Alcohólicos reunidos


Ya sabía yo que a este segundo curso le sacaría bastante provecho. Que me dejaran elegir a los estudiantes fue un puntazo. Me traje a la élite de mi empresa, todos los que han demostrado en repetidas ocasiones sus facultades para soportar la bebida. Cuatro alemanes que son como esponjas, dos holandeses que sólo poseen alcohol en su organismo y un inglés que jamás ha bebido agua. Por requerimientos de mi jefe tuve que incluir a mi compañera con pene y a dos pollabobas de mi oficina. Uno de ellos se ha tomado una semana de vacaciones a cuenta de la gripe y al otro le hicimos un vacío mediático, aunque a él no parece afectarle. Sobre la compañera empenenada, siempre es bueno competir por ver quien es el primero que le detecta el paquetón.

Así que estos dos días han pasado entre risas y resaca. Eso también explica mi sequía de ayer, que no pude escribir y tuve que poner unas fotos de emergencia para combatir la incapacidad creativa. Ayer por la tarde nos organizamos para salir, todo muy en secreto ya que no queríamos indeseables en nuestro grupo. De hecho, conspiramos en el ascensor ante la asombrada mirada de dos suecas que subían con nosotros a la cantina y que se quedaron con la boca abierta al escuchar las crueldades que escupíamos sobre los otros. Por la tarde, cada uno se fue por su lado y a la hora prometida, en el sitio acordado, nos agrupamos. Elegimos un antro de gran solera, muy famoso en la ciudad. El Café Cartouche está situado justo al lado de la estación de tren y es desde siempre uno de mis bares favoritos. Tienen una selección de cervezas holandesas, alemanas y belgas excelente y cocinan los costillares más ricos del mundo mundial. No soy yo sólo el que sostiene esta aseveración, sino que todo el que haya comido allí una vez lo recordará mientras viva. Yo he visto a un vegetariano llorando lágrimas de cocodrilo mientras se endiñaba un costillar, sufriendo por el puto cerdo que habían matado para que él disfrutara de esos múltiples orgasmos culinarios.

Ni nos planteamos mirar el menú. Costillas para todos. Las hay en tres variantes. Personalmente me gustan las picantes, que tienen una mezcla perfecta entre miel y salsa chili. También las hay dulces y las típicas costillas a la americana, aunque ya quisieran los yankis cocinarlas tan ricas. Al contrario que otros bares de la ciudad, en los que te permiten repetir todo lo que quieras, en este sólo te traen una tanda, pero es un costillar y medio. Más que suficiente. Esta mañana me he llevado el disgusto de la semana cuando he comprobado que mi peso ha aumentado en más de un kilo. Supongo que tendré que pasar los próximos días a base de agua y té con limón para recuperar el peso, ya que lo del deporte está totalmente fuera de mi alcance, como cualquiera que se haya leído Deportista de élite sabrá.

Que me quiten lo bailado. Me pegué una sentada de costillas de morirse. Este tipo de comida saca lo mejor que tenemos todos dentro. Un grupo de machos cabríos, todos bebiendo cerveza y con las manos pringadas de aliño, devorando la carne a base de dentadas mientras gritamos y competimos por liderar la conversación. No es moco de pavo el reunirse con un grupo tan variado. Cualquiera que haya salido de su barrio alguna vez sabrá que el inglés que se habla en el Reino Unido es ininteligible. Así que cada vez que el británico dice algo, requiere la unión de las mermadas capacidades cognitivas de los demás para desencriptar la información y obtener como recompensa la comprensión del contenido. Lo mismo se puede decir de los alemanes, que torturan el inglés con ese acento tan marcado. A los únicos a los que entiendo sin problemas es a los holandeses, ya sea en su idioma o en la lengua común. Después de unas cuantas cervezas y bastantes costillas, uno de los germanos decidió que teníamos que tomarnos unos chupitos de algo extraño pero que tenía más de cuarenta grados. Para quitarnos el mal sabor de boca del dichoso chupito seguimos tomando birrillas hasta casi la medianoche.

Volví a casa con el piloto automático y hoy no sé ni como sobreviví a la mañana en clase. La verdad es que dábamos lástima. Todos con la voz rota, con ojeras, demacrados y sin capacidad de reacción. Para el profesor ha sido maravilloso. No hemos hecho una cochina pregunta salvo para pedir pausas para café. A la hora del almuerzo dábamos el cante en la cantina, todos en un rincón, callados como putas, tomando sopitas para asentar el estómago. No sabemos cuando podremos organizar otro encuentro, pero esperamos que sea antes de las próximas navidades.

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