Desconozco el camino que te ha traído hasta aquí pero lo que sí quiero advertirte es que esta historia comenzó en Diario de Berlín, el prólogo y por ello te invito a retroceder un paso atrás y empezar por el comienzo.
Para llegar a Berlín elegimos el tren. Si cuentas las horas que te obligan en la actualidad a estar en el aeropuerto antes de la salida, las incomodidades y humillaciones que has de pasar por culpa de cuatro hijosdeputa moros que han decidido acabar con el encanto del viaje aéreo y lo molesto que es ir cansado y aletargado hasta la ciudad desde el aeropuerto, la opción del tren brilla con luz propia. Tardas aproximadamente lo mismo, vas cómodamente sentado en un máquina fabricada con la más alta tecnología y tienes tu equipaje a mano, puedes comprar comida y bebida, llevar lo que quieras y disfrutar del paisaje a través de esas enormes ventanas. Hemos cruzado ciudades como Osnabrück, lugar al que le tengo mucho cariño porque parte de mis amigos alemanes son de esa zona y he pasado momentos geniales por esos lares o también Hannover, donde estuve en el 2001 asistiendo al CeBit con mi amigo el Rubio y acabamos borrachos como cubas ya que mientras todos los frikis que nos acompañaban corrían entre pabellones para ver tecnología que nunca llegó a nada nosotros privábamos alcohol y comíamos comida alemana hasta reventar. Aquella fue la feria en la que se declaró la revolución del UMTS, con Ericsson, Nokia, Alcatel, Siemens o Lucent tirando la casa por la ventana y mostrando al mundo las maravillas que tendríamos en nuestros bolsillos menos de un año más tarde. Recuerdo que Siemens montó un pabellón inmenso con una máquina de hacer olas de surf y podías vestirte ropa de surfero y cabalgar la ola interminable mientras tratabas de evitar todas las guarras que estaban por allí cargadas de llaveros, bolígrafos y todo tipo de propaganda que te hace gracia la primera vez pero cuando llevas cinco kilos de lo mismo ya es que las evitas. Han pasado cinco y el UMTS es la misma mierda que entonces, casi no es usado por caro y se puede decir que sus velocidades lo han vuelto obsoleto antes de popularizarse. Microsoft en aquella feria también tenía un pabellón mastodóntico en donde nos vendían el futuro. Se les ha debido olvidar ya que cinco años más tarde su sistema operativo es la misma mierda y sus aplicaciones que en aquella época parecían innovadoras, hoy en día son cuando menos vetustas. El Rubio y este que escribe llegamos los últimos al autobús que nos llevaba de vuelta a Holanda. Cincuenta personas esperándonos y nosotros que nos despistamos porque nos invitaron a una de las fiestas que había después del cierre y nos entretuvimos en la misma socializando con la gente y demostrando que también hay gente normal en el mundillo tecnológico. Cuando nos dimos cuenta de la hora corrimos al autobús y nos enfrentamos a las caras de mosqueo de todo el mundo meando junto a un muro porque si tenemos que hacer las cinco horas del viaje con la carga de líquido que llevábamos encima reventamos seguro.
Volviendo al presente, es increíble cruzar Alemania en Otoño, con esos bosques de tonos ocres y rojizos, árboles que pierden las hojas y riegan de color calles y carreteras, castaños a reventar de castañas, vacas que aprovechan los últimos días de libertad antes de volver a sus establos para pasar el invierno y cisnes que pintan líneas en las aguas de pequeños lagos mientras los surcan con gran elegancia. Es un viaje sin montañas porque esta parte de Europa es una gran planicie verde salpicada con los colores de cada estación.
En cada viaje hay alguna anécdota y la de esta ocasión sucedió cuando llegamos a la estación Bad Bentheim, primera tras cruzar la frontera con Alemania. Allí se subieron policías de aduanas para comprobar los pasaportes. Entraron en nuestro vagón y un poco más adelante teníamos un sudamericano al que solo le faltaba el poncho pero que llevaba sin exagerar cien kilos de equipaje repartido entre una miríada de pequeños bolsos. El policía le mira el pasaporte y un documento que llevaba que seguramente era un visa y no se convence. Llama a los compañeros y aparecen tres policías más y comienza el cónclave para determinar si se dejaba entrar en el país al pobre hombre o no. Le preguntaban de todo y como no se ponían de acuerdo llamaron a la central y esperaron el veredicto de los Super-Tacañones. Este llegó tras diez minutos y fue positivo. Le desearon a aquel pobre un feliz día y siguieron su camino. Dos filas más adelante se sentaba uno que se había estado riendo mientras investigaban al posible ilegal. Lo trincaron, le pidieron pasaporte, le preguntaron si estaba en Alemania por negocios o placer y le hicieron un tercer grado impresionante que culminó con una tanda de preguntas sobre si llevaba, poseía o tenía constancia de la existencia de armas, explosivos, drogas, o cualquier otra substancia peligrosa en su equipaje. El hombre lo negó todo, igualito que San Pedro pero no hubo piedad y le obligaron a abrir su equipaje y lo inspeccionaron con todo lujo de detalles allí mismo, con nosotros de espectadores. Se acabaron las risas en el vagón después de eso y al menos el sudamericano se dio el gusto de ver que la policía no se toma las cosas en plan de cachondeo. Esto me recuerda lo afortunados que somos los europeos y lo mucho que vale nuestro pasaporte dentro de la Unión Europea, sobre todo si los comparamos con los emitidos en cualquier país de Centro o Sudamérica, que inmediatamente te catalogan como terrorista o algo peor. A mi el hombre miró mi pasaporte, vio que nací en Gran Canaria, paraíso para los turistas alemanes y pude sentir la corriente de afecto que inmediatamente lo embargó hacia mi persona. Por suerte no era un azafato de cualquier línea aérea, que esos sienten otra corriente que los impulsa a abrocharme el cinturón de seguridad y restregarme la entrepierna, lo cual me ha llevado a pensar si no tendré poderes mágicos en la misma o daré suerte a los que lo hacen cual jorobado de turno, solo que en mi caso la chepa parece ser el paquetillo.
Y así acaba esta larga introducción escrita mientras el tren está alcanza las puertas de Berlín, el sol descansa sobre el horizonte agotado por otro día de otoño tras el larguísimo verano y los heraldos esparcen la buena nueva de nuestra llegada a la ciudad.
Ha llegado la hora de dar un salto en el tiempo para encontrarte el siguiente capítulo de este diario, llamado Diário de Berlín. Primer paseo por la ciudad.
2 respuestas a “Diario de Berlín – Llegando a la ciudad”
A riesgo de parecer una pelota recalcitrante, decirte que me ha encantado este prólogo. Gracias por plasmar con palabras los que para muchos (aunque menos de los que debieran) significa viajar. Porque viajar no es hacer turismo.
Yo tampoco entiendo la gente que no tiene ningún interés en moverse. A mí me entra el agobio de pensar cómo pasa el tiempo y lo poco que a mi gusto viajo (como todos, límite económico, trabajo, etc). Pero desde que gano dinero siempre tengo algún viaje en mente. Londres me fascinó y para este verano una rutilla por Alemania que acabará en Berlin, ciudad que visité durante las Navidades de 2005. Si de por sí la ciudad es una maravilla y rezuma historia por donde pisas, imáginate verla cubierta de nieve. No era difícil transportarse a otras épocas, que se mezclaban entre sí. Tengo ganas ya de ir otra vez porque mi primera estancia fue corta y con mucho frío, y me quedé con ganas. Así que voy a leer enterito tu diario sobre Berlin, para pillar ideas.
Vale…comenté donde no era…