Un viaje tan sencillo como otro cualquiera


En el siglo veintiuno todos esperábamos que volar fuera algo sencillo y rápido de hacer pero por culpa de los cabrones de los terroristas musulmanes se ha vuelto algo tedioso y que cuesta horas de nuestra vida. Por eso, para tomar mi vuelo de las tres y media a Gran Canaria salí de mi casa a las doce de la mañana y eso que ya tenía mi tarjeta de embarque, mi asiento asignado y solo debía largar la maleta y entrar al avión.

La rutina para llegar al aeropuerto está muy leída. Primero voy en guagua a la estación de Utrecht y desde allí un tren intercity me deja en el aeropuerto en media hora. Me toma cinco minutos facturar mi trolley y después me queda más de dos horas para matar en el aeropuerto, el cual es como un inmenso centro comercial en el que en los últimos doce meses han proliferado los Starbucks. Hay tres y en todos se puede disfrutar con la mierda de café que venden y la pedantería de sus empleados. Justo al lado de uno de ellos hay un café italiano que además de ser más barato, está a años luz en calidad y en servicio pero los Orcos acudirán en manadas a los locales de la cadena americana, se sentarán en mesas sucias y llenas de vasos de papel de los clientes anteriores y pretenderán estar disfrutando de una experiencia religiosa con sus caros cafés.

Si llegas a Schiphol con tiempo y hay un buen día, te sugiero que subas a la terraza para alucinar con el aeropuerto. Desde allí tienes una vista increíble de las diferentes secciones en las que se divide el aeropuerto y puedes ver decenas de aviones. Es una danza fascinante con aviones que llegan, sueltan su carga de pasajeros y maletas, reciben combustible, nuevas maletas y pasajeros y se van tan rápido como han venido. También en esa zona del aeropuerto hay uno de los mejores lugares para comer.

En el control de seguridad no tuve mayores problemas y lo habría completado en medio minuto si no es porque el hombre delante de mi pitaba continuamente. Le hicieron quitarse los zapatos, todo lo que llevaba y seguía pitando y en su muñeca se veía claramente un reloj pero al parecer ni él ni los de seguridad lo veían porque seguían pidiéndole que se revisara y no avanzábamos. Al final lo dejaron ir, lo cual nos sirve para recordar que la seguridad en los aeropuertos es un veinte por ciento de lo que debería ser y que la gente cuela de todo sin que los empleados se enteren.

Como aún tenía tiempo y mi avión arrastraba media hora de retraso, aproveché para conectarme a internet con mi portátil y el gprs del teléfono. Ya habéis escuchado a los comemierda que predican en contra de los MAC. En realidad son unas máquinas tan malas que te permiten conectarte a través del teléfono fácilmente. Seguramente se podrá hacer lo mismo con sus cacharros, aunque en el caso del trasto Dell que me ha dado mi empresa, tendría que comprarme un adaptador bluetooth o llevar el cable conmigo porque algo tan útil y simple como el Bluetooth no lo traen por defecto.

Tras mi momento de adicción me acerqué a mi baño favorito del aeropuerto y jiñé como Dios manda. Ahí fueron los cuarenta euros de tasas que te cargan por pasar por este recinto. Para aquellos que estén pensando en visitar Holanda después de Julio, les conviene saber que el primer día de ese mes se comenzará a aplicar una nueva tasa, un impuesto pseudoecológico que se usará para pagar las corruptelas de los políticos y por el que os clavarán otros doce euros más. Entre los cuarenta de un lado y los doce del otro, comienza a compensar el viajar hacia Bélgica o Alemania y volar desde allí.

Yo había impreso mi tarjeta de embarque desde el día anterior y aunque siempre me siento en la parte posterior, como sabía que el avión iba hasta la bandera elegí la primera fila y de esta forma tener más espacio, algo que se agradece en los vuelos estos en los que no llevan como sardinas en lata. Después de despegar comenzó mi programa de entretenimiento personal que constó de los dos últimos episodios de la primera temporada de las Crónicas de Sarah Connor. Sin más contratiempos llegamos a Gran Canaria en donde al abrir la puerta delantera del avión nos golpeó la agradable temperatura de la isla.

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