Los turcos en verde


El lunes fue festivo en los Países Bajos, es el segundo día de Pentecostés o tweede pinksterdag en la lengua bárbara local y que algunos traducen al español como truscoluña no es nación. Como coincidió que nos caían veintisiete grados de temperatura del cielo, quedé con mi amigo el Turco para pasar el día juntos y me dijo que se traía una bici de carreras que le habían prestado porque las mías son muy pesadas (que lo son, pero claro, yo soy un atleta noréxico-bulímico y él prefiere más el estilo rechoncho-encochinado de ciertos culocochistas que mejor no mentamos. La idea, visto el calor, era irnos en bici que cerquita de los ríos se está más fresco y corre el aire. Finalmente conseguí que me hiciera los treinta y siete kilómetros de mi ruta favorita, que ya he comentado por aquí en Entre dos ríos, ya que todos nos leemos de pé a pá el mejor blog sin premios en castellano. Como el viento no era muy fuerte y venía hacia el oeste, elegí para la ida ir más al sur, sobre los diques que delimitan el río Lek, que allí nos da el viento de frente y nos enfría y ya regresar con el viento a la espalda por el Amsterdamrijnkanaal. Yo daba por sentado que el chamo se me rendiría después de un rato como en las otras ocasiones que hemos intentado dar un paseo largo pero esta vez, usando ingeniería española, lo conseguí, ya que cada vez que preguntaba le decía que faltaban cuatro kilómetros, quizás cinco y se me tranquilizaba y se le olvidaba que esa era la misma respuesta de las dieciocho veces anteriores. Después de cruzar el Goyerbrug llegamos a ‘t Goy y paramos en una granja llena de cerezos y en la que su propietario vende helados de cereza y otras maravillas y nos sentamos bajo los cerezos a tomarnos nuestros helados. Coincidió, de pura chiripa, que ambos elegimos el verde para nuestras camisetas de estas de sudar, con lo que parecíamos primos-hermanos segundos o quizás terceros. Como siempre, lo flipo con el bonito color que he cogido a base de tomar el sol en el jardín y esa fastuosa barba que es que la bordo. Por arriba de nosotros, los cerezos. Cuando salíamos de la parcela aprovechamos para jincarnos unas cuantas cerezas directamente desde los árboles.

Al regresar a mi casa, el Turco por fin consiguió encender la barbacoa en un pispás, esa semana le compré en una de estas tiendas que son similares a los chinos españoles, un chisme para encender el carbón, que es como un cilindro y que me costó la friolera de dos leuros y medio. El trasto funciona que no veas, puso las pastillas debajo, el carbón encima y en quince minutos teníamos unas brasas que ni en las calderas del infierno, esas que alimentan con truscolanes. Yo por la mañana había preparado una ensaladilla rusa, en la versión de mi familia, que seguro que es diferente a otras y adaptada a lo que encuentro por Holanda. Esta vez, usé la olla a presión para hacer las papas y en nada las tenía perfectas, usando la función de vapor y además, cocinadas junto a los güevos duros. Al final nos encochinamos, como siempre y disfrutamos del jardín hasta que por la tarde, llegó la hora de irse.

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