El cantarraco del cisne


Ahora que estamos todos hiper-mega vacunados y nuestros chips de 5Gé funcionan a pleno rendimiento, ayer aprovechamos para volver al café Cartouche a comer costillas, algo que no hemos hecho en algo más de un año. Suponía también mi primera visita a un bar/restaurante/pub desde el veinticinco de julio del año pasado, cuando mi madre nos obligó a ir a un restaurante por su cumpleaños y todos pensamos que moriríamos allí, sobre todo porque el concepto del metro y medio en los restaurantes españoles está tan desarrollado como en los holandeses y lo normal es que la distancia de culo a culo sea siempre, siempre, siempre, inferior a los quince centímetros, que quizás en otro universo es lo que manda la ley pero en este en el que nos ha tocado padecer el virus podemita y truscolán, se queda ciento treinta y cinco centímetros demasiado cerca. Elegimos el domingo sabiendo que ese era el día menos popular del Cartouche y de hecho, fuimos los únicos que teníamos mesa reservada y en su interior nunca hubo una cantidad de gente superior al veinte por ciento de la capacidad del local y como las mesas están pegadas al suelo y a la pared y no había nadie en la anterior y la posterior, hasta logramos mantener la distancia de seguridad.

Yo salí con muchísima antelación de mi casa para ir a coger el tren en la estación de Utrecht Centraal, regresando a Hilversum. Entre las razones para hacerlo estaba una tromba de agua que llegaría justo en el momento en el que debería salir de mi casa y que quería buscar algo que solo se consigue en Hilversum. Resultó que llegué a la estación cinco minutos antes de lo previsto y hasta pillé un tren anterior al que tenía planeado, con lo que el viaje a Hilversum ya me llevaba bastante adelantado. En el tren, por supuesto, un diez por ciento se ponen la mascarilla en la mandíbula porque todos sabemos que es por donde se te pega el virus y hasta los había que entraban sin ninguna y después de un rato, se daban cuenta y se la ponían. Al llegar a Hilversum caía en ese instante una tromba de agua, algo que se ha convertido en lo normal en este verano neerlandés, en el que hay un sol que raja la arena y de repente llega una nube gris obscura casi negra, cae una cantidad ingente de agua durante cinco o diez minutos y después sale el sol como si allí no hubiera pasado nada. Me esperé en el vestíbulo de la estación a que escampara y puedo confirmar y confirmo que era la única persona usando la mascarilla, aunque según la norma, es obligatoria en estaciones y en el transporte público incluyendo las paradas de guaguas, metro, tranvía y similares. Mi misión secreta era para pasarme por uno de los supermercados porque en Hilversum, en la mayor parte de la ciudad, la gente no tiene contenedores para el reciclado del plástico, latas y tetrabriks y en su lugar, el ayuntamiento les da gratuitamente unas bolsas grandísimas que vienen en rollos y yo siempre me las llevaba desde allí para poner en mi cubo de la basura para el plástico y así no tengo que salir un puñado de veces al día para tirar los productos a reciclar en mi contenedor. Cuando dejé de ir a Hilversum arramblé con un montón de rollos de bolsas y en la actualidad estaba en el último, así que fui a un supermercado en el centro de la ciudad y descubrí horrorizado que el expositor en el que los dan estaba vacío. Seguí hacia el siguiente supermercado y en ese directamente no los dan, así que incrementé el ritmo del paseo y llegué al tercer supermercado y allí pude pillar dos rollos, que debería ser suficiente para aguantar al menos medio año. Después y ya que estaba en un recinto para adquirir materias primas para cocinar y tenía mi lista de la compra para el día siguiente en mi telefonino, compré lo que necesitaba y regresé a la zona en la que está el Cartouche controlando las bicicletas de la ciudad para hacerles foto si era preciso. Habíamos quedado a las cuatro y media y mis amigos llegaron exactamente a las cuatro y media, con esa puntualidad que asusta a algunos de mis amigos españoles cuando quedamos y yo llego con precisión que se puede medir en nano-segundos. De los tres, hay uno que aún no está vacunado, así que le prometimos que iremos a su funeral si lo matamos, que ahora que he leído que los vacunados pueden transmitir el virus también con saña, yo ya no me privo de toser a la cara de la gente en el transporte público, en el cine o donde me cuadre, que si ellos eligen estar a menos de un metro y medio de mi, yo elijo donarles mis virus.

Las costillas estuvieron deliciosas, como siempre, aunque la conversación fue un poco macabra. Hacer un par de meses, en junio, uno de los amigos de ellos, de los del grupo que se criaron juntos y fueron a la escuela juntos y tal y tal, se quemó con gasolina en su coche, o eso que podemos definir como un suicidio sin derecho a entrada en el cielo. El evento los ha traumatizado a todos ellos. Yo no conocía al chamo, pero sigo pensando que puesto a acabar con tu vida, se me ocurren cien maneras menos crueles contigo mismo para finiquitarte, comenzando por una manguera desde el tubo de escape al interior del coche y mueres durmiéndote y sin sufrir, que lo de rociarse con la lata de gasolina, meterse en el coche y prenderse fuego, eso suena a demasiado estresante y doloroso. Como el chamo lo hizo enfrente de una casa con timbre con cámara, resulta que hasta hubo vídeo del evento que permitió a la policía catalogar el suceso como suicidio porque se vio todo el proceso perfectamente. Mis amigos le dan vueltas al tema y le dan más vueltas y lo rumian como las vacas la hierba y lo vuelven a rumiar y ninguno se lo puede creer, pero estas cosas hay que tomarlas como vienen.

Tras la cena nos tomamos una cerveza en un local cercano que es muy abierto y después nos despedimos, volviendo cada uno a su casa, ellos con sus bicicletas y yo primero en tren y luego en bici. En el tren, un chamo entró sin mascarilla, por olvido y se lo recordé sutilmente tirándome un bufo que casi lo mata, que un par de días antes había cenado alubias con chorizo y llevaba todos esos gases mortales de necesidad dentro. Si hubiese ido equipado apropiadamente, no se habría enterado de mi sutil ataque gasístico, el cual, como se sentó en una zona en la que solo estábamos los dos, supo perfectamente quien fue el perpetrador. En Utrecht pensé que me enchumbaría (en canario, ensopar, empapar de agua) pero conseguí llegar a mi casa seco y el diluvio comenzó un cuarto de hora más tarde. El problema de mi promiscuidad en las redes sociales es que ahora otro lo ha visto y ya están organizando otra visita con otro grupo al mismo lugar y con el mismo objetivo, con lo que tendré que repetir el cantarraco del cisne, que yo doy por supuesto que habrá una nueva variante que os matará a todos.


6 respuestas a “El cantarraco del cisne”

  1. ¿El cantarraco del cisne?
    Ni idea de lo que es eso…
    Esa forma de suicidio con la manguera en el coche, me lo has plagiado totalmente… 🙂
    Salud

  2. Eso es porque no me has oído cantar, que en mi caso es graznar, por eso, en lugar del canto del cisne, que es una expresión que viene incluso desde antes de los griegos y es tan falsa como truscoluña, que no es nación, lo mío es más bien el CANTARRACO del cisne.

  3. Pastillitas! te duermes tipo bebé y listo…. bah, tienes razón, mejor dejar este tipo de conversaciones…

  4. Pues no veas lo bien que yo sigo cantando, es una cualidad casi tan excelsa como mi proverbial modestia… 🙂
    Salud

  5. Jooooder, el pavo se ha suicidado a lo grande, nada que saltar al vacío, nada de tirarse a la vía, a lo grande, sufriendo de la peor manera. Supongo que los suicidios se dan en personas depresivas, yo nunca me suicidaría, es como algo que mi cerebro no podría procesar. Pero si un día estoy terminal lo mejor es subir al monte al atardecer y plamar de hipotermia.

    Y cuidado con las chuletas esas que ya estoy viendo tu incipiente barriguita cincuentona jojojo