El regreso larguísimo casi eterno a casa


El relato comenzó en Cruzando China camino de Manila

Mi último día de la segunda visita a las islas Filipinas era básicamente una jornada de espera hasta el comienzo de las veinticuatro horas de vuelos y esperas. Me levanté tarde, bajé a desayunar y apalabré con la recepción que en lugar de dejar la habitación antes de las doce lo haría sobre la una de la tarde. Después hice la bolsa con todo el mango seco y los recuerdos y la volví a hacer para que todo encajara mejor. Fuera, en la pequeña mochila, quedaron la cámara con su funda, el iPad y los cargadores. Pasé la mañana relajado en la habitación, escribiendo, mandando correos y preparándome para lo que estaba por venir. Sobre la una de la tarde bajé a la recepción mientras dejaba al chamo encargado de planta revisando la habitación y usaba el programa Grab para pedir un coche con conductor para llevarme al aeropuerto por cuatro dólares. Me mandaban la matrícula del vehículo y todavía le estaba deseando todo lo mejor … siempre … a la recepcionista cuando el coche llegaba. Entré y la siguiente media hora la pasé en el eterno atasco de tráfico que hay alrededor del aeropuerto de Manila, el peor comunicado por carretera del universo conocido. El avión salía de la Terminal 1, la destinada a la mayor parte de los vuelos internacionales y a la que solo se puede acceder con billete y tras pasar un control de seguridad en la misma puerta, con lo que la gente que va a despedir a otros les tiene que decir adiós allí mismo. Entré y es una enorme sala rectangular, con tres de los lados llenos de máquinas para facturar y solo un par de decenas de sillas en el medio para los cientos de personas que esperábamos y por supuesto, no se sabía en donde era la facturación de mi vuelo, así que me tiré en el suelo como todos los demás. Lo del concepto de los aeropuertos en las Filipinas se lo tienen que currar un rato porque lo tienen muy inmaduro. En un momento determinado me di un garbeo y veo un chamo poniendo las señales de China Southern en un sitio, así que me acerqué allí y me puse en la cola, en la que ya había seis pasajeros. Rizando el rizo del esperpento, en una sala con por lo menos cien mostradores de facturación, eligieron una esquina para todos los vuelos que salían esa tarde y así asegurarse el caos más absoluto. Al lado de los cuatro mostradores de nuestro vuelo había otro que iba a Singapur y en el otro lado de la esquina un vuelo de China Airlines que debía ser un avión con más capacidad que las guaguas de la línea 20 en la Isleta porque allí había miles y miles de julays y cada vez que entraba un viejo ancestral, lo ponían en una silla de rueda y lo colaban con lo que acabaron con una línea de diez sillas de ruedas que bloqueaba a todas las colas de los vuelos de las otras compañías. En eso que un chiquillo pequeño aparece de la nada gritando, alguien se lo entrega a uno de los de seguridad y él se marchó a buscar a los padres que no habían notado la pérdida de uno de sus treinta y seis retoños. Iba con todo el temor en el cuerpo pero la chica que estaba en facturación me dijo que mi bolsa, con sus nueve kilos, iba facturada hasta AMSTERDAM pero yo solo tenía tarjetas de embarque para los dos primeros aviones y el último me lo darían cuando llegase a ese aeropuerto. Pasé el control de inseguridad de risa absoluta y una vez en la zona insegura, fui a las tres o cuatro tiendas que había allí y me gasté los poco más de diez leuros que me quedaban en pesos filipinos. Después bajé a la sala de embarque y según descendías las escaleras, unos chamos te miraban los bolsos de mano y te decían que antes de entrar en el avión te tenías que tomar los líquidos. El avión llegó en hora y el embarque empezó más o menos a tiempo, solo que con cinco viejos en silla de rueda que andaban perfectamente, la cosa se retrasó un poco. Finalmente entramos al avión, cerraron la puerta pero el piloto nos dijo que teníamos que esperar quince minutos por congestión aérea en el aeropuerto de Manila. Llegado el momento, puso los motores en marcha y comenzó las maniobras. El primer vuelo era de dos horitas y media hasta Guangzhou, en China. Cuando pasaron con la comida las opciones eran arroz con pescado o pasta con cerdo y solo le quedaban dos raciones de la pasta, así que me sugirió que pillara el pescado y le dije que como no lo como, si no me quería dar la pasta, no comía y no pasaba nada pero la mujer se traumatizó y me dio su penúltima ración de pasta con cerdo, el cual estaba duro como piedra y no lo pude comer. El resto del vuelo transcurrió sin incidencias y llegábamos con hora y media para hacer la conexión al siguiente vuelo, que nos llevaba hasta Frankfurt, en Alemania. Llegamos al gigantesco aeropuerto de Guangzhou y perdimos un cuarto de hora aparcando y cuando se paró el avión, estábamos en el quinto pino. Nos habían dicho antes de aterrizar que la puerta de embarque para mi vuelo era la 205 pero mi tarjeta decía la A11. Al salir del avión, una pava china esperaba a pie de escalera con un cartel que indicaba Frankfurt 331. Me identifiqué como pasajero de ese avión, me encontró en su lista y me puso una pegatina en la camisa que decía 331. Bajaron otros pasajeros y nos fue poniendo pegatinas a todos. Éramos unos diez y pensábamos que nos llevarían directos al avión cuando la pollaboba nos dice que nos metamos en la guagua con el resto. Nosotros flipamos y le hacemos caso y la guagua nos lleva hasta la terminal de llegadas en un viaje que tardó más de diez minutos. Una vez allí pensamos que nos iba a llevar a la nueva puerta pero nos da las tarjetas de llegada a China y nos dice que tenemos que pasar el control de pasaportes para entrar en China. Algunos la miraban flipando pero como uno ya se conoce el tergal que se gastan por allí, rellené la mía y pasé el control de pasaportes y me pusieron un nuevo visado de veinticuatro horas en China. Después SALIMOS del aeropuerto y una vez en la calle, subimos a la zona de facturación y salidas y VOLVIMOS A ENTRAR en el aeropuerto, con lo que estuve nuevamente en China. Nos puso en la cola para control de pasaportes de los VIP pero había tanta gente que tardamos una media hora. Para cuando todos la habíamos cruzado, allí delante había un julay con un cartel que decía ÚLTIMA LLAMADA CS 331 FRANKFURT y la puerta A11. Salimos todos corriendo como locos hacia esa puerta y al llegar hay dos chinos histéricos que nos toman las tarjetas de embarque pero no hay vehículo para llevarnos al avión, con lo que esperamos cinco minutos hasta que aparece una guagua para nosotros y después diez minutos de recorrido en el aeropuerto para llevarnos más o menos al mismo lugar en el que aterrizamos, solo que junto a un edificio en el que había pasarelas y una tenía un 205. Salimos en la pista y desde allí subimos y entramos al avión, petadísimo de chinos y algunos extranjeros. Fuimos los últimos en entrar. Las azafatas chapurreaban muy malamente el inglés y me dio la impresión que la tía dijo que el vuelo duraba como una hora, algo que no me cuadraba. En el avión no nos ponían ni mantita, lo que me dio que pensar que las líneas aéreas estas chinas son rastreras que no veas. Despegamos, media hora esperando para poder usar el iPad porque está prohibido y la azafata me veía y cuando finalmente se puede, dicen como que van a dar un servicio de comida en cinco minutos y después hay que sentarse para aterrizar. Cuando la tía me da mi bolsa de manices le pregunto y me confirma que estamos ya aterrizando. Esto no estaba en mi billete y yo no tenía ni puta idea de lo que estaba sucediendo allí. Tomamos tierra con un aterrizaje épico en el que el piloto casi consiguió reventar el tren de aterrizaje del avión y nos dicen que todos tenemos que salir del avión para pasar control de pasaporte. No necesitaba ni las gafas TresDé para alucinar en seis dimensiones pero cogí mis cosas y me pongo en la fila. En la pasarela decían en Chino e inglés que si ibas a Frankfurt te pusieras en la cola de la izquierda y el resto en la de la derecha. Al parecer aquel vuelo era una parada programada en un aeropuerto que después, tras guardar las coordenadas, averigué que era el de Changsha Huanghua International Airport. Éramos unos ochenta extranjeros y tuvimos que rellenar una tarjeta de salida del país, pasar un nuevo control de pasaporte y después esperar una hora en una sala de espera hasta que nos dijeron que regresáramos al avión. De las casi trescientas personas, los chinos habían desaparecido y solo quedábamos los cerca de ochenta extranjeros, con lo que todo el mundo pudo pillar al menos dos asientos y muchos se cogieron la fila del medio entera. Ahí sí que la azafata dijo o intentó decir que el vuelo era de once horas y media y despegamos. Nos dieron la cena y todos nos buscamos la posición para dormir. Me sorprendió de la aerolínea China Southern lo poco curtidas que están las azafatas, lo antipáticas que son y lo mala que es la comida. El vuelo comenzó con un festival de turbulencias que no paró por lo menos en las seis primeras horas de vuelo con lo que dormimos despertándonos de cuando en cuando por los saltos que daba el avión y los cambios de velocidad que hacía. Para cuando me desperté y ya no podía seguir durmiendo estábamos justo encima de Moscú. Después me dediqué a ver episodios de mis series favoritas hasta que nos dieron un cutre-desayuno y nos obligaron a apagarlo todo para la media hora final. Aterrizamos más o menos en hora en Frankfurt y al salir del avión, pregunté a una pava y me dijo que tenía que pasar el control de pasaporte y después ir a la zona del aeropuerto para vuelos comunitarios. Lo hice, encontré una máquina para imprimir mi tarjeta de embarque y tenía que esperar casi cuatro horas así que encontré una butaca decente en un rincón tranquilo del aeropuerto y me puse a esperar. A mi lado, una de las parejas que venía conmigo desde las Filipinas eran unos holandeses que hacían la misma ruta que yo. A la hora que debían, anunciaron el embarque para nuestro último vuelo, en este caso con KLM. El avión era un Embraer, no muy grande pero petado hasta la bandera. Entramos en hora, cerraron las puertas y el piloto nos dijo que teníamos que esperar unos minutos hasta que le dejaban encender los motores. Después nos pusimos en movimiento y yo estaba grabando el vídeo del despegue, el cual tengo. Delante de nosotros, veo un Airbus A380, el mega-jumbo ese enorme y lo grabo ponerse en pista y despegar. Pasan otros aviones y nos llega el turno. El piloto dice que despegamos, comenzamos a correr por la pista y de repente, el tío frena en seco. Te da un mal rollo que no veas y te temes todo lo peor, siempre. Nadie dice nada, pasan casi dos minutos y de repente el tío arranca y coge carrerilla y despega. Cuando estamos en el aire, coge el micrófono pero no para hacerse un karaoke y nos cuenta que tuvo que abortar el despegue porque un avión en otra pista estaba descentrado y el ala de la misma ocupaba el espacio de nuestra pista, con lo que existía riesgo de colisión. Según el piloto, tanto la torre de control como él vieron el problema y por eso se abortó el despegue. También dijo que era algo raro pero rarísimo como encontrar un país llamado truscoluña que jamás fue nación y que era la primera vez en su vida que le sucedía y que esperaba que fuera la última. En el avión nos dieron un aperitivo y tardamos unos cincuenta minutos en llegar a Amsterdam, a MI CASA, o prácticamente. Después de aterrizar, salimos y fui hacia la cinta de recogida de equipaje. Allí éramos tres, la pareja holandesa que venía desde Manila y un servidor. Nos preguntamos si nuestras maletas llegarían y ninguno teníamos fe. En la pantalla informaban que el equipaje tardaría unos quince minutos en llegar así que esperamos contándonos nuestros respectivos viajes. Finalmente, la cinta se pone a moverse y tras una eternidad, sale un bolo y el chamo grita emocionado que es el suyo, en segundo lugar aparece mi bolsa y en tercer lugar, la maleta de la chama y la cinta se para. Ese fue todo el equipaje facturado en aquel avión y aunque parece increíble, nuestras tres maletas fueron de Manila a Guangzhou, de allí a Changsha, desde ese lugar a Frankfurt y finalmente saltaron a Amsterdam y lograron hacer todo eso sin perderse. Los tres flipamos en colores. Salí para ir a la estación de tren subterránea que hay en el aeropuerto y me monté en el siguiente tren que salía hacia Utrecht y una vez en la estación central de mi ciudad pillé una guagua para ir a mi casa, a donde vine llegando unas veintiocho horas después de salir del hotel en Manila y fue entrar en mi casa, encender el ordenador de la oficina y ponerme a trabajar media jornada mientras mi lavadora se aseguraba que todo la ropa no tenía ningún tipo de bicho con un lavado a sesenta grados y así más o menos fue como acabó mi segundo y fabuloso a la par que fantástico viaje a las Filipinas, mi país favorito del sureste de Asia, algo que puedo afirmar y afirmo después de haberlos visitado todos salvo Laos, que no tiene playa y no me interesa lo más mínimo.


2 respuestas a “El regreso larguísimo casi eterno a casa”

  1. Que cansancio tengo de tanta bajada y subida en aviones y tanta espera en aeropuertos, pero el viaje ha sido fantástico y han merecido la pena tantas horas de vuelo.