Bajando a la costa del sol


El viernes trabajé medio día, o más bien parte de la mañana, ya que comencé a las siete y lo dejé a las once horas y un segundo y por un instante, pensé en usar veinte segundos extras para terminar de escribir un correo electrónico y mandarlo pero la parte racional de mi cerebro se impuso y dijo que no me pagan horas extras y la prostitución es así, se trabaja por lo que se cobra, así que ni apagué el portátil, lo cerré y lo metí en su bolsa. Un rato más tarde, salía hacia el aeropuerto, en un día bastante malo, con frío y un viento helado. Fui desde mi keli a la estación central de Utrecht en mi bici, la cual dejé allí y después pillé el tren, que casualmente, desde hace una semana y hasta la próxima semana, no llega al aeropuerto porque están haciendo obras de mantenimiento, con lo que solo pude ir hasta la estación de tren que está junto al estadio del Ajax y desde allí continué en una guagua.

En el tren, en mi zona, había una pareja de eso que ahora se define como de color, pero que vamos, eran negros y al parecer, no habían usado nunca el tren pagando y sí, repito, sí, tripito, sí, cuatripito, sí, eran neerlandeses. Salieron del tren y al llegar a los portones en los que pones tu tarjeta de crédito o de transporte y te cobran y se abren, el chamo no sabía que hacer y acabó bloqueando tres de los ocho portones hasta que uno, con muy poca paciencia, lo empujó a un lado y los demás pudimos salir, para ir lo más rápidamente posible a la terminal de autobuses y pillar la guagua al aeropuerto. El panoli negro no llegó a tiempo a la guagua, con lo que tendría que esperar al menos diez minutos para la siguiente y a lo mejor en ese timpo se podía ver algunos vídeos en el llutuve de como pagar en el tranporte público con tarjetas de crédito y de débito, concepto definitivamente nuevo para él, que o es de padres riquísimos y jamás ha usado el transporte público, o consideraba una aberración pagar en el susodicho y le enseñaba el cuchillo al conductor cuando entraba para que no le dijera nada, que no sabemos si la balanza va a escorarse para uno o para el otro lado. Al llegar al aeropuerto, una chama, de color de esos, que se había despatarrado y usaba cuatro asientos en la guagua, se marchó sin pagar, con lo que yo creo que la balanza debería ir más hacia el segundo lado.

Ya en el aeropuerto, tenía reservado mi paso por el control de inSeguridad, pero como llegué antes y no había nadie, simplemente fui en la cola normal y en un instante estaba dentro. Ahora la moda, en el aeropuerto de Ámsterdam, es no poner el cinto en la bandeja, te dicen que se lo des al que te controla, un tremendo misterio que espero que algún detective telelevisivo investigue. Después del descontrol de inseguridad, busqué un rinconcito en la terminal de bajo coste del aeropuerto de Schiphol, quizás bajísimo coste. Además de ser fea de vicio, han puesto los asientos más incómodos que pudieron encontrar, para recordar a todo el mundo que vuelas con bajo coste. No son asientos, son más bien gradas, sin ningún tipo de cojín o lugar para apoyar la espalda. Para cuando apareció en la pantalla que podíamos ir a embarcar, al cuarto número cinco, fui para allá, en una caminata eterna porque bajo coste es también sinónimo de poner la terminal prácticamente en Bélgica y hay que caminar un güevo y parte del otro.

Volaba con Isillé, con bolsa debajo del asiento. Mi bolsa estaba dentro del tamaño que permitían y no tuve problemas, pero vi a varios panolis que llegaban con varias bolsos y a los que les pegaron una clavada que no veas. También vi varios tontos que pagaron la prioridad y después y pese a las indicaciones de los que estaban allí, se iban al lado de los pobres y al final pagaron para nada. Entramos al avión en hora y salimos en hora.

En el avión, en la parte de atrás, el callo malayo más feo que he visto en mi vida. Está clarísimo que en Isillé querían demostrar que ellos contratan camareras aéreas sin mirar que sean bulímicas y noréxicas o julandrones y por eso, eligieron a aquella chama, que era de darte un susto mortal si le tropiezas en un callejón obscuro por la noche. Entrabas al avión y te encontrabas aquello de frente y la reacción de todos era comenzar a andar hacia atrás y tratar de huir.

Después de despegar, el chófer enfiló hacia el sur y yo lo pasé jugando con mi tableta. Al llegar a Málaga, hice la larga marcha hasta llegar a la salida del aeropuerto, que lo han hecho a postas para que tengas que andar un montón y una vez afuera, fui a la estación de tren y pillé el trenecito para ir a la keli de mi amigo Sergio. Así comenzaban mis cuarenta horas en Málaga, de las que no creo que comente nada porque allí todo el mundo sabe que el mejor blog sin premios en castellano existe.

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Una respuesta a “Bajando a la costa del sol”

  1. Yo creo que las largas distancias en los aeropuertos son para cuidar la salud de los viajeros haciendo ejercicio…
    Salud

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