La cita esa semestral


Ayer tenía una cita con el dentista que estaba prevista desde noviembre del año pasado. Un montón de gente que conozco tuvieron sus citas canceladas durante los casi dos meses que los dentistas no podían trabajar o las han retrasado porque les daba miedo. Yo soy más de la opinión que la probabilidad de pillar el virus es mil veces mayor yendo a un restaurante y sentándote al lado de una familia de becerros iletrados que no respetan nada que yendo a la consulta de un profesional. Antes de acudir me mandaron un correo con un cuestionario con las preguntas esas chorras que tienes que responder a todas que no y que confirman que estás sano y que son parte de nuestra vida ahora, las mismas que me hacen cada vez que reservo una entrada para el cine. También aconsejaban no llegar muy pronto, justo momentos antes de tu hora. Esta era la primera vez que voy desde mi casa al dentista en años, quizás en una década, ya que lo normal es que al regresar de Hilversum, pare una estación antes, en Utrecht Overvecht y desde allí camino al dentista, que está a unos quince minutos. Quería probar el programa que instalé para las rutas de bicicleta con los mapas ya en el teléfono y según ese programa, tardaría diecinueve minutos, que en realidad fue alguno más por un problema que provoqué yo mismo. El programa, llamado mapfactor navigator, tiene también navegación asistida por voz y me descargué la de español, que es de una pava, aunque creo que se le puede poner que use la voz generada por ordenador de GooglEVIL. Me gusta porque en lugar de soltarte la retahíla del nombre de la calle holandesa mal pronunciado, te dice simplemente si tienes que ir a la izquierda, a la derecha, seguir de frente o similares. El problema fue que después de instalarlo, cuando me pedía la autorización para los permisos, respondí al de usar la posición del GPS solo cuando lo estoy usando y parece ser que cuando el teléfono va con la pantalla apagada, eso no cuenta, así que cada rato dejaba de darme indicaciones y me tenía que parar y encender el teléfono para mirar la pantalla. Por descontado, los permisos para aplicaciones están bien escondidos dentro del Androitotorota y hasta que no volví a mi casa no lo pude arreglar. Aún así, llegué y me sobraron quince minutos, que esperé en la calle. A mi hora, entré y el dentista tenía no solo una mascarilla, también un parabrisas de esos como de moto en la cara y los guantes. Yo no vi a nadie salir así que no debía tener ningún cliente antes que yo y me senté como siempre en esa silla que da pesadillas y que a mí me pone nervioso y lo primero que hace siempre es revisarme los dientes antes de limpiarlos, que también lo hace él porque yo lo prefiero al especialista que solo limpia. El hombre primero flipó con mi barba, que ha provocado dos corrientes entre mis amigos, están los que piensan que es como la del capitán Haddock, el chamo aquel que salía en los comics de Tin Tín y otros la ponen más como la barba de Brutus, el de Popeye. En cualquier caso, es espectacular y la cara cuando la vio lo confirma. Le pongo sus aceititos y todo para que luzca maravillosa. Cuando termina de revisarme los dientes siempre pone cara de disgusto. Yo pienso que lleva años esperando a encontrar algo para poder atacarlo pero es que lo cierto es que sigo con los dientes originales, los que salieron después de los otros de leche y que no tengo ningún empaste, ningún reparo, son el conjunto original y el único trabajo que reciben es el de limpiarlos dos veces al año. Le reproché que ponga esa cara, que no es culpa mía si mi dentadura es fabulosa y fantástica como el Elegido. Después hizo la limpieza, que a mí me pone muy tenso, con ese gancho con el que arranca cosas entre los dientes y esa especie de taladro que no me mola nada, nada. Llevo ya un año que me tomo en serio lo del hilo dental y lo uso prácticamente a diario, con cinco comodines como máximo por mes aunque raramente uso más de dos y tras lavarme los dientes uso el enjuague bucal y aunque al principio pensaba que no valía la pena tanto esfuerzo, la primera vez que me vio después de empezar la rutina me dijo que estaba mejorando mucho y la segunda vez, en noviembre del año pasado, el chamo lo flipó. Cuando terminó, hice una nueva cita para noviembre de este año y en lugar de volver a mi casa, fui al centro de la ciudad para pasarme por el cine, que entre semana casi no hay gente y están poniendo un montón de películas que ya vi pero que no me importa repetir. Desde el domingo comencé a usar un aparcamiento de bicicletas nuevo, que abrió en marzo tras el encierro y que está en la plaza Neude, una rodeada de cafés por tres lados y en el cuarto estaba la antigua oficina de correos de la ciudad y en el mismo edificio, la central telefónica desde la que se distribuían las líneas de los teléfonos fijos para la ciudad y que ahora parece haber emigrado a otro lado y en el edificio hay un supermercado, una mega-librería, un bar fastuoso y en el sótano un aparcamiento gratuito y vigilado (durante veinticuatro horas, a partir del segundo día se pagan cincuenta céntimos de leuro) de bicicletas con una capacidad para más de setecientas, con lo que me viene perfecto para ir al cine de la zona. Tras la peli, recogí mi bici y regresé a casa pedaleando junto al Oudegracht, que siempre me maravilla.


7 respuestas a “La cita esa semestral”

  1. Yo uso la seda dental, con una especie de mango que me dieron en España hace por lo menos veinte años cuando compré un cartucho y que sigo usando a día de hoy. Me va de fábula y con el cartucho de cien metros de seda dental tengo para unos doscientos días.

  2. Yo llevé aparato un par de años y los cepillos esos interdentales iban conmigo a todas partes, porque me repatea la posibilidad de llevar algo entre los dientes, y con el aparato, sin ellos, era misión imposible mantenerlo limpio. En esa época les cogí un poco de manía a los gusanitos, creo que no hay nada que se pegue más a los puñeteros hierros. Valió la pena.