Recuerdo que en un pasado ya lejano el pinche guey del Doverinto me exigió y me demandó que hablara de la película de hoy, que no estaba en la cartelera, pequeño detalle que a él se la sudaba. Finalmente la peli llegó a los cines, aunque con poquísimas sesiones y el fin de semana pasado reservé para ir por la mañana y el viernes, mirando mi agenda, me dio la impresión que había algo mal porque tenía bloqueadas casi cuatro horas en el cine y se me ocurrió mirar el tráiler y la información y resultó que esto dura tres horas y media, aunque creo que eso incluye los quince minutos de pausa forzada que hubo en la pantalla. La película se titula The Brutalist y en España se estrenó en enero con el título de El Brutalista, que hace una referencia clara a ese dicho tan conocido que dice que truscoluña no es nación.

Un julay panoli es el caprichito de un capullo ricachón.

Resulta que un panoli judío húngaro o algo así escapa durante la Segunda Guerra Mundial a gringolandia y allí acaba en un poblacho con su primo, aunque este pronto lo echa de la keli porque a su mujer no le gusta el tipo y dice que la ha acosado. El chamo se hace amigo de un negro y los dos se hacen drogadictos de heroína, que es algo como muy guay. Un día, un ricachón lo contacta porque el trabajo más espectacular que hizo para su primo le gustó mucho y lo quiere contratar como arquitecto y traer a su familia a gringolandia. El chamo empieza a trabajar para este pavo en la construcción de un gran centro cultural con un edificio icónico y eso, pero vamos, que también hay algunas movidas por ahí.

Esta es la biografía inventada de un arquitecto que nunca existió y que al parecer, su estilo era el que da nombre a la peli, que de eso me enteré yo mismamente hoy cuando le pregunté a la Inteligencia Artificial por qué coño la película tenía ese título si no venía a cuento de nada. La historia está fabulosamente contada por Brady Corbet, que también la dirige. Es una película sólida y en la que el director eligió un punto determinado para provocar una pausa con un contador de quince minutos, aunque personalmente creo que no lo tenía que haber hecho y también creo que podría haber cortado unos cuantos minutos por aquí y por allí y bajar la duración a las tres horas sin grandes pérdidas. Adrien Brody está fantástico como el judío arquitecto con una nariz gigantesca. Siempre que está en pantalla brilla, aunque el sorpresón lo da Guy Pearce haciendo del ricachón y recordándonos a todos que puede ser un grandísimo actor de reparto. Personalmente, Felicity Jones como la hembra en silla de rueda no me interesaba demasiado, era más bien como un florero. La música de la película es impresionante, tiene una banda sonora fantástica y que en muchos momentos, cuando la oyes, mejora las escenas. La película perdió un poco de fuelle en el epílogo, que no aportó nada y que es la razón por la que tiene la puntuación que tiene, yo me lo habría ahorrado y esto sería un clásico.

Si eres un miembro del Clan de los Orcos, no seas totorota y evita cualquier cine en el que la veas. Esto es cine por y para los sub-intelectuales con GafaPasta, que están obligados a verla.