Caminando en la jungla durante dos días


El relato comenzó en Otro de esos saltos gigantescos

Mi segundo día en Chiang Mai lo reservé para una pequeña aventura caminando en la jungla. Chiang Mai es famosa por eso y a la hora de elegir la aventura tienes multitud de opciones. Puedes ir medio día, un día, dos o tres, quedarte en las casas de los jefes de las tribus, hacer una parte a lomos de elefante, bajar por un río en balsa de madera, o en barca o visitar muchos pueblos, o ir a ver a las mujeres de cuello largo, esas que deforman poniéndoles anillos en el cuello y que ya vi en Birmania. Yo tenía claras unas cuantas cosas: quería dos días con noche de por medio, quería caminar exclusivamente porque ya sabía que los elefantes que usan muchas (si no todas) de esas compañías, han sido torturados hasta domesticcarlos y no quiero que con mi dinero se bendigan esas acciones. Tampoco quería ver a las mujeres de cuello largo ni quedarme en la casa del jefe de la tribu. Pensé que al final tendría que hacer la bajada del río en balsa o algo parecido porque iba en plan borde pero no hubo problema en contratar la aventura ya que tenían más gente.

Me recogían entres las nueve y media y las diez de la mañana, con lo que preparé mi mochila con las cosas que quería llevarme, las cuales incluían mi sábana momia para dormir, chubasquero, agua, muda de calcetines, camiseta y calzoncillos, bañador y poco más. Llegaron diez minutos antes de la hora prevista y en una furgoneta cutrísima iban tres chamos jóvenes. Después seguimos y recogimos a una pareja también joven y al parecer ese era todo el grupo. Restó que éramos uno de Holanda (y previamente africano), la pareja británica y los otros tres canadienses, aunque uno de ellos nació en la India y emigró a ese país doce años antes.

Después de media hora en carretera paramos en un mercado y nos aconsejaron que compráramos al menos litro y medio de agua por persona y chubasquero si no lo tenías. También papel higiénico, algo que no hice ya que no pensaba jiñar allá arriba. Después seguimos algo más de una hora hasta un lugar perdido en el medio de la nada en donde paramos a almorzar. Era como la casa de unos julays y nos hicieron la comida con las cosas que llevó el guía. Todo muy básico y sabroso. Ahí ya nos estábamos conociendo todos y parecíamos encajar bien. Después de comer comenzamos la caminata, subiendo por la jungla unas tres horas, parando de cuando en cuando a descansar. Nos llovió durante gran parte del trayecto, lo cual le dio más encanto ya que este tipo de jungla tropical, embellece con la lluvia. En el camino paramos a ver una cueva, bonita y curiosa, aunque he visto tantas en tantos lugares exóticos que esta no me llamó la atención, pero al resto de caminantes les fascinó enormemente.

Al llegar a la parte más alta de la montaña que subíamos comenzamos el descenso por una pista de tierra hacia una pequeña aldea y a la entrada de la misma había una casa que hacía las veces de tienda y algunos compraron cosas. Llegamos a nuestro campamento y teníamos unas habitaciones simples al máximos, de esas que Virtuditas no aprobaría, poco más que un tejado, con un tatami en el suelo, dos mantas que vete tú a saber cuando fue la última vez que fueron lavadas y una mosquitera con agujeros del tamaño de puños. Todos los cuartos estaban comunicados por el techo, con lo que había privacidad, pero más bien poca. Como teníamos suficientes, yo pillé uno, la pareja otro y los tres canadienses se dividieron entre dos. Los baños eran de película de terror pero funcionales. En la puerta de uno de ellos había una tarántula. Yo opté por ir a mear a uno de los otros dos, aunque cuando sabes que uno tiene una tarántula visible, es más que probable que los otros dos las tengan agazapadas. Sobre el retrete había un tubo que hacía las veces de ducha y que te permitía ese raro lujo de cagar y bañarte al mismo tiempo, algo que todos tenemos que hacer al menos una vez en nuestras vidas y que yo ya había hecho en otro lugar.

En el lugar tenían unos cuantos gallos de pelea y gallina y los gallos se odiaban mutuamente y tuvieron que separarlos porque nos estaban haciendo un espectáculo gratuito.

Tenían unas cuantas cervezas y el inglés les dijo que metieran el resto en la nevera porque nos iban a hacer falta. Después nos sentamos a charlar esperando la cena, un curry rojo que estaba muy bueno. Alguien trajo una baraja y comenzamos los juegos. Según el folleto de la aventura, por la noche el guía nos contaría historias y cosillas pero el nuestro hablaba seis o quizás siete palabras de inglés, siendo tres de ellas izquierda, derecha, parar y con esas y cuatro más no tenía suficiente para contar una historia. Al rato apareció una motocicleta con otro tailandés y un alemán, que resultó que está en un campamento de elefantes que hay por la zona trabajando de voluntario una semana y se lo trajeron allí para que socializara con gente que habla inglés. El colega se integró inmediatamente en el grupo. Los juegos de carta eran simples y pensados para beber, ya que cada vez que la cagas o te toca has de beber, con lo que pronto empezaron a volar las cervezas por allí. La cerveza tenía un seis por ciento de alcohol y de sabor horrendo pero bueno, a todo se acostumbra uno y mejor eso que agua.

El tailandés que trajo al alemán se puso con nosotros y resultó que es el David Copperfield local y empezó a hacernos unos trucos de magia acojonantes y también unos problemas de lógica que requerían la masa cerebral combinada de los siete para resolverlos. La noche transcurría placenteramente y a las once de la noche solo nos quedan dos cervezas en la nevera y nos hemos bebido unas cincuenta. El tailandés nos dice que va a buscar más y llama a alguien. Regresa veinte minutos más tarde amargado y después de haber despertado a todos los chamos del pueblo que venden o alguna vez han vendido alcohol nos confirmó que nos habíamos bebido todo el alcohol del poblacho. Acabamos las dos latas y nos fuimos en manada a los baños a lavarnos los dientes y defendernos de las tarántulas, las cuales nos habían acabado por obligar a mear por el monte. En nuestros tatamis, puro cachondeo, gritándonos y bromeando unos con otros y pidiéndole al inglés que por favor no le diera un viaje a su hembra porque nos iba a poner a los demás como vespinos recalentadas.

Por encima de nosotros, geckos gritando a conciencia y comiendo mosquitos, por los alrededores, los insectos esos que hacen un montón de ruido y que dejan a los grillos como mariconas minusválidas porque siendo del mismo tamaño, pueden hacer cinco veces más ruido. Al parecer a las dos de la mañana los geckos dieron una sinfonía pero yo no me enteré. El que me despertó fue el gallo que a las cinco de la mañana comenzó a gritar cada veinte segundos. Me cagué en todos y cada uno de sus muertos pero no paró y más tarde se le unió un segundo y un tercero, con lo que sobre las siete de la mañana me aburrí de escuchar un audiolibro y salí a hacer fotos. El tailandés simpático me vio y me llama para enseñarme algo. A unos cuarenta metros de las chozas, en unos matojos, una serpiente de casi dos metros de largo y con cabeza como una cobra, aunque de verde claro chillón. Según él, mata a un elefante del mordisco y se dedicó a espantarla con un palo para que se moviera y yo flipara mientras él se reía. Después hice una pirámide con cuarenta y cinco latas de cerveza y poco a poco fueron saliendo los demás, cansados de esperar a que los gallos dejaran de gritar. Nos prepararon un desayuno con unos huevos revueltos con verduras y tostadas que estaba riquísimo y tras recoger nuestras cosas, nos lanzamos a caminar por la jungla nuevamente. Tras una hora nos encontramos con otro grupo y desde allí seguimos juntos con ellos otra hora más hasta llegar a un lugar con una pequeña catarata y una piscina natural para bañarnos. Estuvimos allí casi hora y media, bañándonos y divirtiéndonos. El guía del otro grupo debe ser sádico y llevaba consigo una tarántula, a la que supuestamente le había quitado los colmillos (o como quiera que se llame la parte de la boca en la que tiene el veneno). Según nos contaron los del otro grupo, el día anterior tenía otra con la que les hizo multitud de trucos, como metérsela en la boca y dejar que saliera de ella y finalmente esa mañana la mató, la cocinó y se la comió antes de capturar la nueva, bicho que me temo tenía la misma suerte, primero ser el payaso de aquel cabrón y después acabar en su estómago.

Después volvimos a caminar una hora más hasta llegar a una cabaña en la que nos hicieron el almuerzo, un arroz con verduras aún más delicioso. En el tejado de la cabaña había una tarántula y el guía sádico hizo lo imposible por pillarla y poder llevársela pero no lo logró. Después ellos se fueron en coche ya que habían contratado el descenso en balsa por río y nosotros nos fuimos andando, otras dos horas de caminada, por campos de arroz, por montaña y cruzando riachuelos. Acabamos junto a un campamento de elefantes y a allí nos vinieron a buscar con gente de un tercer grupo, todos franceses y regresamos a la ciudad en la parte de atrás de un pick-up. Tardamos algo más de hora y media.

Fue una aventura bonita y divertida. Caminamos un montón, lo de la catarata fue fabuloso, la moña que nos cogimos en el medio de la nada estuvo genial y hubo camaradería entre todos. Nos despedimos, sabiendo que cada grupo seguiría un camino distinto al día siguiente y yo fui a mi habitación, me duché para quitarme la tierra que tenía encima, eché una jiñada épica y casi legendaria, regresé al restaurante de comida del norte de Tailandia que había descubierto dos días antes y me pedí tres platos principales, me los comí, volví a la habitación y estaba tan cansado que caí muerto sobre las nueve de la noche. Al día siguiente me marchaba en guagua de Chiang Mai.

El relato continúa en Desde Chiang Mai a Sukhothai

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2 respuestas a “Caminando en la jungla durante dos días”

  1. La culebra a la parrilla con los huevos fritos hubiera estado deliciosa… 🙂
    Tarántulas de postre 🙂
    ¡Puag, que asco!
    Deberías describir los cagaderos, no se porque me da la impresión de que deben cortar ipsofacto las ganas de cagar contemplándolos y pensando en que te pique el capullo una simpática tarántula 🙁
    Salud

  2. No, no pasarían mi filtro. Cagaderos con tubos para lavarse y tarántulas de regalo? Iba a necesitar mucha motivación extra para sacar mi culo a airear ahí.
    Lo de la caminata si que me encantaría. Y probablemente hubiese bajado en balsa, en piragua no se me da mal. Me gustan mucho más estas aventuras que los días de templos y más templos…