevarme al aeropuerto de Phnom Penh. Podía haber elegido el ir en tuk-tuk pero la verdad, no me apetecía estar todo el día sudado por culpa de ese bochorno extremo que hay las veinticuatro horas del día en Camboya. En el hotel se despidieron todos de mí. Siendo un negocio pequeño y como he pasado por allí dos veces, conozco hasta los lagartos de las paredes. El taxista era un chico joven que parecía tener miedo a conducir. A mí me ponen al volante de un coche en ese país y no sabría como afrontar la falta de reglas de tráfico (o la existencia de otras desconocidas) pero se supone que él vive y trabaja allí y debería moverse sin problemas. Al llegar a los cruces se quedaba esperando y tras un rato los que venían detrás comenzaban a pitarle y eso lo ponía en movimiento. El aeropuerto está a unos pocos kilómetros pero en una ciudad tan caótica nos tomó casi tres cuartos de hora. En la terminal de salidas no dejan entrar a Camboyanos que no tengan billete para viajar, lo cual la convierte en un paraíso sin niños pidiendo ni mendigos sin piernas arrastrándose para dar lástima de la gente y conseguir una limosna. Había unos pocos mostradores de facturación y en las pantallas no estaba mi vuelo. Pregunté y me dijeron que solo anunciaban la salida dos horas antes pero también me dijeron el número de los mostradores que iban a abrir y me puse en cola.
Para facturar hacen falta cuatro personas por mostrador. Una es la que realiza el trabajo propiamente dicho, otra la observa y le sugiere cosas secretas al oído, la tercera mantiene la fila en orden y si es necesario nos recoloca y la cuarta recoge la etiqueta para el equipaje que le suministra la primera, se la pone a la maleta mientras tanto la primera como la segunda persona lo miran y después desplaza la maleta a la cinta. Pese a la multitud, son más lentos que una sola persona realizando todas las tareas en cualquier aeropuerto europeo. Una vez me dieron la tarjeta de embarque y los cuatro me desearon un buen viaje me acerqué al mostrador en el que tenía que pagar EL IMPUESTO DE SALIDA. En Camboya, si sales del país por avión, has de pagar 25 dólares de impuestos. Si a eso le sumas los veinte dólares que me costó el visado de entrada, a lo bobo me sacaron 45 dólares que acabaran en manos de los corruptos que gobiernan, ya que este país es uno de los más corruptos del mundo. En la escalera mecánica que te lleva a las puertas de salida comprueban que has pagado el impuesto y después una tropa de funcionarios revisan tu pasaporte y marcan tu visado para que tengas que volver a pagar si entras al país y más tarde una pequeña manifestación de gente te hace pasar el control de seguridad.
Después de todo esto ya estás en la zona segura del aeropuerto y alucinas con los precios del café y las cosas. Son más caros que en Madrid Barajas, que ya manda güevos. Entre tanto robo, al menos te dan Wifi gratis y en la hora que estuve allí les pegué un tajazo de 350 megas para poder ver el último episodio de Doctor Who. A la hora de embarcar allí no había nadie y diez minutos más tarde aparecieron los mismos de la facturación y se repartieron las tareas y comenzamos a entrar en el avión. Iba lleno más que nada por una excursión de británicos que volvía a su país via Kuala Lumpur. El avión es un Boeing 737-400, con más años que las gafas horrorosas de Rocío Jurado, aquellas que parecían parabrisas de camión de chaperos.
Como el aeropuerto solo tiene una pista, tuvimos que esperar a que aterrizara un avión de las líneas aéreas Vietnamitas antes de entrar en pista y dirigirnos al extremo de la misma. Allí dio la vuelta y podíamos ver viniendo en nuestro sentido al avión del otro país que acababa de aterrizar y que también tuvo que dar la vuelta para volver hacia la zona en la que se sale de la pista. Al despegar se ve como han deforestado casi todo el país y se lo están cargando. Yo aproveché el vuelo para comerme el almuerzo que nos daban y ver el episodio que había descargado y casi sin darme cuenta ya estábamos en Kuala Lumpur.
El vuelo dura dos horas pero añade la hora de diferencia horaria y al aterrizar eran pasadas las dos de la tarde. Este ha sido el aterrizaje más duro de toda mi vida. El hijoputa del piloto dejó caer el avión a pelo y la gente gritó cuando golpeamos el suelo como si nos estuviéramos estampando. El avión rebotó y hasta se escoró a un lado. Si lo que pretendía era dejarnos el cuerpo desasosegado, lo logró. Pasé el control de pasaportes, recogí mi mochila y me acerqué a la terminal de autobuses. Mirando las páginas de las compañías de transporte había descubierto que una llamada Transnacional tenía cuatro conexiones diarias con Melaka desde el aeropuerto. Al llegar a su ventanilla descubrí que habían cancelado el servicio un mes antes. Me compré un billete de autobús para ir a Chinatown ya que desde allí se supone que salen los autobuses que van a esa ciudad. El viaje dura unos cuarenta y cinco minutos ya que el aeropuerto está a 75 kilómetros de la ciudad. Conviene recordar que dentro de este aeropuerto está el circuito de Formula 1 en el que se celebra el gran premio de Malasia (o algo parecido). Eran casi las cuatro y media cuando llegué al lugar y me informaron que tenía que tomar otro autobús para ir a una estación que está en Bukit Jalil. Otra guagua que tardó casi un cuarto de hora en salir y que tardó media hora en llevarnos a ese sitio. Finalmente compré mi billete y me dijeron que debía ir al andén 5 y buscar el vehículo con matricula 5400. Lo encontré y tomé asiento. Las plazas son muy cómodas, hay mucho espacio entre butacas y las mismas son anchísimas. No salimos hasta casi las seis de la tarde y el viaje duró hora y media. Llegamos pasadas las siete de la tarde a la estación de autobuses de Melaka Sentral, la cual está fuera de la ciudad. Es enorme y tiene una especie de centro comercial adosado. Busqué la parada de taxis y tomé uno para que me llevara al hotel, a donde llegué cerca de las siete y media de la tarde.
Se llama el Hotel Puri y la foto de la habitación que me asignaron la podéis ver a continuación:
Está en Chinatown en Melaka, la zona más folclórica y en donde están todas las atracciones turísticas con lo que desde aquí puedo darme los garbeos sin más problemas. Después de tomar posesión de mi habitación para las siguientes dos noches salí a cenar por la zona y a darme un garbeo. Así acabó esta eterna jornada de transición que comenzó en la capital de Camboya y acabó en la ciudad malaya de Melaka.
El relato continúa en Melaka
Una respuesta a “Tránsito de Phnom Penh a Melaka”
Si, como bien dices, una eterna transición…
Salud