El diario vespertino


La semana pasada viví uno de los cambios más brutales de la vida de un julay. Yo era feliz y estaba totalmente realizado como parao, con mis fantásticas rutinas, viendo mucho cine, cocinando y trabajando en el jardín, además de correr y caminar a destajo. Todo eso acabó. Llegó la esclavitud de levantarte antes que el sol y desplazarte a eso que llaman centro de trabajo y pasar allí unas horas haciendo algo muy difícil o imposible de explicar pero que de alguna manera, produce guita, leuros que caen en mi cuenta corriente. Con el cambio, llegó un trastoque brutal de las rutinas, me levantaba antes, salía por patas por la mañana sin ir a correr, que yo llevo años corriendo por la mañana, casi nunca por la tarde, pillaba el tren hacia Bolduque y después la guagua a la oficina, hasta que consiga una bici de segunda mano por allí. Los días se me hacían interminables y al volver, agobiado para ponerme la ropa e ir a correr inmediatamente porque perdemos dos minutos de luz cada tarde y ya pronto me será imposible salir a correr de día.

Todos esos cambios pueden ser más o menos intolerables, pero el que no me esperaba, el que me ha pillado descolocado y me ha cambao la peluca, es la nueva rutina del diario vespertino. Yo era la realeza de la uniformidad en lo relativo al jiñote. Yo me levantaba, me sentaba en el trono y en cuestión de segundos, descargaba allí cantidades dantescas de mielda de la peor, que como no puedo vomitar, todo tiene que salir por ahí. He sido absolutamente regular durante décadas, siempre por las mañanas, hasta la semana pasada. El lunes, me despierto a las seis y media, voy corriendo al trono, adopto la postura del pensador de los julays y nada, que va a ser que no. Al volver a mi casa por la tarde fue cuando por fin conseguí expulsar el vástago, mi última y loada creación. Pensé que era cosa de un día pero el martes sucedió lo mismo, como el miércoles y el jueves. Nunca en mi vida recuerdo haber hecho el jiñote cuatro días seguidos por la tarde, tuve hasta que cambiar la rutina del pesado, que ahora resulta que peso muchísimo menos por la tarde que por la mañana porque no llevo en las entrañas ese nuevo ser que busca el túnel de la luz para conseguir su libertad. El viernes de la semana pasada, como antes de trabajar desde mi keli me fui a correr, al volver como que el ejercicio físico había mareado la caja de la mielda y ese día sí que pude celebrar el jiñote matutino, aunque después de correr, con lo que me arrastré como una lombriz con todo ese peso extra en mis interiores, que tampoco creáis que me estoy encochinando, que a mí la angustia de la nómina me tiene rozando o por debajo de los sesenta y cuatro kilos, vamos, básicamente un cuarto del peso de cualquier comentarista habitual. El fin de semana también conseguí obrar de mañana y pensaba que al menos en lo del jiñote recuperaba mi ritmo de siempre pero ayer lunes, volví a madrugar y el jiñote se negó a salir y tuve que esperar a volver a mi keli, que mi imaginación es muy limitada y no puedo imaginar un escenario en el que yo me vea echando el jiñote en el baño de la oficina, que hay muchos que lo hacen y no voy a señalar ni denunciar públicamente, pero que sepáis que soy consciente que lo hacéis. Esta mañana fue igual, calculo un tiempo extra para tener un jiñote en calma y como no sucede, acabo saliendo de mi keli antes de tiempo y llegando a la estación antes de tiempo y pillando un tren antes del que pensaba tomar y termino en la oficina antes de tiempo, que todo esto es como una cadena en la que si me falla el jiñote matutino, acabo en la oficina antes de tiempo. Después al volver, según paso con el tren a toda velocidad junto a mi keli, mi cuerpo lo detecta y el jiñote empieza a empujar para nacer y esa presión aumenta y aumenta y para cuando voy en la bicicleta, ya no es que tenga miedo, es que tengo un terror cerval a tirarme un peote por si pierdo el contro de la situación y acabo anegado de mielda. Cuando llego al jardín, el jiñote duplica sus esfuerzos por salir y al entrar en mi keli es que hasta mi cerebro se detiene y solo puedo pensar en una y solo una cosa, llegar al trono como sea y soltar unos jiñotes que cualquier día se me escapan del retrete de los gigantescos que son.


2 respuestas a “El diario vespertino”

  1. Si se entera el putín, te contrata tus jiñotes como arma secreta, con unas pequeñas modificaciones pueden ser mortales de necesidad… 🙂
    Salud