Y aún quedan cuatro días laborables


Con tanto meneo de sillas en la empresa, tanto en la sede de los Países Bajos como en la gringa o la japonesa, una de las cosas que suceden en estos tiempos borrascosos es que la maquinaria de toma de decisiones se va a tomar por culo. Es como si todo el mundo mantuviese el culo pegado a su silla para que no se la quiten, más o menos como Virtuditas mantiene el suyo para que no le pierda la forma y así poder seguir siendo culocochista de toda la vida y por culpa de esto, entramos en bucles infinitos en los que nadie quiere hacer nada, hacen la versión corporativa del tiki taca futbolero, responden a todos sin decir nada y los días transcurren con un pasito pa’lante María, un pasito pa’trás. Yo esto lo llevo muy pero que muy pero que requetequete-muy mal y desde el viernes he comenzado a lanzar baldes de ácidos corrosivos en esas series eternas de quiero pero no puedo. Once gerentes de producto acojonados y todos esperando que a alguno le crezcan las bolas que no tiene así que les mandé un ultimátum añadiendo a su jefe al mismo y explicándoles el concepto de lo finita que es mi paciencia y como llega hasta el martes por la mañana, día en el que quien no me haya pasado la información que les he pedido hace dos semanas, ya puede empezar a escribir su réquiem porque me limitaré a volver a poner en marcha la maquinaria, enviar la información incompleta y explicar a los que la reciben que no está actualizada porque ciertas personas, de las que daré nombres y apellidos, parece que no quieren, pueden o saben como hacer su trabajo. Uno de ellos se tocó los bajos, sintió como si le habían salido unos guisantes en el sitio en el que otros tienen redaños, aunque en realidad seguro que son polipos cancerosos que se lo están comiendo entero y respondió dando vagas excusas y menos de quince minutos después, le cae el yunque de su jefe encima diciéndoles que o lo hacen, o me da plena libertad para que los ponga frente a la pared y los lapiden.

La vida es así de cruel y cuando ese se me reviró, les mandé otro mensaje con otro trabajo que tienen que hacer, les doy dos semanas para ello y todos saben que cuando esté hecho, todo el mundo es prescindible, sus preciosos secretos serán dominio público, ese conocimiento ancestral que maceran en el ombligo estará al aire. Básicamente y como el Mensajero, que es la sacrosanta tarea que me han impuesto mis jefes para expandir la palabra y la obra de nuestra multinacional, disfruté enviando el mensaje en el que su jefe, que es el mío y fue profesor de Judas Iscariote en el instituto les informa que cada vez están más cerca de que les corten la cabeza.

En otra batalla parte de otra guerra, uno de ellos está organizando una coña marinera con uno de sus suministradores y me mete de por medio para que de mi consejo, que parece que ahora mismo soy como Don Limpio y si yo no paso el algodón y doy el visto bueno, todos están convencidos que aquello no está en las condiciones higiénicas adecuadas. El gerente, no sé si aterrorizado por los otros palos que está recibiendo, despierta una serie de correos gigantesca que habíamos hibernado en septiembre del año pasado, después de tenerla viva durante parte de la primavera y el verano en una eterna serpiente de respuesta tras respuesta a estupideces. El gilipollas, porque no se le puede llamar de otra forma, la resucita y le vuelve a pedir al suministrador que le pase un presupuesto, los otros veinte inmediatamente comienzan a responder, estar de acuerdo, dudar, bacilar, afirmar, negar y yo no digo ni respondo nada, dejo la serpiente volver a crecer hasta que esta mañana me preguntan directamente mi opinión. Mi opinión es que estoy hasta el moño de sandeces y que si queremos tirar diez mil leuros en algo que no es necesario, hay muchísimas maneras más divertidas y gratificantes de hacerlo. Les explico, punto por punto, por qué en septiembre se concluyó que no había que hacer nada y por qué el uno de abril, el día de los inocentes en los Países Bajos, tampoco hay que hacer nada. Con mi respuesta desmonté este castillo de naipes que se viene abajo y provoca que todas las ratas salten de aquel barco antes de que se hunda. En cinco minutos, la serpiente estaba decapitada y en la parrilla.

Pasan un par de horas, el gerente todavía se está relamiendo las heridas y viene otro a nuestra planta tocando los tambores de guerra y dispuesto a montar un pitote. Se acerca convencido de su superioridad y cuando va a lanzarse a por mi, se le acerca un gerente y le dice que se ande con ojo porque yo no estoy usando balas de fogueo y si quiere guerrilla, yo le voy a dar más bien una tunda de que te cagas. El colega optó por desviarse a la máquina de café y rumiar su rabia, sabedor que hay juegos que como decía el ordenador aquel que pretendía ganar una guerra, la única manera de vencer es no comenzarlos porque nadie gana y menos aún si enfrente tienes a uno, el Mensajero, que no parará hasta despellejarte.


3 respuestas a “Y aún quedan cuatro días laborables”

  1. Jajaja, este cualquier día aparece flotando en los canales, y nos enteraremos días después porque seguro que deja material preparado para el blog!
    Por cierto, ves como yo te vengo bien por aquí? soy un lastre estupendo que no te deja subir demasiado a los cielos 😀 😀 😀 en tu empresa no te dan suficiente cañita!