Hijo de las mareas


Ya lo cantaba la pava aquella con un chamo al que le molaba la luna. Yo soy parecido, pero en lo relativo a las mareas. Hoy era mi primer día de buceo en el Parque Nacional de Komodo y comenzábamos a las seis y cuarto de la mañana, con lo que todos sabemos de una que no podría hacerlo. Yo me levanté hasta cinco minutos antes que la alarma, me afeité, me eché el jiñote, que en estos lares es de esos en los que el papel se lo dejas de recuerdo en una papelera para la pava que limpia porque si no se les tupe el pozo negro y dicen que son siete años de mala suerte de la peor, con descubrimiento de familiares truscolanes de por medio. Antes de salir no comí nada porque me habían dicho que nos tenían el desayuno preparado en el barco, que es de esos de puro lujo María y efectivamente, crepes, huevos revueltos, pan, fruta y más cosillas.

Salíamos temprano porque íbamos a un lugar más alejado y como nosotros ya estamos a mitad de camino, llegamos antes que la gente que va desde Labuan Bajo y pillamos los lugares tranquilos. Nuestro primer punto de buceo era un lugar para ver mantas, también conocido en indonesio por Karang Makasar, que todos sabemos que se puede traducir al español perfectamente por truscoluña no es nación. Esta era una inmersión dejándote llevar por la corriente, que es bastante intensa y con el fondo más o menos plano. Vas pasando las cosas y no hay muchas oportunidades de detenerte pero en el camino vimos un tiburón de punta blanca, un delfín, una manta, meros, peces ballesta, peces araña, escorpión, rana y mil millones más que no me se el nombre. Al llevarte la corriente para mi es muy relajado y salí con una hartada de aire. Buceaba con un francés y el guía indonesio. Después de una hora de tomar el sol y un tentempié, llegamos al segundo lugar, llamado Crystal Rock y que es una roca sumergida, en inglés suena a pináculo, así que Genín que estudió las lenguas me puede corregir y le echamos la culpa de mi ignorancia a Virtuditas por Culocochista. Esta es, según me dijeron, una inmersión muy difícil y solo al alcance de seres obviamente superiores, como el Elegido, la cosa es que alrededor de la roca sumergida hay una corriente brutal y hay que saltar del barco y bajar disparados hasta veinte metros de profundidad y allí ponen un gancho, te agarras y a disfrutar con el espectáculo, con miles y miles y trillones de peces en aquel lugar, con unos cinco tiburones de cola blanca, peces ballesta y de todo, de todo y mucho más. Es como ver un documental de la National Geographic pero en un cine con IMAX y dolby épico, aquello es una orgía visual y tengo vídeo. Despúes el Dive Master iba moviendo nuestros ganchos a menos profundidad y tras una media hora, soltamos y con muchísimo cuidado para evitar una corriente horrenda que hay allí y que te lleva al fondo, seguimos pegados a los corales. Claro, como yo soy como la Sirenita pero en bello, yo me muevo sin problemas. Salí del agua requeteflipando y afuera nos esperaba el almuerzo, algo tan necesario en la vida del atleta de élite. Después me fui a tomar el sol y adelantaron la tercera inmersión porque nos dijeron que al ser las mareas después de la luna llena o nueva, que no lo sé muy bien cual, son fortísimas y la tercera inmersión era la guinda en nuestro currículum de élite total y tal y tal. El lugar se llama la Caldera, está entre dos islotes en los que por la corrientes fortísimas, se ha hecho una caldera en el medio. Según la marea, la corriente va en un sentido o en otro. Ahí, cuando estás sobre la caldera a punto de salir, el Dive Master se engancha con un garfio y te espera, tu te agarras al garfio, exactamente en el borde, y que sea lo que Dios quiera porque en ese lugar el agua sale con una potencia brutal y es más bien como una montaña rusa o un caballo desbocado. El agua era tan fuerte que no puedes girar la cabeza, casi no puedes mover las manos, sobre todo si te despegas del fondo del borde exterior de la caldera. Delante de nosotros un tiburón esperando que pasara un pez en apuros para comérselo. Fue alucinante y cuando lo dejamos, depués de unos veinte minutos, la corriente nos llevó casi un kilómetro hasta que nos salimos de la misma en una bahía. y durante todo ese tiempo, básicamente buceas como si fueras Súper-man volando, vas a una velocidad que si te tiras un peíto, lo güelen los que van dos kilómetros más adelante. En el tramo de salida, ya más relajados, vimos otra cantidad brutal de peces.

Como estábamos bastante lejos la vuelta nos tomó unas dos horas que aprovechamos para tomar el sol y comer galletitas. Al regresar, yo quería y una pareja de españoles subir a la montaña detrás del complejo, pero faltaba una hora para la puesta de sol. Salí por patas por allí pa’rriba con las cholas Moisés y la cámara de fotos y el telefónico y una botella de agua y el agua se quedó a medio camino porque aquello era una escalada brutal a más de treinta grados y sin camino. Llegúe hasta el punto más interesante para hacer la foto y después bajé. Los españoles llevaban zapatos de montaña pero solo subieron cinco minutos más porque se arriesgaban a quedarse sin luz en la bajada. Llegué a la habitación muerto (encontré y recuperé mi botella de agua) y en la habitación de al lado había una pava en el suelo, con una vela encendida metida en el orejón, algo que me han dicho que es para sacarte la cera de la oreja. Gracias a Dios yo soy de tierras más avanzados y usamos unos palillos con unas bolas de algodón. Después de ducharme, lavé mis gallumbos y camisetas sucias para que la otra no se deje la lengua negra a criticarme y bajé al comedor y sala común, en donde llené mi diario de buceo y participé en la tertulia antes de cenar y después de cenar. A las ocho ya estábamos todos tan cansados que nos habíamos ido a nuestras habitaciones.

Y así transcurrió mi primer día de bueo en el Parque Nacional de Komodo.

El relato continúa en El Julay de las Mantas

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Una respuesta a “Hijo de las mareas”

  1. Bueeeeeeno, al menos uno que conoció el jabón un día!
    Con respecto al buceo, parece simplemente maravilloso.