Cruzando el Tajo dos veces y más


El relato comenzó en Llegando a Lisboa y quedándome en Belém

Yo siempre que le rezo al niñito Jesús le pregunto por qué no me hizo a mi también culocochista como a Genín y Virtuditas y así iba a todos lados con el coche. Como se ensañó conmigo y me puso a caminar, digamos, como si dijéramos, que la cantidad total de kilómetros caminada en este relato fueron veintisiete. Todo comenzó tempranito porque la fábrica de los Pastéis de Belém abre a las ocho, así que a esa hora fui a desayunar mis dos pasteles con cortado. Después pasé por delante del Mosteiro dos Jerónimos y hasta le hice alguna foto que no veremos hoy aunque quizás sí mañana y desde allí regresé al Padrão dos Descobrimentos, del que no me canso:

NO había nadie en el lugar, que es la ventaja de quedarte a dormir en Belém, que los turistas llegan después de las diez de la mañana y el cielo estaba precioso. A unos diez minutos andando está la estación del ferry para cruzar el río Tajo desde allí hasta Porto Brandão. Mi plan era ir al Santuário Nacional de Cristo Rei, con esa preciosa estatua en lo alto que ya vimos en el vídeo de ayer. Lo que hacía mi viaje especial es que en todas las internetes y por más que busqué, nadie lo había hecho desde Porto Brandão caminando, aunque GooglEvil da una ruta, así que debo ser un pionero y deberían renombrar algunas calles en la zona.

El ferry llegó puntualmente y éramos cuatro gatos, un coche y dos bicicletas. Desde la planta en la que aparcan los coches, que está abierta por detrás, hice esta foto del Padrão dos Descobrimentos desde el agua, con Magallanes encabezando al resto de la basca. El cruza son unos diez minutos y en Porto Brandão es una pequeña parada y de hecho, bajaron la rampa, salí, la subieron y se piraron porque allí no había nadie más. Había un micro de alguna línea de guaguas regular que esperó por mí pero le dije al chamo que yo no soy culocochista como los comentaristas habituales. Durante la siguiente hora, caminé primero por una zona como de campo, muy bucólica y bonita y después de arrabales de ciudad, que la ciudad de Lisboa se extiende a esta parte a través del puente. Hay hasta tranvías. Cuando por fin llegué al Santuário Nacional de Cristo Rei, admiré el monumento antes de entrar y comprar mi acceso al ascensor que te lleva a la parte de arriba y tras subir unas escaleras, llegas a una terraza con unas vistas espectaculares de Lisboa y del Ponte 25 de abril:

Una variante de la foto anterior es mi actual pantalla de bloqueo del telefonino. En la imagen se puede ver la sombra del santuario, yo estoy a los pies del Cristo ese tan grandes. El tráfico sobre el puente hace un montón de ruido y ya contaré por qué más tarde (o quizás me olvide):

El pedazo de Cristo tiene veintisiete metros de largo, es gigantesco. Desde allí quería seguir hasta la terminal de ferry de Cacilhas y según las internetes, la ruta es más bien de interior hasta un ascensor. Sin embargo, GooglEvil daba una ruta peatonal por una carretera abandonada y bajando al nivel del río, que decidí seguir y en el peor de los casos tendría que retroceder. Resultó que la carretera lleva a la Quinta da Arealva, que está en ruinas y abandonada pero es flipante y me permitió bajar al nivel del mar y ya seguir siempre pegado al agua del río y el mar. El recorrido es precioso y finalmente llegué al dichoso ascensor y posteriormente a Cacilhas, en donde había un submarino y un velero a los que les hice fotos y una iglesia preciosa. En el lugar hay cienes y cienes de millardos de restaurantes de pescado y marisco, así que aproveché para almorzar y pedí pulpo, que los portugueses lo cocinan de otra forma pero también está rico.

Desde allí hay un ferry hacia Cais do Sodré cada veinte minutos o así y pillé el siguiente. Enfrente de la estación de ferries, de trenes y de metros y autobuses está el Mercado da Ribeira, que ahora en una de sus mitades son sitios para comer y aproveché y me jinqué dos pasteles de nata de Mantegaira. Después decidí subir al barrio alto, con esas calles superempinadas y sus ascensores y funiculares para que la gente pueda moverse, sobre todo los culocochistas como esos dos que todos sabemos:

Sobre las tres de la tarde salía un barco que te lleva durante setenta y cinco minutos por el río haciendo paradas, creo que es el barco amarillo o algo así y lo calculé para llegar al mismo. Cuando seguí la ruta hacia el lugar que indicaba su mapa, al llegar al sitio está en obras y allí no está el barco y me quedan menos de cinco minutos, así que con tremendo agobio fui a una cercana estación de ferries y en ella me indicaron que lo habían trasladado más al oeste. Gracias a Dios que yo entreno porque de no ser así no llego hasta el barco a tiempo, solo para descubrir, cuando estoy a punto de embarcar, que solo se puede pagar la entrada en efectivo y yo soy de los de tarjeta, con lo que no pude entrar. Estaba con tremendo cabreo cuando veo que un par de cientos metros más al oeste llega otro de otra empresa. Me acerco y veo que tienen el mismo crucero saliendo a las cuatro y con puesta de sol. Me dijeron que aceptaban tarjeta, así que compré mi entrada y me fui a jincarme un helado y después disfrutar del sol junto a los miles de personas que estaban por allí y que en su mayoría eran españoles.

A las cuatro salió nuestro paseo e hice cienes y cienes de fotos, como la que tenemos sobre este párrafo con el puente cuando se pone el sol. Aquello fue un acierto total y tal y tal y seguro que mi Ángel de la Guarda fue el que provocó que no me pudiese montar en el otro barco, que tiene una ruta muchísimo peor.

El punto más alejado al que fuimos fue la Torre de Belém que vemos aquí desde el agua cuando el sol ya se había puesto y la luz comenzaba a esfumarse. Después volvimos hacia el puerto de salida con otra tanda de imágenes espectaculares que quizás ponga algún día. Vine llegando a las seis menos diez al puerto y después fui a la estación de Cais do Sodré y elegí el tren para volver a Belém, ya que salía uno en ese instante. Desde la estación, ya de noche, fui paseando al Padrão dos Descobrimentos, para hacer fotos con la cámara grande, ya que el día anterior solo llevé el telefonino y también fui a la Torre de Belém, para hacer el mismo ejercicio y sin darme cuenta ya eran las siete menos diez y tenía reserva en un restaurante para las siete, con lo que trote de vuelta a la pensión, dejé la cámara y fui al restaurante, que estaba cerquita. La cena fue con bacalao, deliciosa y por supuesto, no quise postre para ir a la fábrica de los Pastéis de Belém y jincarme dos más. Después de cenar caminé un rato más y así fue como llegué a los veintisiete kilómetros en un día soleado y muy agradable en el que no visité mil cosas, pero todo lo que vi fue a un ritmo pausado y con gusto. Huelga decir que esa noche caí en la cama y dormí mis ocho horitas como un campeón.

El relato acaba en Mosteiro dos Jerónimos y caminando de vuelta a Lisboa


2 respuestas a “Cruzando el Tajo dos veces y más”

  1. Siempre que iba a Lisboa, aparcaba mi coche y ya no lo volvía a conducir hasta el regreso, los desplazamientos por la ciudad, siempre en tranvía.
    Salud