Vamos a ver si no pierdo el ritmo y me quito esto de encima antes de que se difumine de mi kabezón. Habíamos tenido dos días en la sede corporativa y el tercero venía con cambio de escenario, en Bolduque, al sur del país. Para mí, aunque el tiempo es el mismo y hasta la distancia, siempre prefiero ir al sur porque los trenes son más relajados, que en la ruta norte paso por la estación del aeropuerto y la anterior que es la zona industrial de Ámsterdam y siempre hay multitudes en esos trenes, ya sea por la mañana o por la tarde y tropecientos julays con maletas, que yo soy el único que viaja con gallumbos que se usan del derecho y del revés y que se pone la misma camiseta tres semanas, que veo algunos que se van de mochileros y llevan decenas y decenas de kilos. Bajar al sur fue rutinario, pillé el tren hacia el norte de las siete y doce minutos, cambié en Utrecht al Intercity al sur de las siete y veinticuatro minutos y llegué a Bolduque a las ocho menos ocho minutos. Allí trinqué una bici de alquiler y a las ocho y cinco o así ya estaba en la fábrica, en mi escritorio. Los amarillos no llegaban hasta las ocho y media y aproveché para laburar un poco.
Cuando aparecieron los del país del sol caguiente y mi jefe, que llegó más o menos a la misma hora, me llegaron las primeras buenas noticias, con mi ausencia de la primera reunión, que casi monto una cabalgata por la fábrica para celebrarlo. Por desgracia me tocó asístir a la segunda, que era una que yo había insistido en organizar porque una parte considerable de mi armamento pesado estaba ubicado en la misma. Los amarillos comparten con nosotros información medioambiental usando una base de datos hecha con una herramienta gratuita del Microchó, una que todos conocemos y que se llama Access o algo así. Es un trusco apestoso con décadas y lo sufrimos porque a estos panolis les da terror el cambio. En la reunión teníamos al que se encarga del sistema de gestión de la información de productos. Durante las siguientes dos horas, les reprochó la mielda de información que nos mandan, insuficiente, mal organizada y sin posibilidad de mantener un histórico de cambios. El amarillo con cipote sudaba que no veas con la angustia y tenía una gota encima del labio superior que amenazaba con suicidarse y saltar al vacío. La amarilla, como no entiende inglés, sonreía con cara de ofrecerse a chupar nabos.
Al mediodía yo me piré a caminar y media hora más tarde, me los encuentro con mi jefe y aún no los había llevado a comer a la cantina, así que hice de buen pastor y los empujé en la dirección correcta y les recomendé todas las cosas que seguro que no les gustaban. Después de comer ellos tenían dos horas de reunión de la que yo me escaqueé y tras eso tenía otra reunión con ellos en la que a pesar del café triple, me caía de sueño y de aburrimiento. Por la tarde conseguimos engañar a un jefillo, un pringao y con la promesa de comida gratis, le empetamos a los dos amarillos para cenar y nosotros nos escaqueamos. El pringao se pensaba que nosotros también íbamos y cuando se enteró que era él y los otros dos nada más, del disgusto yo creo que se le quedaron calvos los güevos. Le deseé todo lo mejor, siempre y salí por patas para la estación en mi bici, que tenía que comprar Bossche bollen, los mega-profiteroles del tamaño de naranjas grandes que son típicos de Bolduque y seguramente el mejor dulce neerlands y compré tres para unos amigos que visitaba y ya de paso, compré dos para regalárselos a los amarillos y emboliarlos con medio kilo de nata montada.
Este tercer día fue muy tranquilo para mí, pero al día siguiente no podía evitarlos y estaba todo el día encerrado con esos dos pájaros y además, ese era mi último día en la oficina, ya que el viernes laburaba desde mi keli y el sábado me bajaba a África.
Una respuesta a “La maldición amarilla, tercer día”
Yo lo que veo es que les haces la pelota a los amarillos regalándoles dulces… 🙂
Salud