Dando un rodeo al regresar


Lo bueno que tiene la previsión es que he pasado una semana real de vacaciones, yendo a la playa, viendo varias películas en el Festival de cine de Las Palmas de Gran Canaria y caminando un montón, en la arena de la playa de la Garita, en el paseo costero y donde se tercia. En estos días no he dado un palo al agua y salvo por el relato del viaje de ida, no he escrito casi nada. Mi viaje de vuelta comenzó a las cinco y media de la mañana, la hora a la que debería haber sonado mim despertador. Como sucede casi siempre, las excepciones están siempre relacionadas con excesos alcohólicos, me despierto de manera natural uno o dos minutos antes de que suene el despertador, no sé si es una bendición o una maldición, yo fijo la hora y de alguna manera extraña, mis ojos se abren antes. Mi teoría para explicar esta anomalía es que formo parte de la matriz, soy uno de los programas que se ejecutan en la misma y funciono con precisión informática.

Después de ducharme y empaquetar las últimas cosas me pesé con la maleta para controlar el exceso de equipaje y me pasaba así que los garbanzos y las lentejas se tuvieron que quedar en Gran Canaria. Mi madre le manda «un regalo» a mi amigo el Rubio para su tercer hijo y su concepto de un pequeño regalo es el de un ajuar de cinco kilos de toballas, mantitas, calcetines y demás parafernalia. No recuerdo haber llenado mi legendario trolley con tantas cosas en todos estos años, la cremallera casi no se podía cerrar. Salí con tiempo suficiente y aunque creía que llegaría después de las guaguas que traen a los turistas no fue así y el mostrador de facturación estaba vacío. Me asignaron un asiento en la última fila, tal como pedí y con todo el peso del equipo fotográfico y el portátil a la espalda me dirigí al control de seguridad, esa pantomima con la que pretenden tranquilizarnos para que viajemos tranquilos.

En el aeropuerto maté el rato viendo un par de episodios de una de las series que sigo y a la hora indicada comenzó el embarque. Mi segundo viaje con TUIfly no era hacia el aeropuerto de Düsseldorf, el cual había sido mi punto de partida en el viaje de ida sino al de Hannover, un movimiento que puede parecer extraño pero que me convenía más por los horarios. Quiero aprovechar para recordar que este ha sido uno de los viajes más baratos que he hecho en mucho tiempo, ciento cuarenta y cinco euros por un Düsseldorf – Gran Canaria – Hannover.

Al dirigirnos al extremo de la pista de despegue aluciné con todos los aviones militares que hay en estos días en la base de Gando, creo recordar haber leído en la prensa algo sobre unas maniobras y una concentración de pilotos. En el despegue, observé la costa noroeste de la isla mientras tomábamos altura y giramos hacia el norte en la Garita, justo sobre la playa en la que he pasado los últimos días. Desde el aire puedo ver la casa de mis padres, el paseo y la playa y esa es la imagen que me llevo al comenzar el regreso. Después de tomar algo de altura comenzó el bailoteo de la tripulación y de entrada nos trajeron el desayuno gratuito. Después de comer me dedicaba a escuchar por enésima vez el audiobook del libro Twilight – Crepúsculo y como en ocasiones anteriores, contengo la respiración fascinado por la historia. En mis dos últimas audiciones (o lecturas, si consideramos que es un libro) lo he terminado en poco más de un día.

En algún lugar sobre la península ibérica la tripulación andaba liada vendiendo cigarrillos y chocolate cuando una de las pasajeras situadas en la zona media se levantó para ir al baño. Debía tener alrededor de cuarenta y pico años mal llevados y vestía como la Barbie putorra original. Llevaba una falda demasiado corta, exceso de maquillaje, colores vivos y un pelo más falso que el de la Reina de Holanda (o la de España, que es otra adicta a la laca de bote). Para viajar había elegido unos zapatos de tacón de aguja que golpeaban el suelo mientras avanzaba y levantaba miradas de curiosidad de todo el mundo. A medio camino se topó con el carrito de la venta «libre de impuestos» y después de esperar unos segundos para que la dejaran pasar, tocó en el hombro al azafato. En ese momento me di cuenta que el hombre era clavadito a Ken, también algo pasado por los años. La ignoró completamente y ella lo volvió a intentar, golpeándole de nuevo en el hombro. El Ken hizo ese perceptible movimiento de cabeza que parece ser inherente a los que se escapan del armario y que siempre me ha fascinado porque todos lo hacen igual. Es como si en su interior llevaran una folclórica de larga melena y gafas horrorosas y mueven la cabeza para agitar el pelo y llamar la atención solo que Ken no lucía una gran melena. Después de ese movimiento reflejo que lo delató y lo identificó unívocamente como uno de los seguidores del Señor de los Julandrillos le hizo un gesto de asco profundo que reveló lo resentido que quedó con su relación, lo mucho que repudia los años que pasó con Barbie comiéndole el potorro cuando él lo que quería era hartarse a salchichas. La miró de arriba a abajo con cara disgustada y la mandó a sentarse y esperar a que pasaran por su fila para ir al baño. Ella se tragó la respuesta que se veía en su cara que le quería dar, se dio la vuelta y regresó a su asiento clavando los tacones en la moqueta del avión.

Tras el encontronazo entre Barbie y Ken el vuelo transcurrió sin nada más que reseñar. En algún lugar sobre Francia nos dieron un refrigerio y diez minutos antes de la hora comenzamos las maniobras de aterrizaje. Sobre Hannover las nubes eran increíbles, como inmensos algodones que parecían sacados de alguna vieja pintura y que resaltaban contra un cielo muy azul. Una lástima que no pude hacerles fotos.

Después de aterrizar en Hannover, aeropuerto que visitaba por primera vez, esperé a que se vaciara el avión y salí el último. Para cuando llegué a las cintas de recogida de equipaje, éste ya estaba saliendo y mi maleta venía directamente hacia mi, así que la cogí y bajé a la estación de tren que hay en el aeropuerto. Desde allí fui a la estación central de Hannover y mientras esperaba por el InterCity que me llevaría de vuelta a casa aproveché para atiborrarme a comida alemana. Gracias a Dios no vivo en ese país porque de ser así, ahora me llamarían el Boliche. Los alemanes comparten con los holandeses la obsesión por la puntualidad y en sus estaciones a veces da la sensación que están representando una inmensa coreografía. Al comprar el billete me habían dicho que no reservara asiento porque ese tren no va muy lleno y efectivamente, encontré asiento sin demasiados problemas y después de un rato hasta me pude cambiar a uno con toma eléctrica para que mi portátil no sufra demasiado.

Y así fue como en el mismo día salí de Gran Canaria, llegué a Hannover y desde allí viajé a Utrecht, un gran rodeo para volver a casa.

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4 respuestas a “Dando un rodeo al regresar”

  1. Felicidades por tan glorioso viaje!
    jajaja Me reí con el movimiento de cabeza del Ken y la descripción de la Barbie…jajaja
    Salud

  2. En mi caso 205 euros para pagar el billete de avión y el tren Utrecht – Düsseldorf y Hannover – Utrecht frente a los 368 que me costaba yendo por Holanda, a los que hay que añadir 43 euros para pagar el taxi y el tren nocturno porque ambos vuelos salían y llegaban de madrugada, lo que hacía un total de 411 euros. Los 206 euros que me ahorré me los pulí en Gran Canaria en cine, comida, más comida, un teclado inalámbrico, el disco nuevo de Fangoria, invitar a mis padres a almorzar y aún así me sobró pasta.