No parece que esté teniendo mucha suerte este año con las películas nominadas a los Oscars y a la hora de hacer la quiniela, como esto siga así, tendré que votar usando el criterio del menos malo porque de lo que llevo visto en estas semanas previas, no acaba de gustarme ninguna película y de hecho, no he repetido con ninguna de ellas y prefiero no ir al cine a pasar dos horas allí sabiendo lo que está por venir. Hoy llegamos a Green Book, que creo que tiene una purriada de nominaciones y que se estrenó en España la semana pasada con el mismísimo título porque al distribuidor le dio pereza imprimir los más apropiados de truscoluña no es nación.
Un julay julandrón con un color marrón obscuro casi mielda se va de paseo culocochista con un chuloputas.
Resulta que un gorila de discoteca para viejunos tiene unos meses sin trabajo porque van a renovar el local y lo contrata un mariquita negro, o quizás sea más apropiado calificarlo como negro mariquita, pero vamos, que da igual el orden de las palabras, que le priva culiar y si lo ve un poli, lo primero que hace es llevarse la mano a la cartuchera para prepararse para matarlo. Resulta que el julandrón va a hacer una gira tocando el pi-ano por los estados del Sur de gringolandia y quiere un conductor que lo mueva y aspira a que también le mueva otra cosa más bien pa’dentro. El conductor es racista, misógino, homófobo, sociópata, sicópata y todo lo demás y en los meses que pasarán juntos se harán como más mejores amigos, eso sí, poniendo el culo contra la pared por si acaso el otro tiene alguna idea equivocada. En la gira, además de profundizar en la amistad (pero sin chicha), veremos la alegría y cosa buena de ese racismo que ellos dicen que no existe pero se puede ver perfectamente, muchísimo más fácil que a los ovnis y los fantasmas.
Esto empieza con los gangster en Nueva York y la vidilla que había en los locales en los que se movían y de repente y sin saber ni como, estamos en la casa del julandrón que es como la chabola del príncipe de Zamunda, con cachos de animales colgados y el tío pretendiendo darse unos aires que ni pa qué, que es salir en pantalla y ya le tienes manía, por más que sepa aporrear el piano. Cuando por fin se ponen en carretera, básicamente tenemos de nuevo la película aquella de la vieja Miss Daisy a la que paseaba el negro aquel, pero del revés y y con la Miss Daisy equipada con aleta de tiburón, como la Veneno, aunque sin la gracia de aquella. Hasta que llegamos al segmento final, es iteración tras iteración de llegada a ciudad, problemas varios e impactar al populacho local con su virtuosismo. A mí terminó por aburrirme tantas dosis de más de lo mismo y habría cortado sin ningún problema media hora de película. Tras el último espectáculo, que fue el único que no salió como debería, regresan a casa y acaban todos juntitos y revueltos en una especie de final feliz definitivamente que no es como la vida misma.
Tampoco ayuda que el protagonista es Viggo Mortensen y para mí, sobreactuó un rato largo y está totalmente fuera del control del director, aunque claro, después de hacerse truscolanista no me extraña nada y quiero que sepa que mi voto en la quiniela no lo tendrá porque yo soy así de generoso. Del otro, el finolis, un tal Mahershala Ali puedo jurar y juro que aunque aparece en varias películas que he visto, no me sonaba para nada.
En fin, que esto provocará la somnolencia instantánea a los miembros del Clan de los Orcos. Quizás mole a algunos sub-intelectuales con GafaPasta pero en mi caso, no funcionó y se quedó como una película más bien modosita.
3 respuestas a “Green Book”
Pasando…
Salud
Pues ahora me has fastidiado. Esta semana una amiga la ha ido a ver al cine y le encantó, y ahora tú le das un cutre-seis? Porras. Decidíos!
Yo es que esto de negro y blanco en los sesenta en el sur de los Estados Unidos ya lo tengo muy visto