Ir y volver a Gran Canaria


Hace un par de semanas, mis niveles habitualmente altos de stress alcanzaron un máximo histórico. En unos días, trataba de ponerme al día con todos los asuntos pendientes de mi trabajo, organizaba el fin de semana ya que venía uno de mis amigos alemanes a visitarme y me compraba los billetes para ir a Gran Canaria a pasar unos días. Esa semana rendí al doscientos treinta por ciento, con jornadas larguísimas que comenzaban a las seis de la mañana y acababan pasada la medianoche. Para cuando llegó mi amigo alemán, todo estaba más o menos listo y el día y pico que pasamos juntos fue memorable. Su boda es la única que creo que hay narrada en esta bitácora y si queréis leer la historia, tendréis que rastrearla allá por el año 2004 en los ingentes archivos y lo que leeréis es un texto que escribí en el año 2001.

El sábado, después de que se fue, hice la mochila y pasé el resto de la tarde bobeando y en algún momento decidí que no merecía la pena acostarme ya que el único avión que conseguí para ir a Gran Canaria salía el domingo a las cinco y media de la madrugada. Esa noche, después de las dos y media, pedaleaba por las calles de Utrecht camino de la estación. Parecía un conductor sobrio en una carretera en la que todos los borrachos van en dirección contraria ya que me cruzaba continuamente con gente de mirada vidriosa que regresaba a casa después de haber pasado varias horas bebiendo. Algunas bicicletas seseaban escandalosamente.

Aparqué en el aparcamiento de bicicletas vigilado de la estación, compré mi billete y bajé al andén a tomar el tren nocturno de las tres y siete hacia el aeropuerto. La fauna que estaba en el lugar en ese momento se dividía entre los que como yo iban de vacaciones y los que regresaban a Amsterdam o iban hacia Rotterdam y la Haya tras haber estado de copas por mi ciudad. El tren salió en hora, repleto de gente borracha que o dormitaba o hablaba con sus amigos a grito pelado, ya que por alguna extraña razón, los borrachos son incapaces de controlar el volumen de su conversación. El tren nocturno para casi un cuarto de hora en la ciudad de Amsterdam y no fue hasta las cuatro que llegamos al aeropuerto. Fui directamente hacia el control de seguridad, viajando sin facturar equipaje y mi mochila saltó todas las alarmas. Los nueve tubos de pastilla para mi madre fueron la sensación y los vigilantes seguro que fliparon pensando que alguien de una estupidez extrema pretendía pasar un cargamento de droga por delante de sus narices. El otro objeto que provocó un chequeo exhaustivo de mi mochila fue la maquinilla de afeitar, o más bien la base en la que se conecta la hoja, ya que no llevaba las hojas y prefería gorronearle alguna a mi padre.

Una vez superé este obstáculo, el resto fue ir a la sala de espera y sentarme a jugar con el iPad mientras el tiempo iba corriendo lentamente. Un montón de gente dormitaba a mi alrededor. Antes de las cinco comenzó el embarque y encontré mi fila y asiento sin problemas. A mi lado se sentó una pareja a la que ninguneé siguiendo la rutina tradicional.

En esta ocasión, mi búsqueda de vuelos baratos me llevó a comprar la ida con Transavia y el regreso con Ryanair, saliendo desde el Aeropuerto de Schiphol (Amsterdam) y regresando al de Eindhoven. Una combinación exótica y que unida a no llevar equipaje facturado resultó en un billete de precio ridículo. La búsqueda de billetes de avión barato es todo un arte en el que muy pocos logran graduarse. Me dormí antes de que cerraran las puertas y para cuando me desperté ya llevábamos dos horas en el aire y estábamos a medio camino. Después de eso maté el resto del tiempo jugando y viendo episodios de series en el iPad y por la mañana aterrizaba en Gran Canaria. Al parecer tuvimos un retraso de media hora en el despegue porque las máquinas que usan para cobrar las ventas no funcionaban y tuvieron que cambiarlas. Todo ese esfuerzo resultó en vano ya que ni compré nada ni me preocupé lo más mínimo por mirar las revistas con lo que ofrecen que pusieron en el bolsillo de delante de mi asiento.

Ya en Gran Canaria, vi a unos, quedé con otros y no llegó a cuajar e incluso tuve algo de tiempo para ir a ver dos películas al cine y pasar unas horas en la playa. Regresaba el sábado por la mañana, de nuevo volando muy temprano, aunque en esa ocasión sí que me acosté a dormir y me levanté a las cuatro y media. Un taxi me recogía quince minutos más tarde y en la rotonda que hay muy cerca de la casa de mis padres nos encontrábamos con un coche empotrado en la misma y otro de la policía tratando que nadie más se estampara en el lugar. Son los riesgos de llevar una máquina de más de mil kilos bajo los efectos del alcohol. La mujer que conducía el taxi amenizó el trayecto con todo tipo de historias truculentas con los accidentes que le habían sucedido en sus veinte años conduciendo. Me dejó en el aeropuerto a las cinco, crucé el control de seguridad y en esta ocasión me obligaron a abrir la mochila para ver las porras que llevaba dentro y que resultaron ser las barras de fuet. El embarque comenzó a las cinco y media y a las seis y un minuto el avión corría por la pista y saltaba al aire alejándose de Gran Canaria. Delante de mí se sentaron tres rusos (o polacos) y durante las cuatro horas y media del vuelo no pararon de comprar alcohol y para cuando íbamos a aterrizar, estaban tan aturdidos que el azafato tuvo que ponerles el cinturón de seguridad no sin antes hacerles unos tocamientos. Otros dos tíos en la parte trasera del avión demostraban que la teoría de la evolución es auténtica y que ellos son la viva imagen de lo mucho que hemos cambiado, ya que o eran subnormales profundos o sus cerebros funcionan a otro voltaje.

Al llegar al aeropuerto de Eindhoven salí buscando la salida del mismo y me perdí en unas obras que no debe hacer ni dos semanas que empezaron. Cuando di con ellas fui hasta el autobús 401 y me senté a esperar los cuatro minutos que faltaba para su partida. Diez segundos antes de cerrarse las puertas llega un tipo y le dice al conductor que su familia está recogiendo las maletas y que debía esperar. El hombre le echa su mirada de mayor desprecio y le dice que hay otro en quince minutos, cierra la puerta y nos vamos. En la estación de Eindhoven me esperaba el tren que me llevaría a Utrecht y una vez en la ciudad, busqué mi bicicleta y la rueda trasera estaba sin aire. Le puse allí mismo y salí hacia mi casa, aunque cuando me faltaba un kilómetro ya estaba claro que la falta de aire era debida a un pinchazo y tuve que caminar el resto del trayecto. Alrededor de la una de la tarde llegaba a mi casa, cansado pero sabiendo que lo peor que podía hacer era acostarme, así que después de un rato por mi keli, cogí a la Dolorsi y me fui al cine a ver una película. Esa noche dormí como un bellaco, casi diez horas.

Bicicleta > Tren > Avión > Taxi > Taxi > Avión > Guagua > Tren > Bicicleta, una curiosa combinación para saltar más de tres mil cien kilómetros hacia el sur y regresar unos días más tarde al punto de partida. Este año, ya sumo treinta y nueve mil ochocientos kilómetros volando, prácticamente una vuelta al mundo. En un par de semanas sumaré casi setecientos cincuenta más.

Algún día podré contar una batallita sobre como estuve en el país justo antes de que despertara de un largo sueño de primavera y descubriera que los años de tirar el dinero habían acabado y sus primos europeos habían tenido que intervenir para tratar de salvar algo que parece insalvable. Seguro que ese día, políticos y banqueros siguen en la parte superior de la pirámide ya que esos sí que saben como sobrevivir y siempre habrá tontos que les den su voto.

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5 respuestas a “Ir y volver a Gran Canaria”

  1. Sí??menudo follón se está montando con el famoso ?rescate??. No sé cómo lo vives tú, desde Holanda, pero yo (desde aquí) estoy en un sin vivir. Estoy dudando entre irme a una isla desierta, o filtrarme en ésa parte superior de la pirámide.
    Una preguntita de nada: ¿Cuántos días de vacaciones tienes al año?… Es que entre los de Vietnam, los de Canarias, y los que supongo que aún te quedan hasta acabar el año, no me salen las cuentas.

  2. No me hables, que desastre de país, y cuanto pendejo votando…
    Ese último párrafo tuyo me ha estremecido, pero que razón tienes…
    Salud

  3. De vuelta de viaje, me espera la triste realidad, todo el mundo mosqueado en el trabajo, bajada de sueldo prevista, eliminación de días de vacaciones, etc., etc., y los políticos pidiendo ipad e iphones, qué bonito. De este año no pasa que empiece a estudiar alemán, es el futuro. Un saludo y besitos a todos. Por cierto, qué bonitas te han quedado las fotos de mi Sevilla.

  4. huitten, mis vacaciones son en días laborables y las puedo ubicar o partir como quiera. Creo que en total tengo 43 días laborables si compro los quince a los que tengo derecho cada año. Este año lo comencé con tres adicionales que no gasté el año pasado, así que podría tener hasta 46.

  5. Otra cosa que tendrían que copiar todos los países. 43 días laborables de vacaciones, es una cifra correcta y casi hasta justa (de justicia).