Si has llegado aquí por esos misteriosos senderos de los buscadores, quizás deberías retroceder un poco y comenzar a leer por el inicio de este relato. Has tenido suerte porque sólo hay un capítulo previo, llamado Memorias de Sudáfrica. Camino al fin del mundo.
El lugar en el que pasaré los siguientes días es Richards Bay, nombre por el que se conoce a un lugar que siempre fue identificado como uMhlathuze, en el corazón de Kwazulu-Natal, el Reino Zulú, conocido por ellos como el lugar del cielo. Para llegar hay que viajar en avión así que tras el desayuno me esperaba mi chofer particular en la recepción del hotel. La cafetería de dicho recinto hostelero fue una de las experiencias más agobiantes de mi vida. Estaba lleno de empleados que te acosaban continuamente, quitando cosas de tu mesa y poniendo otras. Parecían moscas rondando una de esas gloriosas mierdas que se pueden ver por las calles de la Isleta. Por razones que supongo que llegaremos a entender al terminar de leer el diario de este viaje todos los camareros y demás empleados eran negros y la clientela del hotel prácticamente al completo estaba formada por blancos. Aún es pronto para sacar conclusiones pero la cosa está bien clara.
En el aeropuerto me reuní con mi colega y facturamos. Nuestro vuelo era un par de horas más tarde en un pequeño avión de hélice así que tuvimos tiempo de tomar café en el aeropuerto y charlar un rato. Teníamos que estar con los dos ojos sobre los portátiles porque parece que tienden a desaparecer a poco que te descuides. Un rato antes de que saliera el avión nos metieron a todos en una guagua y tuvimos que esperar a que el hijoputa de turno se dignara aparecer. Generalmente esto me la trae al fresco pero cuando estoy metido en un trasto de metal a más de treinta grados de temperatura y con las puertas abiertas, puedo llegar a sentir unos niveles de odio bastante apreciables.
El vuelo duró una hora y veinte minutos. Volábamos con South African Airways. Desde el aire Sudáfrica se ve inmensa. Es una vasta extensión de campos de cultivo y bosques, con pequeñas carreteras que lo unen todo. Hay también muchos poblachos que desde el aire ya parecen decrépitos. Al descender y aproximarnos a la pista de aterrizaje pude ver mejor las casas. En unas áreas se veían mansiones increíbles y con unas vallas del tipo estándar en Alcatraz y un poco más adelante solo había chabolas y cuartos que amenazaban con desplomarse en cualquier instante. El aterrizaje fue de esos que se recuerdan. Cualquiera que haya viajado en Bintre de alquiler entre las islas Canarias un día de viento sabrá de qué hablo. Al tomar tierra me esperaba un aeropuerto y lo que me encontré fue una pista de aterrizaje y poco más. Un pequeño edificio en el que desde un hueco en la pared alguien lanzaba las maletas facturadas y los cuarenta pasajeros nos linchábamos para cazarlas al vuelo. Aquí también noté el incremento de la temperatura y especialmente de la humedad, que se disparó hasta el infinito. El aire es dulzón y pegajoso y parece fluir como cera líquida alrededor de tu cuerpo.
Una vez en el coche y con el Aire Acondicionado a todo trapo nos fuimos hacia la empresa en la que estoy trabajando estos días. uMhlatuze es la ciudad surafricana que más rápidamente está creciendo. Hay muchas empresas instalándose en esta área. Al principio se veían muchas mansiones y casas lujosas con sus correspondientes vallas y los carteles avisando que tienen seguridad y que van armados. Un poco más adelante pasamos por una zona que deber ser la correspondiente a la clase media. Las vallas encerraban complejos de casas y el tipo de construcción es más modesta. Más adelante comenzaron a vislumbrarse casas decrépitas y aquí es donde se puso interesante el asunto. Los carteles a ambos lados avisaban que era zona peligrosa y te daban un montón de indicaciones. El colega me dijo que a veces solo se puede pasar con escolta de vehículos de seguridad, particularmente por la noche. La gente que vive en aquellos lugares ataca cualquier coche para robarlo todo y a poco que te opongas, darte el pasaporte que te permite visitar al Altísimo. En aquel lugar había unas barracas minúsculas, del tamaño de la caseta de mis bicicletas en las que parece que viven familias. También había agrupaciones de gente alrededor de unos chiringuitos hechos con cuatro tablas y en los que parece ser que se vende alcohol. Estas gentes son alcohólicos conocidos durante el día y delincuentes habituales por la noche. Ni trabajan ni quieren trabajar. Parasitan el sistema atacando tanto a blancos como a negros. Esos terrenos son propiedad de la compañía a la que yo iba y la policía no puede entrar allí y por lo que parece esta compañía no quiere problemas y los deja vivir en sus tierras. Algo que me llamó la atención es que esa gente caminaba bajo el sol con paraguas oscuros. Les tiene que dar más calor el ir por la calle con esos cacharros pero según me dijo mi acompañante, está de moda y no hay negro que no lo haga. Es estiloso.
Al llegar tuve que pasar el típico curso acelerado de seguridad. Siempre son de un par de días y hasta ahora nunca he tenido que pasar más de veinte minutos para conseguir la certificación. Es algo que con un poco de encanto se arregla rápido. Estuve trabajando hasta por la tarde, lanzando hechizos y conjurando hados para solucionar los problemas. Al acabar nos fuimos al lugar en el que nos quedábamos. Yo pensaba que iríamos a un hotel pero el hombre me dijo que nos alojábamos en un B&B. De nuevo salieron las modas y me comentó como de pasada que ahora la gente prefería estos sitios a los hoteles, que son más pequeños y acogedores. Así que enfilamos para uno de esos barrios con casas grandes y llegamos a una enorme con super-valla de seguridad y mil cosas más. Nos abrieron las puertas, entramos y nos instalamos en nuestras habitaciones. El B&B tiene solo doce habitaciones y más lujo que muchos hoteles en los que he estado. Lo lleva una familia. Todas las instalaciones son exquisitas. Cuando la dueña me enseñaba la habitación me explicó las medidas de seguridad y me dijo que en caso de problemas pulsara el Panic Button, lo cual me puso un buen cuerpo del quince. Entre la información que recibí esta que el lugar es muy seguro, que hay seguridad armada y que la valla del perímetro es de dos metros setenta centímetros de altura. También que tenga las habituales precauciones que se suelen practicar al viajar por el mundo como no salir andando a la calle, nunca hablar con desconocidos si son negros, evitar hacer ostentación de teléfonos, cámaras, relojes u ordenadores y esas cosillas. Quedamos en el fuerte en el que al parecer nos alojábamos con un colega al que le teníamos que pasar un parche para una de nuestras aplicaciones. Estuvimos hablando y bebiendo con él y finalmente decidimos visitar a otro cliente e instalarlo nosotros mismos. Así que ya de noche nos vamos a las oficinas y lo hacemos. Eso debería acallar a todos los toca-huevos que dicen que yo no trabajo. Después del esfuerzo fuimos a cenar en un restaurante en el muelle deportivo. Me llamó la atención que los aparcacoches fueran blancos. Aún más impresionado me quedé al notar que no sólo todos los clientes del restaurante eran de este color, sino que camareros y demás empleados seguían la pauta. La comida fue deliciosa. Me sirvieron una pata de cerdo a la parrilla con su hueso y todo que estaba de morirse, con la piel crujiente. Era como para tres personas pero con esfuerzo y sacrificio conseguí bajarlo casi todo. Después de cenar, con unos precios irrisoriamente baratos, volvimos a nuestro fortín a dormir ya que al día siguiente habíamos quedado en desayunar a las siete de la mañana.
Tendrás que leer el siguiente capítulo, llamado Mi vida en uMhlathuze para saber como continúa la historia.
4 respuestas a “2. Por fin en uMhlathuze”
Mucho cuidadin en Sudafrica, brother. He tenido algun q otro alumno de por esos lares y si tienes el mal fario de ser atracado no discutas, dales lo q te pidan porque alli la vida humana vale menos q una moneda de 27 pesetas y media. Por cierto, hay un ciclon llegando a la costa sureste de Africa (Sri Lanka se lo va a comer todito) y quizas te lleguen los restos. El problema es q se mueve muy despacio aunque al tocar tierra pierda fuerza. No esta de mal saberlo por si acaso (lleva siempre agua potable contigo aunque no tengas sed). cuidarse
Un lugar al que ya no me apetece ir, si no puedes casi ni salir tranquilo, para que?
Eso de los aviones Binter me ha llegado al alma! yo me he montado en esas avionetas muchas veces y uno se acaba acostumbrando a ver su vida desfilar ante los ojos de uno… [por cierto, ¡no os olvideis de las palomitas!, resulta entretenido…. ]
Donde peor lo pasé fue al volver en el aeropuerto de Johannesburgo. Llevaba una nube de negros persiguiéndome con intenciones delictivas. Vi como trincaban a un japonés y se lo llevaban (supuestamente para acompañarlo a su hotel). POr lo demás, mientras estaba con la gente de la empresa para la que fui a trabajar no hubo problemas, aunque de haberlos, el colega llevaba una pipa del quince y los despachamos a tiros, como en el Oeste.