Una mala cena


Si la semana pasada hablábamos de esa gentuza que son los fumadores y de lo mal que nos caen a todos y de como deseamos que los parta un rayo a casi todos, y esto lo digo sin acritud ni falsos rencores, hoy tengo que volver a tocar el tema con premeditación, maldad y alevosía.

Hace unos días fui con mis padres a cenar a un restaurante portugués en la ciudad de Utrecht, un local que habíamos visitado hace un par de años y que nos había encantado por su atmósfera latina y agradable y lo excelente de su comida. El día estaba muy desapacible y llegamos con un despliegue espectacular de paraguas que nos salvaban de la lluvia. Por supuesto yo había reservado una mesa anteriormente porque es la única forma de no encontrarte con la sorpresa al llegar y terminar buscando otro sitio para cenar, que el ritual de la cena holandés no se parece en nada al español. Nos permitieron elegir y nos ubicamos en una zona lo suficientemente lejana de la puerta para evitar las corrientes heladas de aire e igualmente equidistante de los baños y las ventanas junto a la que había un grupo de tres comensales, dos hombres y una mujer que fumaban a destajo.

A los pocos minutos ya notamos el hedor de esas malas bestias emponzoñándolo todo, ya que tres malditos fumadores pueden hacer mucho daño en un local por muy grande que este sea. Me fijé que uno de estos hijos de puta era ciego, lo cual no le impedía agarrarse como si fueran salvavidas a los cigarros que le liaba la zorra que le acompañaba y escupir humo hasta que las brasas le tocaban esos dedos negros y repugnantes que tienen todos los fumadores. La tiparraca liaba cigarrillos sin pausa para que todos pudieran seguir la cadena y apurar al máximo su vicio, además de jodernos a nosotros y a las buenas gentes de las otras mesas que no fumaban.

Pedimos la comida y antes de continuar con la historia quiero decir que en esta ocasión el servicio fue pésimo, la comida mala, la experiencia negativa y como resultado de ello jamás volveremos a ese local. En los veinte minutos que transcurrieron hasta que llegaron los primeros platos llegué a pensar que estaba en una película de vaqueros y alguien hacía señales de humo a la gentuza que vive más allá para advertirles de algo. El clan de los contaminadores recibió su comida un poco antes de nosotros y pese a que la tipa y el otro dejaron de fumar, el cabrón del ciego siguió sujetando su pitillo encendido mientras comía y bebía, instantes estos en los que le deseé miles de enfermedades y desgracias que no pueda ver y que tenga que padecer y además me alegré infinitamente por su problema visual. Entre los primeros y los segundos platos transcurrieron unos saludables cuarenta minutos aderezados con todo el humo que pudieron generar los cabrones de los chimenea. Nuestra comanda estaba compuesta de un bacalao que al parecer no lo era, de un arroz caldoso que llegó sin caldo y de un pollo que tuvo que sufrir en vida lo indecible y al que poco menos doy el perdón y le permito volver a casa.

En la mesa de los terroristas fumadores pidieron dos arroces con mariscos y un plato de algo que tenía pinta de vómitos de gremlin y que pidió la tipa sucia y asquerosa que fumaba y liaba cigarrillos sin parar. Al ciego le pusieron delante su plato con arroz, seis langostinos y dos mejillones y el hombre cogió el tenedor y el cuchillo y empezó a atacar la comida picándola. La cabrona que estaba con él no le dijo nada y tampoco su otro compañero. El siguió picando y picando y picando y cuando tropezaba con una cabeza de langostino o con alguna parte del cuerpo de estos bichos equipados con un exoesqueleto hacía más fuerza para vencer la resistencia. El plato estaba adornado con un anillo típico portugués de rodajas de limón que también eran picadas indiscriminadamente por la mano negra que guiaba el cuchillo y que firmaba en el aire con el cigarro que llevaba adosado y encendido. Desde nuestra mesa lo mirábamos sin creer lo que allí estaba por suceder y que finalmente sucedió.

El tenedor se dirigió hacia la boca con un cacho de limón que el hijoputa fumador ciego no dudó en masticar sin problemas. Tras eso le llegó el turno a una cabeza de langostino medio cortada que entró en aquella boca negra por el tabaco y el sarro o el piche que jamás le habían retirado y comenzó a masticar como quien come solomillo. A partir de ahí aquello fue una sucesión de trozos de cabeza, cola, patas y otras partes de los langostinos que entraban en la boca y eran procesados sin distinción. Como el tipo seguía picando y picando nunca llegaba al arroz, solo comía de las cosas que el cocinero había puesto por encima, a saber, los langostinos y el limón. Estuvo cerca de media hora dale que te pego y cuando llegó la camarera a recoger el plato alucinó al encontrarse el arroz todo machacado y troceado y ni rastro de los langostinos, que desaparecieron por completo en la boca de aquella mala persona. El acompañante había amontonado a un lado las pieles y cabezas de los que había limpiado y no se molestó en avisar al ciego para que hiciera lo propio.

El ciego hasta felicitó a la camarera por lo excelente de la comida mientras nosotros nos partíamos de risa rememorando las mejores escenas y pensando en el día después y en la jiñada que echaría aquel colega por la mañana, una vez su sistema digestivo fuera capaz de procesar todo aquello y encauzarlo por la vereda esa que conduce al orificio de salida con el que venimos todos equipados.

Preguntamos por los postres pero al parecer eran un lujo asiático en ese restaurante y optamos por pagar y marcharnos de allí a tomar café en algún otro sitio con menos humos y más variedad.


5 respuestas a “Una mala cena”

  1. Joas, sinceramente que de semejante esperpento, repugnante y asqueroso generes un post que me haga sonreír dice mucho bueno de ti. Saludos.

  2. Al leer el texto, y dejando de lado el tema del tabaco, un desagradable mal de nuestro tiempo, me vienen varias frases a la cabeza, como «ojos que no ven, corazón que no siente»; o la de «qué envidia la felicidad del ignorante». Lo que me sorprende es que, además de ciego, debía ser gilipollas. Tío, por mucho hambre que tengas, si otro en tu misma mesa ha pedido el mismo plato y tu agudizado oído no escucha el crujir de lo masticado, tal como produces tú al meterte los bichos con cáscara, debes sospechar algo. Vamos, al menos eso creo yo. Debe ser el tabaco, que se ha demostrado que vuelve gilipollas a la gente.

  3. pamike, si fuma se merece todo lo que le caiga.
    emo, no me dores la píldora.
    .saulo., eso digo yo. Ya cuando se pegó la primera rodaja de limón debería haber comentado algo a los otros. En cualquier caso, que se joda y ojalá que haya reventado al cagar las cabezas de langostinos, que por mucho jugo gástrico que tengamos eso tiene que haber pasado por el intestino al completo.

  4. jajajajaa , me ha encantado este artículo, el ciego este además de ciego debia ser un poco atrasadito , ¿por cierto , no se comeria también las cascaras de los mejillones, no? , jajajja