La chamana


El sábado me invitaron unos a migos a una barbacoa de interior ya que amenazaba lluvia y hacía frío con lo que cocinaban la comida en la barbacoa esa que es como un güevo y papeábamos en la mesa del comedor. Como siempre que vienen a mi casa yo los requinto con trece platos, ellos se vengan con un menú similar y la comida se alarga durante cinco horas en las que nunca paramos de comer. Otra pareja que nunca nos invita a su casa porque la hembra dice que ella no sabe cocinar también cenaba y se ponían tibios. Al terminar, la hembra saca de su bolso un aparato super-hiper-mega raro y le acopla una especie de antena como las de televisión de las de antes pero en pequeñito y anuncia que se va a poner a medir las radiaciones en la casa. Yo alucinaba en colores. Lo primero que hace es apuntar hacia mi y aquello pita que no veas, así que le confirmé que yo voy al infierno seguro y que si sigue apuntando a mi extra-esplendoroso paquete, que igual me va a estropear el teléfono que lo mantengo ahí para que además de navegar por Internet sirva para impresionar al populacho. Después empezó a moverse por la planta baja de la casa y en algunos sitios se oían unos pitidos y ella deducía que eran ondas de teléfono o de alguna otra cosa y yo se lo rebatía y le decía que eso eran espíritus pasando y algunos quizás hasta malignos que en Málaga me dijeron que hay que poner piedras blancas en todos los sumideros de tu casa para evitar que los malos espíritus que van por el alcantarillado te entren en la keli. La mujer de mi amigo Sergio lo hizo sin que él lo supiera y casi me mata cuando le comenté después de ducharme que creía que estaba re-poseído por algún espíritu maligno truscolán que había pillado en la ducha porque no había piedra blanca allí para repelerlos. Volviendo al tema, la chama se ofreció a hacer una revisión de las plantas superiores de la casa y todos la seguimos fascinados. Llegamos a la primera planta con los dormitorios de las niñas y ella buscando ondas místicas, que encontramos cerca de la cabecera de la cama de una de ellas y que la experta recomendó solucionar empapelando la zona con papel de aluminio o en su defecto, haciéndole un casco de dicho material a la niña para dormir. En la misma habitación en una esquina, algo malísimo sucedía y ella acusaba al güifi o algo así, aunque allí no hay ningún equipo. El dormitorio de la otra chiquilla estaba limpio de influencias místicas y para-psicológicas. Subimos a la segunda planta y el dormitorio de mis amigos era peor que cualquier zona de guerra en el oriente terrorísticamente-medio. La tele al parecer emite ondas, el teléfono DECT, los enchufes, hasta la lámpara despertador y ni te cuento la sauna que tienen en la terraza. Yo seguía tratando de convencerlo de la existencia de espíritus malignos, maldades sin cuerpo que entran por los desagües, que eso está super-hiper-mega comprobado en España pero no me hacían caso. Cuando acabó la ronda, que más que nada nos sirvió para ver la casa y para comprobar si limpian bien, bajamos al nivel de la calle. Allí fue cuando la cosa se desmelenó.

La que tenía la máquina mística esa para detectar las ondas malignas se puso en el lugar en el que según ella confluían todos los puntos energéticos o algo así. Se despatarró, puso las manos en alto formando una equis, comenzó a hiper-ventilarse y a continuación empezó una serie de ejercicios físicos o algo así que al parecer empujan toda esa energía fuera de la casa. Yo tuve que meterme la mano en el bolsillo, apartar el móvil y pellizcarme los cataplines para no echarme a reír. El resto asistían impresionado a aquel alarde de poderío energético que a mi me parecía más bien una invocación a los sagrados espíritus de Raticulín, de probada existencia y que ya pasaron por España en su día y fueron sensación televisiva. La chama giraba las manos, rotaba el cuerpo y hacía unos ruidos guturales que no se si salían de su garganta o de su orto pero que igualmente eran terroríficos. El marido la observaba fascinado, con esa cara que se les pone a algunos y que se puede definir en este shosho me lo como yo. Los dueños de la casa no sabían ni para donde mirar y en una de esas yo les dije que si lo que necesitan es un exorcismo, que yo soy católico de pacotilla, que los españoles somos como Obelix y al nacer ya tenemos el puesto en el sanedrín católico garantizado y no tenemos ni que ir a misa y les puedo apañar un curilla por un buen precio, aunque también les recomendé que manden a sus dos hijas a casa de los abuelos el día que venga el curilla que en ese oficio el vicio del tocamiento a menores está muy extendido.

Con tanta movida mística, se nos cortó a todos el rollo y acabó la velada. En septiembre creo que vienen a mi casa pero ya le dije a la pava que si me entra con su detector de espíritus le saco los ojos de sus órbitas y se los piso, que mis espíritus se llevan muy bien conmigo y lo último que necesito es revivir el drama de la película Poltergeist en mi keli.

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5 respuestas a “La chamana”

  1. Pero que cosas más raras te pasan. Si yo estoy allí me tienen que sacar en camilla del ataque de risa.

  2. Buah que bueno, a mi me tendrían que sacar con Luis (en otra camilla diferente, Genín, que nos conocemos), y yo que siendo de la tierra de las meigas no sabía eso de las piedras en los desagües!

  3. Yo conocía el tema de las piedras por Venezuela, allí lo usan incluso rodeando una casa con ellas para que no entren los espíritus cabrones y truscolanes y te jodan la vida…
    Salud