Dos veces al año tengo la visita esa que me da una grima de que te cagas y que voy por obligación. A mi lo del dentista no se me cura con la edad, ni cuando era niño, hace tres años, ni ahora que soy adolescente, me gusta ir a esa consulta y mira que al contrario que vosotros, que estáis todos podridos por dentro, yo aún no he tenido un empaste o cualquier otra movida, solo la limpieza y la férula dental para dormir, el condón ese que me pongo por la noche y que se ha convertido en la canción de cuna para cruzar al otro lado, que yo me pongo la férula y mi cerebro manda la orden de apagado general y creo que por lo general, son menos de ciento ochenta segundos hasta el momento de desconexión. Volviendo al tema, las visitas las apalabro siempre cuando voy, es decir, en mayo dejé ya arreglada la cita de ayer y ya tengo la próxima, que he adelantado al último día de abril del año próximo por circunstancias de la vida que no vienen a cuento porque serán parte de otras anotaciones.
Hasta hace un par de años siempre pedía la hora por la mañana, cuando abrían pero cambié la estrategia y ahora voy por la tarde, después de las tres, cuando el hombre ya está bien curtido en los desastres del día y así salgo de trabajar antes, ya que por derecho y privilegio, nos corresponden un par de horas libres para acudir a dicho evento. Así, ayer, salí del trabajo y pillé el tren y me bajé en Utrecht Overvecht, estación entre Hilversum y Utrecht que solo visito para estas dos visitas anuales y por si alguno se despista y decide hacer turismo en ese barrio poco recomendado, decirles que al salir del tren se puede ir en dos direcciones, lo que está al este de las vías y lo que está al oeste. Mi dentista está el este, que en realidad es el noreste de la ciudad y es en un barrio llamado Tuindorp, que además de truscoluña no es nación se puede traducir como poblacho jardín. Al otro lado, al oeste de las vías, está realmente el barrio de Overvecht y si alguno se mete por ahí, le deseo la mejor de las suertes y que sobreviva de una pieza, que en ese barrio solo en este año han encontrado por lo menos un cadáver, quizás hasta dos y es una zona conocida porque abundan los que se tiran al suelo cinco veces al día a rezar mirando para la keli del carnicero ese saudita y se niegan a comer beicon, maravilla y prodigio culinario sin el que yo no podría vivir. Así que salí de la estación y hasta pude ir andando al dentista, trayecto de unos quince minutos por una barriada preciosa y que te hace pensar como una línea de tren puede separar tan grácilmente el frente de Guerra del Primer Mundo. En ocasiones anteriores he tenido que ir en guagua porque me ha pillado lluvia pero gracias al cambio climático, estamos de suerte y pude caminar.
Llegué unos diez minutos antes y tuve que esperar un poco a que acabara la cita anterior y finalmente me llamó para entrar al matadero, que a mi lo pueden poner de un blanco inmaculado pero esa máquina gigantesca con silla reclinable me da miedo y sobre todo esos taladros y garfios que están tan cerca de tu cara. En la parte de la consulta normalmente está el dentista y su asistente, gente muy agradable, pero esta vez habían dos más, resultó que tenía a una haciendo prácticas y también estaba su mujer, que es dentista como él y parece que se está acoplando en el negocio. El hombre siempre empieza charlando y mirándome la boca como con un garfio pequeño que a mí me pone los güevos entre los ñoños de los pies, que no se me suben a las amígdalas porque están muy cerca de la Zona Cero. El tipo casualmente hace algo que uno mira suceder sin verlo, porque solo ves su cara y los movimientos y te habla y hasta espera que respondas, pero yo me niego a mover un solo músculo mientras hay un garfio en mi boca. Entre las chorradas que me dijo me informó que mi gingivitis ya estaba prácticamente curada y que mi uso bastante frecuente (estoooooooo, unas tres veces por semana) del hilo dental ya se notaba. Para mi esa fue la primera vez que me dijo que al parecer he tenido gingivitis, he vivido y sufrido y hasta he padecido eso con un nombre tan lleno de íes sin saberlo y mirando en la wikipedia, resulta que ponen unas fotos horrorosas, que mi boca es preciosa. Al parecer, el gran cambio en mi vida que curó eso que no sabía que tenía ha sido no solo el uso del hilo dental, que lo uso con mucha más frecuencia cuando estoy de vacaciones o fuera de mi casa, también parece que desechar el cepillo dental de cierta marca alemana con nombre que suena a marrón en inglés y que tiré a la basura después de tres años porque era una mielda y tenía una mielda de baterías y en su lugar me compré uno del supermercado ese alemán también, de bajo costo con un nombre de cualtro letras y entre ella una sola y pobre i, pues resulta que el cepillo eléctrico de quince leuros es infinitamente mejor que el de sesenta leuros con marca famosa de marrones, para que después me digan a mi que las cosas de marca siempre son mejores.
El colega me contaba las cosas mientras se metía a saco con el taladro y las demás herramientas y después me limpiaba los dientes con ese cepillo tan raro que usa el dentista y que le pone una pasta que te los deja brillantísimos y cuando acabó, salí por patas para volver a mi casa hiper-mega contento porque el día de la pesadilla había pasado y la próxima vez queda muy lejana en el tiempo.
2 respuestas a “Una de dentista”
Los detesto a muerte!!!
Salud
Panda de cagones…