El déficit que yo no veo


Las malévolas estadísticas meteorológicas dicen que en los Países Bajos, en lo que va de año tenemos un déficit de lluvia de ciento sesenta milímetros calculado a día de ayer. Ya de entrada, la palabra déficit, que hasta en español suena a algo negativo y posiblemente truscolán, es tekort, como si hubiese cuchillos de por medio y gracias a esa coña holandesa de pegar palabras para crear conceptos, le pegan por delante la palabra para precipitación de lluvia, que es neerslag y tenemos que vivimos en un neerslagtekort que no veas, o eso dicen. La experiencia dice otra cosa, dice que ya no llueve, ahora nos baldean con una saña que no veas, que yo puedo asegurar y aseguro que los ciento sesenta milímetros que no saben donde están me deben haber caído a mí. De mis dos veces por semana para ir a correr, con suerte estoy haciendo una y del cine ni lo cuento, reservo ocho películas en una semana y rezo para poder ver al menos tres. El pantalón de lluvia me lo pongo hasta como pijama, vivo con él puesto y lo de caminar a la hora del almuerzo se ha convertido en caminar en un centro comercial a la hora del almuerzo o caminar alrededor del edificio para poder correr de vuelta cuando nos tiran el primer balde.

El miércoles, antes de salir para ir a la clase de italiano con mi fastuosa bicicleta eléctrica, miré la previsión y parecía que no llovería hasta después de mi llegada pero por si acaso, me plastifiqué y fue todo un acierto porque el último kilómetro fue como si un camión de los bomberos estuviera ensañándose conmigo con uno de sus cañones de agua y yo tuve relativamente suerte porque llegué a tiempo, los que llegaron en los minutos sucesivos, entraban en la clase como recién salidos del mar. Cuando acabó la clase, los programas que usamos para mirar la lluvia estaban desbocados, todos indicaban que lo que estaba por venir sería dantesco, así que me condomicé totalmente y regresé a mi casa mientras me tiraban baldes de agua, creo que atropellaron a un tipo que se saltó un semáforo rojo en bici aunque no lo sé seguro porque yo no me paré porque con el chubasquero, la visión es como la de los caballos, solo pa’lante y nunca lo sabré pero si escapó, escapó por milímetros porque venía de cabeza hacia el coche que estaba a mi izquierda y que arrancó al mismo tiempo que yo cuando el semáforo se puso en verde. Al llegar a mi casa, mi chaqueta, una de marca de las buenas, mi chaqueta que me costó doscientos leuros y que dicen que aguanta una columna de cinco metros de alto de agua sobre la misma sin que cale, estaba mojada por dentro, tenía ambas mangas totalmente mojadas, con lo que deduzco que me cayeron seis metros de columna de agua o quizás más y al día siguiente tuve que usar otra porque lo último que me apetecía era ir a trabajar con una chaqueta mojada, con lo que la puse del revés y la dejé secándose en la casa. Igual que yo están mis compañeros en la oficina, los de clase de italiano, estamos todos tratando de sobrevivir a estas lluvias, que según la previsión meteorológica serán normales pero que en la práctica resultan espeluznantes, que vas tan tranquilo por la calle y de repente se hace de noche y lo siguiente que sientes es el golpe del agua cuando está tratando de pisotearte. Para hoy mismito decían que habría unas chispitas y no, no han habido unas chispitas, una mierda para el ciego que lo predijo, lo que tuvimos fueron unos garrafones de agua fresca, a diez grados, que te da una alegría que no veas.


2 respuestas a “El déficit que yo no veo”

  1. Unos tanto y otros tan poco…
    Aquí pasa todo lo contrario, dicen que va a caer la de dios es cristo, chuzos de punta, y no cae una puñetera gota ni se desde cuando…
    Salud