Un día tan vulgar como otro cualquiera


Esta mañana trabajaba remotamente desde mi casa y cuando comprobaba mi correo me encontraba con un mensaje extraño de uno de los vicepresidentes de mi empresa. Delegaba en mí para que realizara la reunión de su departamento, algo rarísimo ya que yo no pertenezco al mismo y jamás he estado en una de esas reuniones. El hombre ponía una excusa fácil de verificar y metía tierra de por medio. Se me ocurrió que podía ser una ocasión genial para que los miembros de ese departamento, mayormente jefillos, escucharan a otros que no están en el Olimpo y enseñarles la forma en la que sus ideas alocadas se transforman en productos reales.

Después de un par de correos tenía dos presentaciones muy interesantes para amenizar la reunión y me despreocupé totalmente del asunto. Durante la jornada estuve solucionando problemas en Oriente Medio, ayudando a abrir nuevos mercados en Nueva Zelanda, asegurando contratos en Argelia y verificando que el lanzamiento de la última versión de la herramienta que usamos para configurar pedidos no se retrase y llegue a las manos de sus usuarios a tiempo. En algún momento del día alguien me paró y cuando le expliqué lo que estaba haciendo me miró como si fuera un caso perdido. Eso que no puede entender se llama flexibilidad y es lo que distingue a los mediocres del resto. A mí no se me arrugan las manos si mañana tengo que meterme en un laboratorio a soldar cables o pasado mañana estamos encerrados en una sala lanzando ideas contra la pizarra para montar una campaña. Quizás por esa falta de prejuicios a la hora de hacer el trabajo, acabo aterrizando de pie en todos lados.

Por la tarde tuvimos una reunión inesperada para anunciar la cancelación de un proyecto e inmediatamente después tenía la del vicepresidente. La gente que acudió a la primera no se lo podían creer, les cuesta comprender que todo el esfuerzo que han puesto para conseguir que un nuevo producto vea la luz se pueda desvanecer de un plumazo. Tratar de explicarles que el problema nació en el momento en el que alguien decidió comenzar ese proyecto sabiendo que era inviable es inútil. Ellos solo miran a su pequeña parcela de trabajo y parecen incapaces de levantar la cabeza y observar a su alrededor.

Ya en la reunión que me asignaron, el sorpresón de todo el mundo fue mayúsculo. Ninguno sabía que su jefe me había regalado esa hora para hacer con ellos lo que quiero. En la primera mitad les mostramos las herramientas que ponemos a su disposición y que ellos no usan por pura ignorancia y porque te digan lo que te digan, nadie lee los correos que se envían a grupos masivos. Escuchamos ¡Oh! tras ¡Oh! cuando por fin comprendían que estamos escuchándolos todo el tiempo y tratamos de ayudarlos. Antes de comenzar todos estaban con caras de querer marcharse y pasar del tema y después de un poco participaban en una tormenta de ideas muy interesante sobre lo que les mostrábamos. Nosotros estamos tres pasos por delante y cuando alguno sugería algo, eso mismo se lo enseñábamos en la siguiente demostración y así los fuimos acallando uno a uno. La segunda presentación les explicó las complejas e incomprensibles normas para transportar productos con pilas de Litio en aviones y camiones. Algo tan simple como una pila tiene tantas normas y reglas a su alrededor que casi resulta un milagro si mandas desde un punto del orbe a otro una caja con un puñado de cachivaches. De lo que se trataba es que sepan lo que han de preguntar a sus proveedores y la información que tienen que facilitar dentro de la empresa para que cada uno pueda hacer su trabajo y parece que lo conseguimos. De los sesenta minutos que teníamos usamos setenta y cinco y unos cuantos nos dijeron que deberíamos acudir más a menudo a esa reunión, que por una vez no había sido la monótona discusión en la que acaban siempre y sentían que habían aprovechado bastante bien el tiempo empleado.

Volví a mi oficina y salté a Canadá, después a los Estados Unidos, desde allí a Japón y cuando estaba dando por terminada la jornada nuestro amado vicepresidente del imperio del sol amarillo me dijo que fuera por su despacho. Ya sabéis que he estado tensando la cuerda y he alterado los ciclos vitales de algunos de los que manejan los hilos en mi empresa. La reunión fue corta e intensa, básicamente para dorarme la píldora y pedirme que siga haciendo lo que hago, aunque no se sabe muy bien que es, solo que no implica sentarme detrás de un ordenador a dejar pasar las horas tecleando cosas que no aportan nada. Mi arte es más delicado, más sutil. Voy hilando fino y haciendo que las distintas piezas del engranaje se acoplen unas con otras y funcionen bien. Por supuesto que habrá incremento de sueldo y a uno que se ha cruzado en mi camino y ha tratado de ponerme la pierna encima para que no levante cabeza le caerá una pierna más pesada y lo aplastará si no claudica en sus intenciones. Pese a todo esto, creo que poco a poco iré arrancando máquinas y buscaré un nuevo lugar en el que continuar evolucionando.

Y si arriba en las nubes parece que cuentan conmigo (algo que aún no termino de comprender), abajo por donde se mueven los mortales he conseguido ensamblar un pequeño ejército flexible y disciplinado y ahora me cortejan un par de sindicatos para que me enrole y me presente a las elecciones para el comité de empresa ya que son conscientes que no solo saldría elegido sino que sería el candidato más votado. Ya les he dicho que me moriría de sueño en esas aburridas e interminables reuniones que hacen para discutir el estado del universo y en las que nunca llegan a ninguna conclusión y seamos honestos, yo nunca he creído en las negociaciones, soy más partidario de la acción directa y con resultados tangibles. Sigo teniendo meridianamente claro que soy el amo de mi destino ??


6 respuestas a “Un día tan vulgar como otro cualquiera”

  1. A mi siempre me impresiona cuando te leo eso del «amo de mi destino»…
    Se agradece que digas lo de «tormenta de ideas» y no en inglés.
    Salud

  2. Y se supone que este es un día vulgar? Dios… si nos intercambiamos una semana de trabajo, tú te aburres a morir y a mi me ingresan por estrés.

  3. Virtuditas y lo mejor es que un montón de gente cree que me paso el día tocándome los mondongos. Ni siquiera conté que llegué a casa, hice 12 magdalenas, 9 cristinas y trabajé en el jardín …

  4. Habría quedado más cachondo que dijeras «Ni siquiera conté que llegué a casa, hice 12 magdalenas, 9 cristinas, tres manolas y trabajé en el jardín ??»