Por despiste, por desgana, por exceso de creatividad o por cualquier otra cosa, lo cierto es que no me había acordado hasta hoy de hablar del viaje a Salamanca que hice hace un mes. Estamos de suerte porque pienso enmendarme.
Este año está siendo muy Vueling. Estuve en Barcelona volando desde Amsterdam con ellos, estuve en Madrid también volando con Vueling y creo que antes que acabe el año aprovecharé que vuelan a Málaga para dejarme caer por allí. El viaje a Madrid comenzó con un gran madrugón, creo que me levanté antes de las seis y a las seis menos cuarto ya estaba en la parada de la guagua. Las dos o tres veces en mi vida que he hecho semejante sacrificio en los Países Bajos, me quedo con la boca abierta cuando salgo a la calle. ¡Está llena de gente! Los hay que pasean al perro, que caminan sin rumbo fijo, un montón de tráfico y la parada de la guagua está abarrotada. Yo no me lo explico. ¿A dónde va todo el mundo tan temprano? No me digan que a trabajar porque nadie en su sano juicio se levanta temprano para ir al trabajo. A mí me permiten entrar desde las siete hasta las nueve y media de la mañana y yo consigo día tras día llegar a la oficina a las 9.29, con sesenta segundos de margen. Ya lo sé. Debo ser raro por gustarme ir tarde a trabajar. Volviendo al tema, estaba en la parada de la guagua, aún era de noche y allí había un montón de gente. A la hora precisa apareció y recogió su carga humana. Llegué a la estación, sellé el billete que había comprado la tarde anterior y busqué el anden desde el que salía mi tren. Obviamente se llenó hasta la bandera, supongo que con los mismos que madrugan y andan como zombies a esas horas de la mañana. Media hora más tarde el tren me dejaba en Schiphol. Un poquito antes de llegar allí pasamos junto al estadio del Ajax, el Amsterdam ArenA y el sol despuntaba en el horizonte creando maravillosas filigranas de luz sobre la superficie de esa bombonera enorme.
En unos minutos ya había facturado y me encaminé hacia los controles de seguridad. Ya sabéis como funciona esto, te quitas todo lo que puedes y nunca es suficiente. Crucé hacia el lado seguro, busqué la puerta desde la que saldría mi avión y mientras estaba allí aproveché para desayunar. A la hora prevista entramos en el avión y comenzó la rutina habitual con la gente estorbándose por los pasillos, las azafatas tratando de imponer algo de orden y todos esos ruidos que llegan desde el vientre del avión cuando unos desaprensivos trabajadores se dedican a lanzar alegremente maletas como si fueran bolos. Me acompañó la suerte habitual y nadie se sentó a mi lado, así que además de más espacio no tuve que soportar una conversación insubstancial de esas que no soporto.
Al comenzar la maniobra para ir a la pista de despegue me enteré que nuestro avión se llamaba Vueldone y siguiendo la tradición de Vueling, toda la tripulación estaba compuesta de gente de múltiples países, con una sudamericana, una canaria, un inglés, un sueco y dos peninsulares. Todos sonríen y procuran que la experiencia de volar sea muy agradable. El viaje transcurrió sin problemas. Al pasar sobre París tuvimos una vista hermosa de la ciudad. Llegué a Madrid y enfilamos hacia la T4, la nueva terminal del aeropuerto de Barajas. Por fuera no me gusta nada, es rotundamente fea. Al salir del avión tuve que cambiar de opinión. Por dentro es preciosa, parece una inmensa catedral, con techos altísimos y un montón de luz. Paseé haciendo fotos hacia la zona para recoger el equipaje. Mi maleta fue de las primeras y desde allí caminé hacia el exterior para tomar un autobús que te lleva hacia la T2, lugar en el que puedes coger el metro (creo que estos días se ha inaugurado la estación de metro en la T4 con el frenesí ese de las elecciones). El autobús estaba abarrotado y me puse junto al conductor con mi pequeño trolley. El hombre estaba hablando con una compañera y cuando se cansaron de despellejar a otro ella salió, se cerró la puerta y comenzó la carrera. El viaje desde la T4 hasta la T2 dura unos minutos y si lo haces en un autobús lleno de gente de pie a cien kilómetros por hora, es aún más interesante. La gente trataba de agarrarse donde podía, las maletas se caían y aquel hijoputa con gafas de sol de cuatro euros continuaba implacable hasta que clavó frenos y nos largó enfrente de la entrada al metro.
Compré mi billete y unos cuarenta minutos más tarde y tras dos cambios de línea salía en la estación de Delicias que era mi destino final. Así comenzó el viaje a Madrid, Segovia, Salamanca y Ávila.
Para seguir leyendo el relato de este viaje, salta a Un día en Madrid
4 respuestas a “Vueldone con Vueling”
Exacto han abierto el metro que llega a la T4 pero han decidido poner tarifa especial para llegar a ambas salidas del aeropuerto. Desde la T4 son 2 euros (¡toma ya!) Se ve que hay que picar el billete al salir del metro. Y sí, con esto de las elecciones no creo que haya ninguna línea de metro que empiece o acabe en el mismo sitio que hace dos meses.
Si me dices que con 2 euros puedes ir desde la T4 del aeropuerto hasta el centro de la ciudad, eso es una ganga. En Amsterdam te va a costar 3.6, en New York al menos 13 dólares y podría seguir con la lista. No veo caro los dos euros por ir a la ciudad.
La verdad es que no es caro, el problema es que antes de la T4 por menos de 1 euro (si ibas con bono ni te cuento) ibas al aeropuerto ^^. De hecho según la compañía que pilles igual te toca en el antiguo. Además de ahorrarte algún ?? que es lo de menos, te ahorras un buen rato de transporte.
P.D: El interior de la T4 es lo más ^^.
Atreyu es muy barato y estoy de acuerdo contigo. El interior es fascinante.