El relato de este viaje comenzó en El comienzo de otro gran viaje
No sé por qué las compañías de autobuses que se mueven entre ciudades en Asia tienen la manía de salir a horas intempestivas. El día que me marchaba de Siem Reap me recogían a las 6.40am así que desde pasadas las cinco y media estaba levantado preparándolo todo. He conseguido controlarme y no he comprado una sola camiseta que incremente el peso de mi mochila lo cual es todo un logro. El año pasado cuando salí de Malasia llevaba como diez camisetas más de las que tenía inicialmente.
En la recepción del hotel aproveché para consultar el correo y cuando me recogieron era con un mini-bus que iba vacío salvo por dos chicas. Pensé que íbamos a tener un viaje relajado y placentero pero me equivoqué completamente. Estaba vacío porque yo era el segundo al que recogía. Después paramos en un montón de sitios hasta que lo llenó hasta la bandera, con mochilas apiladas por todos lados y un montón de gente que petaba el cacharro. Nunca pensé que se pudieran meter 21 asientos en un mini-bus pero ahora sé que se puede porque lo he vivido.
A las siete y media llegábamos a la terminal de autobuses y allí nos cambiaron a uno grande, el cual también se llenó. Al salir el padawan del conductor nos dio a cada uno una toallita de refresco y una botella de agua, en plan azafato de medio de transporte aéreo de los ochenta y no aerolínea de bajo costo actual. En la carretera paró en un par de sitios para recoger gente y como ya no había asientos libres, se ponían sentados en los pasillos de la guagua. En la pantalla de vídeo nos regalaron con 5 horas de karaoke camboyano que no se lo deseo a nadie en el universo. La sexta hora fue una especie de espectáculo con unos julays en plan Jose Luis de los Morenos que te hacía desear que volvieran a poner el karaoke.
La carretera por la que circulábamos era la Nacional 6, un camino de cabras ensanchado un poco y asfaltado por el que se circula. De cuando en cuando el conductor comenzaba a tocar la pita como un loco y frenaba y claro, lo de siempre, una vaca o un búfalo que se atraviesa en la carretera. A las gallinas directamente las obligaba a huir o morir.
Hicimos una parada a las dos horas y media y mientras algunos se iban a un restaurante cercano para mear, otros nos quedamos mirando un mercadillo que había delante del autobús. ¡Esta gente come insectos! Tenían pilas de saltamontes fritos y otros que ni siquiera reconocí. Todavía se me pone el vello de punta cuando lo recuerdo. Una mujer se compró tres bolsas y se las llevó para la guagua como aperitivos. Iba sentada al lado de un alemán que no podía ocultar su cara de asco absoluto.
Para neutralizar el karaoke me puse a escuchar un audiobook y finalmente me dormí. Llegando a la capital el tráfico se comenzó a intensificar, la densidad de chabolas a los lados de la carretera se multiplicó hasta el infinito y antes de darnos cuenta estábamos cruzando un puente enorme y ya estábamos en Phnom Penh, la capital de Camboya. La estación de autobuses estaba en el norte de la ciudad. Al llegar sacaron todas nuestras mochilas y las pusieron dentro de la oficina y después cada uno iba buscando la suya. Afuera, una multitud de conductores de tuk-tuk se daban de hostias por llamar nuestra atención y conseguir una carrera. Yo opté por un taxi, algo más caro pero más seguro y es que en Siem Reap me habían lavado el cerebro conque la capital es muy insegura y hay que tener mucho cuidado. Por primera vez en mil millones de años me quité la cadena que siempre llevo al cuello y no me quité el reloj porque me lo dejé en los Países Bajos.
El taxista me llevó hasta mi hotel, llamado The Villa Paradiso, un boutique hotel y Spa. Nada más llegar me dijeron que la habitación que había reservado estaba en obras y que me habían asignado una mejor, la suite número 7, llamada The Island. Mirad la foto para que flipéis.
El sitio solo tiene diez habitaciones y es increíble. Además los empleados son fantásticos. Me explicaron todo para poder ir al centro y como tenía tiempo decidí hacer algo de turismo e ir al Palacio Real. Tomé un tuk-tuk para que me acercara porque con 36 grados no apetece mucho hacerte un kilómetro andando a menos que quieras acabar más sudado que el coño de la Veneno. El Palacio Real está en un complejo que comprende también la Pagoda de plata, ambos rodeados por unos muros de más de un kilómetro de perímetro. La entrada es algo cara para lo que se suele pagar por aquí pero lo normal es que traten de ordeñar a los turistas así que pagué los seis dólares y veinticinco céntimos de la entrada y mi primera parada fue en el Salón del Trono, un edificio alucinante construido a primeros del siglo XX y que se usa para las coronaciones y ceremonias reales. No dejan hacer fotos en el interior y hay que quitarse los zapatos para entrar pero el edificio es tan bonito que da igual ya que las fotos del exterior son preciosas. Está escoltado por el edificio del Tesoro Real y la Sala de espera Real. El primero se puede visitar y tiene un museo en el que entre otras curiosidades se pueden ver los siete uniformes de los empleados de palacio, que cada día visten de un color distinto. El único edificio feo de todo el complejo es el Pabellón de Napoleón III, un edificio que usó la emperatriz Eugénie durante la inauguración del Canal de Suez en 1869 y que después desmontaron y Napoleón III regaló al rey de Camboya.
Sin perder más tiempo pasé a la zona del palacio reservada para la Pagoda de plata, la cual tiene unos grandes jardines. El edificio en sí también es precioso y en su interior está totalmente cubierta por 5329 losetas de 20×20 de plata, cada una pesando algo más de un kilo. La pieza principal es el Buda Esmeralda, una figura de 50 centímetros de buda sentado en postura de meditar aunque a su lado hay un buda a tamaño real de oro puro que para mí es mucho más espectacular. Tenían unos cuantos budas más y otras figuras.
En los jardines hay una estatua con un rey a caballo. Inicialmente el busto era de Napoleón III pero le cambiaron la cara y le pusieron la de su rey. Hay un pequeño templo escondido en un jardín dentro del jardín y todo el perímetro del templo está cubierto con un gran mural de seiscientos y pico metros pero está en muy mal estado de conservación.
Cuando acabé la visita, regresé andando al hotel, busqué un supermercado para aprovisionarme y pasé el resto de la tarde en la piscina. Para cenar no me apetecía salir y cené en el hotel, que además de ser fantástico tienen una buena cocina. Después me retiré a mi fastuosa habitación con hamaca para meditar y realizarme como ser humano e incluso como persona.
Así acabó este día en el que el escenario cambió de Siem Reap a Phnom Penh.
El relato del viaje continúa en Turismo por Phnom Penh
8 respuestas a “Tránsito de Siem Reap a Phnom Penh y visita al Palacio Real”
Esta habitación si que me gusta, nada que ver con la otra.
Me encanta la habitación!
Estoy deseando ver fotos, espero que sacaras muchas del museo de guerra y desde el globo aquel…
Salud
Genín, te mandé hace tiempo un correo con un enlace al álbum en el que he puesto algunas fotos del viaje (una por día) y entre ellas hay una de Angkor Wat desde el aire.
La piscina era tan caribeña como la habitación? Y me conseguirías el video ese del karaoke? jajajaja
Sí, la piscina era muy curiosa. Pusieron un toldo triangular de una tela muy ligera en una parte de la piscina y así si prefieres estar a la sombra lo podías hacer. El lugar me gustó tanto que a la vuelta volví a pasar una noche ahí.
Sobre lo del Karaoke, igual en youtube hay algo pero no tenemos acceso desde la oficina así que no lo puedo mirar.
Vaya habitación, habrá que apuntarse el hotel por si vamos hacia esas latitudes.
Virtuditas, deseo de corazón que no se te quemen las retinas al ver este vídeo. Las canciones eran por el estilo con el baile ese que hacen con las manitas. Ponte esto cinco horas seguidas y ya verás como se te queda el cuerpo.
Esa música es tan pesada como la que ponen en los restaurantes chinos.