Volviendo a mi keli con cumbre de la Otan


Como estoy en Gran Canaria y el teclado blutúz con la tableta me pone de los nervios, me salto la parte central del viaje a Málaga, que dejo para más adelante y avanzo hacia el regreso a los Países Bajos, que inicialmente era el lunes por la tarde y me cambiaron al lunes por la mañana a las once, con lo que sobre las nueve tenía que estar en el aeropuerto, así que fue cuestión de levantarme temprano, ducha y jiñote, desayuno y salir para la estación de tren. Ya tenía mi asiento adjudicado y por supuestísimo, me pusieron en pasillo por no pagar. Esta vez hubo suerte y en el tren funcionaba el aire acondicionado, aunque malamente, pero lo suficiente para no llegar al aeropuerto sudaos como coño de profesional sacrificada para el servicio a suciolistas y truscolanes, que al parecer muchas viven de eso.

Cuando llegué al aeropuerto, fui directo a la cola del control de inSeguridad, que en Málaga a veces es eterna, pero parece que llegué en un momento de baja actividad y pasé el control ficticio en menos de cinco minutos y como siempre, se me olvidó sacar los líquidos y no los detectaron, lo cual requetequete-confirma que esto es un paripé sin más y que a los empleados detrás de las pantallas, lo único que no se les escapa ni de coña son las actualizaciones en su tuiterota, CaraCuloLibro, Istagrame y Tiquitoque. Una vez en el otro lado, fui a las máquinas de botellas de agua a un leuro y treinta céntimos de leuro y me compré una y encontré un lugar a la sombra y cerca de las salidas de aire fresco para esperar.

Cuando ya se sabía la puerta y el avión ya estaba aterrizando, fui a la susodicha, me puse en la cola de los pobres y como siempre, una cantidad brutal de gente pagó la prioridad para entrar. Lo mejor eran las bosmongolas que estaban por detrás de mi que no entendían por qué otra gente no hacía cola y nadie les explicaba que ellos habían pagado más, hasta que una vez nos tocó a nosotros, la empleada les dijo que por qué no entraron con la prioridad que habían pagado.

El avión iba petado y a mi lado se sentó una pareja con un bebé, que igual hasta esperaban tener el tercer asiento, pero se quedaron con las ganas. La pava pidió agua caliente para el biberón a la azafata y cuando se la trajo al parecer no estaba lo suficientemente caliente o algo así. El bebé se jincó el biberón y se durmió. El chófer nos dijo que teníamos que esperar veinte minutos para salir porque desde los Países Bajos no le daban permiso por culpa de la cumbre de la OTAN y que la ruta sería significativamente más larga de lo habitual, con casi tres horas y media de vuelo y que claro, al ser bajo costo, que rezáramos mucho para que quedase gasolina de la barata en los tanques. Cuando le permitieron despegar, El chófer quitó el freno de mano, pisó el acelerador y salimos por patas pa’rriba, pero yendo en pasillo, no vi nada y me centré en ver episodios de series de telelevisión. Los del bebé no se movieron en todo el vuelo, supongo que por miedo a despertarlo, que el chiquillo se pasó la mayor parte del viaje durmiendo. Alrededor, la gente no dejaba de comprar cerveza y comida, en una bacanal de comida ultra procesada y de bajísima calidad.

Cuando el chófer dijo que ya íbamos a bajar y aterrizar, resultó que entrábamos al aeropuerto viniendo desde el este, de Alemania y pasando sobre Ámsterdam. Había viento y el aterrizaje fue de esos en los que pareces estar en una coctelera cuando alguien la está ajitando con saña. Una vez en tierra, los más acojonados aplaudieron como Si hubieran anunciado el gordo de la lotería de Navidad. Al entrar por esa pista, estábamos muy cerca de la terminal de ultra bajo costo y llegamos enseguida y como ponen escaleras por los dos lados, salí relativamente rápido.

El aeropuerto estaba en la zona zero lo de Lo de la Otan y había pocos trenes, pero parece que mi Ángel de la Guarda se lo curró y fue llegar al andén y llegar un tren en dos minutos y salí de allí por patas, aunque algunos de los que se subieron en el tren estuvieron esperando media hora y por la estupidez de los que no son viajeros habituales, se ubicaron en las zonas en las que no hay puertas y cuando llegó el tren, yo entre el primero y ellos no. El tren se retrasó unos minutos por el camino y para cuando llegamos a la estación de Utrecht Centraal, quedaban tres minutos para el siguiente tren, con lo que la conexión fue perfecta. Lo pillé, llegué a la estación de mi barrio, en donde había dejado mi cutre-bici, y desde allí seguí a mi keli.

En mi plan original, había reservado entrada para ir al cine a las siete de la tarde y hasta salí de mi keli con la bici, pero fue llegar a la ezquina, di la vuelta y regresé a casa, que ya me notaba cansado y total, ponen las pelis todos los días, no hay estrenos y podía ir al día siguiente.

El siguiente salto aéreo estaba previsto para cuatro días más tarde, el viernes de esa misma semana, para bajar a Gran Canaria.

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