Volviendo a la pista de hielo


La vida de un atleta como yo es muy pero que muy dura. Este año todas mis actividades extracurriculares suceden a una distancia considerable de mi casa y me estoy dando unas quemadas en bicicleta que no veas. A los quince kilómetros habituales le añado diecisiete los miércoles para ir a clase de italiano y en el caso de esta semana, la mitad de esos kilómetros fue bajo el diluvio universal. Los jueves, mi reposada vida social ha quedado truncada ya que ayer comencé un curso de patinaje sobre hielo que durará hasta las navidades y tengo que ir hasta la pista que hay en Utrecht, la cual está a nueve kilómetros y medio de mi casa, así que cuando lo sumo todo, resulta que de lunes a viernes me hago unos ciento once kilómetros en bici y los fines de semana suelo salir a pasear con la bici con lo que el total es bastante más alto.

Ayer salía de mi casa por la tarde, con el caldo de millo que cené rebotando en las paredes del estómago y llegaba a la pista de patinaje quince minutos antes de comenzar las clases. Allí me encontraba con mi amigo el Rubio, el cual se ha apuntado conmigo a lo de patinar. El lugar al que vamos es el archiconocido De Vechtsebanen y en este complejo tienen un estadio para hockey sobre hielo y una pista de patinaje de velocidad de cuatrocientos metros de largo, que es en la que nosotros entrenamos. Sabíamos que iba a estar concurrido porque cuando nos apuntamos teníamos el cuarto y el quinto puesto en la lista de espera y al parecer la demanda fue tan grande que aumentaron el número de instructores y en total nos presentamos ochenta, aunque solo uno, el Elegido, nació y creció en el continente Africano.

A la hora a la que tenemos la clase la pista también está abierta para el público en general así que en el lugar nos juntamos unas doscientas personas patinando. A nosotros nos repartieron entre distintos grupos y nos asignaron colores. Yo fui en el grupo verde y el Rubio en el grupo azul, algo más avanzado. Nos explicaron como usar el peso del cuerpo para controlar nuestro centro de gravedad y no caernos, como empujar con el patín en el hielo para avanzar y cosillas parecidas. Son nociones sencillas y que yo hago sin darme cuenta, solo porque patinaba con los patines en línea pero que al conocerlas te permiten mejorar tu estilo y dejar de agitar las manos como un chiflado. A cada trocito de teoría le sucedían tres o cuatro vueltas en la pista, rodeados de gente que te pasa a toda velocidad, de otros peor que tú y viendo a algunos darse unos tremendos culazos. En un punto de la pista había una marca tremenda de sangre con lo que en alguna hora anterior alguien se tuvo que dar la hostia del siglo. Justo antes de comenzar las clases pasó la máquina que prepara el hielo y al terminal volvieron a vaciar la pista para que dicha máquina haga su trabajo. La clase fue divertidísima y una vez acabó me junté con el Rubio y nos tomamos unas cervezas en el bar del complejo deportivo antes de regresar. Mientras bebíamos, mirábamos hacia la pista de hockey en la que entrenaba algún club de patinaje artístico y chacho, tremendos pedazos de maricones que había allí. Nos pusimos con el culo de cara a la pared por si acaso, que cualquiera de eso se te acerca con sigilo y te la endiña.

Ya estamos buscando los uniformes para ir conjuntados. Yo estoy intentando convencer al Rubio que el equipo de África debería tener unos colores vivos, unos púrpura, rojos, amarillos, mucho verde, una cosa exótica, que me acuerdo que en el desfile de la ceremonia de inauguración de las olimpiadas, todos esos países parecía que venían disfrazados. Es o eso, o un burkini y yo no estoy por la labor de taparme la cara.

Veremos como continúa el aprendizaje, por ahora, puedo confirmar y confirmo que la temporada de patinaje de este otoño/invierno comenzó ayer y durará hasta febrero o marzo del año que viene.


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