El lunes comenzó el primer día de penitencia o hasta de infierno, que nos cayeron los dos amarillos del país del sol caguiente que nos han mandado a Europa durante cuatro días laborables. Como al parecer los primeros dos días íbamos a la sede corporativa, al lado del aeropuerto, pues nada, el lunes, en lugar de tirar pa’l sur, tiré pa’l norte. Mi rutina de trenes está super-hiper-mega medida y calculada, aunque siempre hay espacio para dramas ferroviarios, que pueden suceder y suceden, aunque no en ese día en el que todo parecía ir bien. Llegué a la oficina con tiempo y allí me encontré con mi jefe que me dijo que los amarillos llegaban en media hora, a sí que aproveché para hacer todo lo que podía antes de su llegada. Cuando por fin aparecieron, eran una parejita, macho y hembra, todo sonrisas y todo reverencias y prácticamente ni una palabra de inglés. Nos encerramos con ellos en una sala de reuniones para perder tres horas preciosas de mi vida en las que la versión amarilla femenina, que no habla inglés, dio una presentación en el idioma que no habla y al parecer usó un sistema que le escribe en su idioma los sonidos que tiene que decir para que parezca que lo habla, solo que esas combinaciones de sonidos no son naturales en su idioma y se trababa. Era como si tuviera que leer HI-JO de puta, que en canario se lee JO de puta, porque o hacemos la hache muda y todo lo que la rodea, o la alternativa sería pronunciar perfectamente la hache, y nos saldría JI-JO de puta. Esto lo sabe todo el mundo que por eso, hedionda, en canario, se dice JE (o GE) dionda, que por algo mi restaurante favorito durante años y años y años fue el de FEFA LA JEDIONDA, que quizás, si yo y mis amigotes tuviéramos un dedo de frente y nos paráramos a analizar las palabras con atención, el mensaje de aviso ya estaba en el nombre, pero a nosotros nos daba igual e íbamos a aquel antro que se petaba hasta arriba de gente en un sitio con el menú más escaso del mundo y el único restaurante que conozco en el que cuando pedías café, que se hacía en cafetera Magefesa de toda la vida, ya te lo traían con el azúcar y la leche revueltos y sin cuchara, como en las casas de viejos en la isla, que en Gran Canaria, cuando ibas de visita y te ofrecían el cafelito, te preguntaban y te echaban el cucharón de azúcar y te lo revolvían. Volviendo al tema, como la amarilla leía, se encontraba con algo como HI-JO de puta y el traductor ese le decía que lo tenía que pronunciar como JAI-JO de puta y ella lo decía y nosotros la mirábamos alucinando porque no nos enterábamos de nada y entonces ella se daba cuenta de los espavientos que hacía de zorrudo su compañero para avisarla, se ponía nerviosa, le entraba el tartamudeo ETÓ ETÓ ETÓ y ya nosotros no sabíamos si hablaba de fúrbol o de otras cosas y ella empezaba a menear la pierna y yo deducía que se estaba meando y miraba en la sala de reuniones por si por casualidad tenemos una escupidera para dársela y que se alivie, que a lo mejor en su país de bárbaros, en lugar de usar el baño, usan ese sistema ancestral.
Cuando la amarilla acabó su presentación yo hasta consideré tirar voladores por la ventana de aquel tercer piso para celebrarlo y a las doce en punto salí por patas para ir a caminar con un colega que trabaja por allí. Al regresar, teníamos otra reunión de dos horas con un chamo que es mi favorito de esa sede, con el que además me llevo muy bien y siempre nos echamos unas risotadas y fui a su despacho y le avisé que los cafelitos triples con cuádruple de cafeína son muy pero que muy necesarios. Se vino conmigo, fuimos a la sala y la amarilla se reseteó por culpa de algún parche de seguridad del güíndous y volvió a repetir la misma presentación hablando de su vida y milagros que había hecho por la mañana, solo que en esta ocasión conseguimos que la hiciera en una hora, que fue la peor hora de mi existencia en este 2024. Para cuando terminó la reunión, mi colega se fue llorando y jurando por las bragas más sucias de Mafalda que no volvía a aceptar una reunión de mi jefe, algo que yo ya le había advertido, que yo estaba allí, obligado, porque solo hay derechos humanos para la miasma y la escoria suciolista, truscolana y podemita.
Después de esa reunión comenzaron otra y yo salí por patas de allí, recogí mis cosas y me fui a trabajar en un puesto flexible y a lloriquear por tanto sufrimiento no merecido. Visto que aquellos iban a estar encerrados allí por mucho tiempo, aproveché y salí por patas y me fui al cine, que me pillaba camino de mi keli. Me dejaron tan dañado parapsicológicamente que ni fui a correr y mira que yo lo del ejercicio es como una religión, pero decidí que ese dios no se merecía que lo adoraran ayer. Por desgracia, ese era el primero de cuatro días, así que la cosa puede seguir e incluso ir a peor.
2 respuestas a “La maldición amarilla, primer día”
Te leo y me das mucha lástima con tu sufrimiento tan inútil, de verdad, échales unos polvos que les den diarrea galopante para que se vallan pal coño y te dejen en paz… 🙂
Salud
Genín, que no te de pena que seguro que se lo cubre con creces el sueldo XDDD