El fin de semana de Pascua


El viernes salí de mi casa cargado como una mula. A mis espaldas llevaba una mochila petada hasta arriba de cosas. No iba a volver a mi casa hasta el sábado por la noche.

Después del trabajo dejé mi bicicleta en el aparcamiento vigilado gratuito que hay cerca de la estación de Utrecht Centraal y tomé otro tren para ir a Woerden, en donde me esperaba mi amigo el Rubio con dos de sus hijos. Fuimos todos juntos a su casa parloteando en el coche y cuando nos juntamos con su esposa y su hija más pequeña comenzó realmente el fin de semana lúdico. Jugamos, reímos, charlamos y comimos con todos sentados en la mesa enorme que tienen y viendo como la lluvia golpeaba en las ventanas. Por una vez y sin que sirva de precedente conseguí escaquearme y que fueran los padres los que acostaran a los chiquillos y para cuando volvieron de tan ardua tarea, casi me pillan echándome una siesta tras cocinar unas magdalenas.

Comenzamos bebiéndonos una cerveza Tripel que le habían regalado a mi amigo y después bajamos un par de grados para no terminar destrozados. Nunca dejará de asombrarme lo fácil y natural que resultan las cosas a mi alrededor, la sensación de estar en familia que envuelve a mis amigos. Pasada la medianoche nos hicimos las fotos de rigor, siempre del mismo tipo, siempre en este tipo de sesiones en las que me hospedo en su casa. Tengo casi diez años de esas fotos en las que se puede ver como hemos ido mejorando con el tiempo. Sobre las tres de la mañana dimos por terminado el evento y después de lavarme los dientes me fui a dormir.

Me desperté alrededor de las ocho y media y como sabía que ya no volvería a dormirme, me fui a la cocina y me puse a preparar Pannenkoeken. Los chiquillos llegaron quince minutos más tarde para «ayudarme», aunque con esa capacidad para la concentración que tienen te dejan tirado a poco que oyen un ruido en el jardín, ven volar un pato o se distraen con las abundantes musarañas. La más pequeña de la casa ha aprendido a gatear no hace mucho y no se cansa de recorrer la casa de un lado a otro, probándolo todo, intentando abrir todo aquello que tiene pinta de puerta y mirando siempre con gran curiosidad. Sus hermanos la siguen a veces y la enfilan hacia los lugares en los que le esconden alguna cosilla que ella encuentra y que le lleva una sonrisa triunfal a la boca. No cabe duda que es feliz con cosas muy sencillas.

Terminé el desayuno y nos sentamos todos (salvo el padre) a comer. Siempre pasa lo mismo. El prefiere aprovechar para dormir una hora más y me obliga a mi a realizar las diferentes actividades que conducen a la quema masiva de energía por parte de las tres unidades pequeñas. A las once y pico lo vimos llegar, desayuno y después fueron todo prisas ya que nos íbamos a la piscina.

Era la primera vez para la hija más pequeña y no sabíamos si se lo tomaría bien o acabaría echando la jiñada del milenio en la piscina. A esas horas el lugar no está muy lleno y después de cambiarnos nos metimos en una de las múltiples piscinas. Estuvimos una hora en el lugar, tirándonos por los toboganes, corriendo, saltando al agua y haciendo la bomba y una vez acabó todo, dejando que el agua de las duchas se llevara todo el cloro que llevábamos encima.

Todos me acompañaron a la estación para despedirme, con los chiquillos lanzándose para que los bese y el padre tratando de escaparse y esconderse para que no le diera el abrazo de rigor. Fue nuestra celebración del fin de semana de Pascua ya que esa misma tarde conducían al sur del país para ir a ver a sus padres y pasar con ellos el domingo y el lunes. Desde Woerden tomé el tren para ir a Amsterdam a donde llegué a tiempo para ir al cine con mi amigo el Niño. Cuando nos encontramos le di la manó y me preguntó si ya lo odiaba lo suficiente como para no darle un abrazo, si ya no éramos amigos. Todavía recuerdo cuando salía por patas si trataba de abrazarlo y ahora es él quien me reprocha que no lo haga. Tras la primera película nos fuimos al 3 Sisters y pedimos algo para comer, tomamos unas cervezas y volvimos al cine para nuestra segunda película. Después seguimos bebiendo un rato más y nos despedimos, esta vez sí que con un abrazo. Llegué a mi casa muerto y caí rendido en la cama hasta casi las diez de la mañana del domingo, día en que volví a pasar por Amsterdam.

Junto con el mes de agosto, la Semana Santa es uno de los peores momentos para estar en esa ciudad por culpa de los turistas. Está atestada de gente que se para continuamente, camina de forma transversal y pretende que se detenga el universo para que ellos hagan sus fotos. En una de las tiendas un hombre que se encontraba delante de mi no hablaba una sola palabra de inglés u holandés y estaba en un lazo infinito con una conversación absurda. Quería un bocadillo y lo quería caliente y los empleados le decían que aquel era un bocadillo frío pero él no lo comprendía y seguía dale que te pego insistiendo para que se lo calentaran, lo cual quizás fuese posible si tuvieran un horno pero es un local que solo vende bocadillos «fríos». Se lo expliqué, me miró como si le hubiese transmitido el mayor de los secretos y después me pidió que les pidiera que compren un horno para que así la gente pueda comer los bocadillos calientes. La chica que atendía flipaba en colores, al igual que yo.

La celebración de la Pascua es un evento familiar en los Países Bajos. Se hacen comilonas, te encuentras con la familia y compartes un tiempo con ellos. Yo lo hice con mi familia adoptada, esos que llamamos amigos y que siempre están ahí cuando los necesitamos.


3 respuestas a “El fin de semana de Pascua”

  1. Cuando mi peque empezó en la piscina con menos de seis mesecitos, el truco eran pañales-bañador, que no se hinchan y al menos las cacas no salen a hacer largos por el agua.