De bicicletas y sus dramas


Este sábado se cumple un año de la presentación de La Lapoya, la bicicleta que supone el pilar fundamental de mi libertad de movimientos. En el tiempo que lleva conmigo, creo que ha tenido un par de pinchazos y por lo demás ha aguantado muy bien hasta el pasado viernes. Ese día, cuando corría a la estación a primera hora de la mañana de repente hizo un ruido extraño, hizo un segundo ruido extraño y los pedales dejaron de propulsar a la bici. Pensé que se había soltado la cadena pero no, es algo más interno y misterioso. La tuve que dejar aparcada en la puerta de un portal de viviendas y continuar en la guagua. Por la noche, cuando volvía del cine regresé al lugar, la recogí y fui andando hasta mi casa. El sábado, en una inspección ocular quedó claro que el problema es bastante profundo y no se ve sencillo de reparar para un ser simple y simplón como yo. En seguida, se activó el protocolo de emergencia ejecutiva y La Cholina se convirtió en mi principal medio de transporte. Esta es una bicicleta que uso poco porque no tiene velocidades y aunque puedo hacer el recorrido desde mi casa a la estación en casi el mismo tiempo que con La Lapoya, la cantidad de ejercicio es brutalmente mayor y llego a la estación más sudado que el coño de una bailarina de reggaeton. Como en ocasiones anteriores mi vecino es el encargado de llevarla a reparar porque conoce al chamo que tiene su pequeño negocio en la caseta del jardín de su casa. Hasta el momento en el que he escrito esta anotación, en un día de esos terrible porque al salir del trabajo vuelo a mi casa para cenar un caldo de millo y según acabe me voy al cine en Amsterdam y de paso al mercado del sur de la ciudad para ver si consigo castañas y no regresaré hasta cerca de la medianoche. Es lo malo de las semanas complicadas, como aquellas en las que quieres ver seis películas, ir a clase de italiano, trabajar y pasar el fin de semana en la capital de Polonia, aparte de procesar al menos mil fotografías. Todo esto no sería posible sin una planificación milimétrica, un transporte público en el que se pueda confiar y ni un solo minuto gastado en ver la tele.

En esta absurda y caótica mezcla de información, me acabo de dar cuenta que ni he bautizado ni he puesto ninguna foto en la bitácora de la cutre-bicicleta que me apropié en el viejo edificio de mi empresa y que uso en la actualidad para recorrer los setecientos metros que hay entre la oficina y la estación de Hilversum Sportpark. Dado que es patética, mi lista de nombres candidatos include la truscolana, la Chan-Chán, la Chaflanera o la Peripatética.


4 respuestas a “De bicicletas y sus dramas”

  1. Luis, te estás haciendo mayor. El lunes fui al cine por la noche en Utrecht, la película comenzaba a las 21.30, regresé a casa a las 23.55, el martes fui al cine en Amsterdam y vine llegando a casa a la misma hora. El miércoles fui a italiano y volví a las 20.55, aunque si llega a haber una sesión interesante en el cine habría ido. Hoy me voy a Amsterdam después de trabajar y veré dos películas. La segunda acaba sobre las 22.00 así que calculo que estaré en mi casa sobre las 23.10, dependiendo de las conexiones ya que desde el cine he de pillar una combinación de tranvía + metro + tren + bicicleta y entre los tres primeros según la suerte tienes que esperar más o menos minutos. Mañana me piro a Polonia hasta el domingo, así que dormiré más temprano y más horas. La semana que viene ya tengo cita para el lunes, italiano el miércoles, viajo el viernes, el Rubio me está presionando para que vaya a su casa el jueves y el martes debería ir al cine. La siguiente semana se presenta un poquitito mejor, más relajada.